sábado, diciembre 16, 2006

Cuadrilátero

...una vez que el caballo advierte que estamos tratando de comunicarnos con él,
que no somos una amenaza y que intentamos establecer un diálogo en un idioma común,
no sólo se mostrará complacido sino también, dispuesto a agradarnos.

Personalmente prefiero, cuando se trata del trabajo pie a tierra, hacerlo en un recinto cuadrado y con el caballo suelto.

Las dimensiones deben estar de acuerdo a una superficie en la que podamos desenvolvernos cómodamente tanto el caballo como uno mismo, ni muy estrecha ni muy amplia, digamos que con unos 8/10 metros de lado se diseña un cuadrado en el que se puede trabajar.

El caballo suelto podrá evolucionar según su propio equilibrio sin tensiones en la cabeza, cuello y nuca que lo desestabilicen y los ángulos rectos de cada esquina favorecerán el trabajo del posterior interno tanto como la inducción al flexionamiento que pretendemos. Una de las diferencias con el trabajo a la cuerda es que el recorrido del círculo no tiene fin, en cambio en el cuadrilátero, en cada esquina el caballo debe reconducir su cuerpo, corregir la dirección y prácticamente es introducido en una iniciación a la espalda adentro y a la media parada.

Este trabajo además nos permitirá interactuar con el caballo. Podremos experimentar con nuestra posición respecto del caballo y considerar los diferentes efectos que podemos producir según donde nos ubiquemos. En general, como habitualmente se hace trabajando a la cuerda, marcharemos describiendo un círculo interior y paralelo al caballo, manteniendo una distancia de más o menos 3 metros respecto del mismo, ubicados de tal modo que nuestras ayudas de impulsión apunten a la grupa.

Una de las primeras observaciones y prácticas que podemos hacer es rezagarnos, tendiendo a quedarnos quietos, saliéndonos del campo visual del caballo para advertir que en pocos segundos el caballo se detendrá por sí solo y nos buscará con su mirada.

Otra observación es evaluar cómo cambia el efecto de nuestra mirada según donde apuntemos al caballo. Si mantenemos una mirada firme sobre los ojos del caballo éste se mantendrá atento y amenazado, en cambio si la retiramos hacia el posterior y la bajamos un poco, el caballo suavizará su marcha.

Mientras tanto el caballo también emitirá señales… con su oreja interna leerá nuestras indicaciones y probablemente mastique o estire el cuello en señal de aceptación o sumisión, dependiendo esto último muchas veces de la intensidad del trabajo y si le damos al caballo oportunidad de manifestarse.

Uno de los ejercicios que podemos introducir es la ejecución del alto con fuerte remetimiento de los posteriores, flexión de garrones y bajada de cadera. Para iniciarnos en esto debemos aprovechar un lado del cuadrilátero y anticiparnos a la entrada en la esquina, adelantándonos con decisión y enérgicamente hacia las espaldas del caballo, para detenernos firmemente (manteniendo siempre la distancia del caballo, es decir no debemos ir hacia él, sino adelantarnos a su avance). Es conveniente anticipar con la voz un llamado de atención y luego alguna voz precisa como oh-oh al momento de la detención.

Con la práctica podremos convertir esta acción en una media parada, según la habilidad que desarrollemos para adelantarnos, detener e inmediatamente retomar la impulsión dejando pasar al caballo y continuar con su avance.

No está de más decir que cada ejecución deberá ser coronada con las felicitaciones del caso, si el caballo ha permanecido quieto, atento, esperando la próxima indicación…podemos acercarnos, felicitarlo y agasajarlo con caricias. Y tampoco está de más agregar que el entrenamiento y repetición no deberían exceder los 4/5 intentos a cada mano.

Siempre debemos tener presente que el trabajo debe realizarse en condiciones de “estabilidad emocional”, el caballo no debe perder su ritmo y su impulsión, su voluntad de avanzar, yendo al trote la pisada del posterior debe por lo menos alcanzar la huella del anterior, pero nuestras ayudas no deben traducirse en una presión excesiva que ponga al caballo en tensión o fuga. Si esto ocurriera debemos relajarnos, darle sosiego al caballo, recuperar su atención y relajamiento para poder recién entonces retomar el trabajo.

Nuestras ayudas deben ser indicaciones: trabajando pie a tierra todo nuestro cuerpo es para el caballo una suerte de “signo-función” que él interpretará para actuar en consecuencia, por eso nuestra obligación es ser lo más claros y precisos posible.

Si logramos entrenarnos en evaluar las consecuencias de nuestra presencia, nuestra actitud, nuestros gestos y nuestra mirada en la relación con el caballo podremos sacar valiosas conclusiones, pero la más importante es que tendremos de nuestro lado el favor de la sensibilidad del caballo y su buena disposición, porque una vez que el caballo advierte que estamos tratando de comunicarnos con él, que no somos una amenaza y que intentamos establecer un diálogo en un idioma común, no sólo se mostrará complacido sino también, dispuesto a agradarnos.

lunes, diciembre 11, 2006

Trabajo a la cuerda

El trabajo a la cuerda siempre ha sido una herramienta recomendada y aprovechada prácticamente sin objeciones.

Sin embargo la nueva mirada que aplicamos para relacionarnos con el caballo nos plantea algunas consideraciones.

En principio, por las condiciones de estabulación de los caballos (prácticamente un día entero encerrados en el box) el trabajo a la cuerda se presenta como la oportunidad para “desahogarse” con el compromiso que esto puede traer aparejado por los riesgos que se generan: contusiones y esfuerzos en general, sin calentamiento previo.

En las circunstancias habituales que el caballo llega al circular, difícilmente esté en condiciones emocionales adecuadas para realizar un trabajo sereno, relajado y en equilibrio.

También merecen consideración las instalaciones. Muchas veces no hay un circular preparado con la debida contención, de tal modo que trabajamos al caballo sosteniéndolo desde la cuerda (sin importar donde esté abrochada) provocando una torsión en la columna y cuello del caballo que tiene como consecuencia que el caballo acaba haciendo fuerza en contra de la cuerda… toda su musculatura trabaja en contra de nuestro objetivo, mientras nosotros lo sostenemos firmemente, el caballo hace fuerza para salirse del círculo, y aún si logramos mantenerlo, por lo general lo posteriores irán por fuera del circulo dibujando otra pista… en fin, una serie de efectos no queridos.

Aún si el circular está construido con la debida contención también ocurre que el trabajo sucesivo de muchos caballos por día desarrolla un “peralte” de la pista, provocando que el caballo trabaje sobre una pista en desnivel, promoviendo cierta inclinación de su cuerpo (del centro de gravedad) hacia el centro del círculo lo que hace que prácticamente pueda trabajar sin incurvarse.

Queda todavía una consideración más que es desde el punto de vista de la conducta. Supongo que la mayoría conocerá el “efecto unión” desarrollado por Monty Roberts, o el trabajo de Pat Parelli, que se sostiene en el mecanismo que utiliza el jefe de manada para mantener aislado de la misma a quien se ha comportado indebidamente y aceptarlo para que se reúna en el “círculo” una vez que considera que ya ha sido suficiente la amonestación, cuando el “apartado” da señales de sumisión y aceptación.

Cuando trabajamos a la cuerda procedemos de una manera análoga pero sin tener conciencia de los efectos que produce en el caballo. Mantenemos al caballo alejado de nosotros, y por lo general sin darle ninguna oportunidad de sosiego. Durante el tiempo que dure el trabajo a la cuerda, salvo raras excepciones, lo apartamos, lo impulsamos, lo arreamos… y el caballo posiblemente esté considerando: ¿qué habré hecho para que este tipo me mantenga a raya?

Y sobre todo, como no tenemos presente este mecanismo, desaprovechamos todas las señales y pedidos de clemencia que nos está dando el caballo, pidiéndonos por favor que lo aceptemos, que lo perdonemos. Desperdiciamos la oportunidad de cimentar el vínculo y dejamos una huella sensible en la evaluación que el caballo hace de nuestra manera de ser.

Muchas veces pensamos que aplicar una técnica y un procedimiento son las herramientas necesarias para un resultado correcto… que eso por sí solo garantiza la eficacia de nuestro entrenamiento. Pero si consideramos las apreciaciones que venimos enumerando podemos ver que el uso de una técnica, en principio apropiada, sin el debido análisis de todos los factores (y si fuera posible desde el punto de vista del caballo), puede traernos más consecuencias negativas que positivas.

sábado, diciembre 02, 2006

Equilibrio e impulsión

Ya sabemos que el caballo reparte su peso de tal modo que los anteriores soportan casi dos terceras partes, mientras el resto es soportado por los posteriores, lo que además se ve incrementado cuando nos montamos sobre él, aumentado aún más la carga sobre el tren anterior.

También sabemos que el centro de gravedad se ubica en un punto virtual debajo de la cruz, entre las espaldas.

Si bien estas características morfológicas pueden ser más que adecuadas para el desempeño natural del caballo en su ambiente y según sus necesidades, en lo que hace al caballo de equitación, nos vemos en la necesidad de modificar este equilibrio aumentando la carga del tren posterior, si fuera posible nos gustaría que nuestro caballo pudiera llevar (cargar) su centro de gravedad lo más cerca de la verticalidad.

Intervendremos en el entrenamiento del caballo tratando de educarlo en la manera que esperamos modifique su “porte”,es decir la manera cómo el caballo se lleva a sí mismo.

Cuando vemos a un padrillo prodigarse en su cortejo, seguramente lo veremos pasagear, piafar, efectuar alguna que otra “levade”, y sobre todo veremos que el porte de su cuello y cabeza adquieren una posición muy correcta desde el punto de vista del dressage.

Esto por un lado viene a confirmar que los aires que buscamos en la equitación no son antinaturales, que el caballo los tiene y puede desenvolverlos sin necesidad de apremios rigurosos.

En todo caso la dificultad se presenta a la hora de reproducir una motivación igualmente eficaz para que se dispare en el caballo una idéntica voluntad de lucimiento.
(el caballo manifiesta con mayor esplendor sus dotes de lucimiento a la hora del cortejo sexual… deberíamos preguntarnos qué tan seductor es el programa que rutinariamente le proponemos para conseguir el mismo resultado)

Pero esta performance también nos demuestra que aquel equilibrio que buscamos no es resultado de una energía atlética debidamente disciplinada, ni mucho menos de la aplicación de rigor en la boca o en las costillas del caballo, sino de un porte natural que pone al caballo sobre sus posteriores, con los garrones flexionados, con la consecuente liviandad del tren anterior que le permite disponer de su cuello y cabeza con la flexibilidad que requiere para dirigirse y administrarse, detenerse, volverse sobre los posteriores, elevarse, lo que queda rematado con su nuca igualmente flexionada y elevada, erguida soberbiamente. Creo que nadie duda que esta es la imagen que nos gustaría conseguir.

En la persecución de este objetivo debemos conjugar y articular, entre otras cosas, equilibrio e impulsión, prestando particular atención a que cualquier exceso en la impulsión repercutirá negativamente en el equilibrio, sobrecargando el tren anterior, aumentando la inercia, todo lo que además rematará en una boca fuerte o ”dura”, o dicho de otro modo, en detrimento de la flexibilidad.

El equilibrio debe ser vigilado y cultivado desde un principio, el caballo debe ser educado en su porte equilibrado impidiendo mediante todas las correcciones que sean necesarias las recaídas sobre el tren anterior. El trabajo en transiciones y flexionamientos del tren posterior son herramientas indispensables y sólo demandaremos impulsión a partir del equilibrio, es decir, velando para que ningún exceso de impulsión deteriore el equilibrio o implique su pérdida. Nos conformaremos con demandas mínimas, no más de dos o tres tiempos de impulsión, sin exageraciones, un entrenamiento paulatino que basado en el equilibrio, nos permita disponer de una mayor libertad del tren anterior.

domingo, noviembre 26, 2006

Gestos y comunicación

el que verdaderamente pone paciencia es el caballo,
dándonos siempre una nueva oportunidad para que
aprendamos a pedir las cosas como se debe.


Si bien las técnicas de manejo en principio no van más allá de lo que debería ser una correcta educación del potro y un adecuado manejo de “cuadra”, durante esta iniciación se juega buena parte de la impronta que quedará fijada en el caballo.

La confianza mutua, el respeto, los buenos modales y las ganas de agradarse uno a otro cimentarán el vínculo que debe basarse especialmente en la buena disposición del manejador.

… que paciencia es lo que hay que tener justamente cuando uno siente que se le acabó… o decir que la paciencia es una cualidad y en tal sentido no siendo una cantidad, a uno no se le puede acabar ni agotar la paciencia, la tiene o nunca la tuvo.
Muchos dicen que con los caballos todo es paciencia, pero yo creo que el que verdaderamente pone paciencia es el caballo, dándonos siempre una nueva oportunidad para que aprendamos a pedir las cosas como se debe.

Yo creo que son los caballos los que acaban instalando esa virtud dentro de nosotros. Desde luego que no hablo de aquellos virtuosos que tienen el talento y el tacto innatos para llevarse bien con los caballos, hablo de aquellos simples mortales como uno a los que aquello que parece simple nos representa todo un desafío. En general, el caballo no actúa de acuerdo a nuestros deseos sino hasta tanto las cosas no estén debidamente planteadas.

Visto de este modo, no es que seamos pacientes por insistir obstinadamente en repetir la misma técnica, la misma conducta, es que al cabo de tantos intentos habremos variado nuestra actitud hasta hacerla comprensible e interpretable por el caballo. Por eso digo que en cierto modo el caballo nos va llevando a que planteemos las cosas correctamente.

Lo correcto tiene que ver con la eficiencia, es decir habrá sido correcto el modo como demandamos si el resultado ha sido el esperado. Y la eficiencia en este caso tiene que ver con un resultado que debe ser estéticamente armonioso y ejecutado por la libre voluntad del caballo. En este sentido, cualquier imposición por la fuerza o por sujeción, no es que no resulte efectiva, la experiencia y el trato tradicional demuestran que si lo son, pero ciertamente nos estaremos alejando de lo que el caballo espera de nosotros.

Es cierto también que muchas veces nos vemos obligados a “alzar la voz”, a hacer más vigorosas o llamativas nuestras ayudas… pero esto igualmente depende del vínculo que hemos ido desarrollando con el caballo… si hemos sido algo torpes con nuestras ayudas seguramente deberemos aumentar el volumen para que el caballo despeje detrás del ruido cuál es la señal correcta.

En términos comunicativos nosotros somos muy ruidosos para el caballo, emitimos gran cantidad de señales que para el caballo primero son alarmantes por desconocidas y una vez que se habituó a ellas se vuelve sordo en tanto resultan insignificantes. De ahí el riesgo de perder la comunicación porque el caballo abrumado o aburrido por la falta de contenido de nuestros mensajes dejará de prestarnos atención.

Por esa razón siempre es conveniente ser lo más económico posible a la hora de estar cerca de los caballos, economía de movimientos, cuestión de que cada gesto nuestro pueda ser interpretado por la gran sensibilidad del caballo, valioso como una palabra correctamente interpretada.

Puede ser que existan gestos más eficientes unos que otros, pero no se trata de un lenguaje específico que debamos aprender y que una vez adquirido asegurará un diálogo sin interferencias con el caballo. Ese lenguaje lo debemos construir a diario y así tendremos nuestro propio código, pero debemos ser concientes de administrar con algo de disciplina nuestra habitual tendencia a gesticular si queremos que el caballo esté atento a nuestras ayudas e indicaciones.

domingo, noviembre 19, 2006

Vínculo II

La negociación implica un trato... un trato que en sí mismo lleva varias acepciones. Tratar como intentar: intentaremos por todos los medios seducir al caballo, ofreciéndonos como una alternativa válida para su programa genético, motivando su curiosidad para que abandone sus defensas y expectativas de huída y encuentre tranquilidad y seguridad en nuestra compañía. En un segundo aspecto tratar alude al desenvolvimiento del tacto social, o el trato que nos prodigamos, a las reglas de comportamiento: no le hagas al otro lo que no quisieras que te hicieran a vos mismo. Y en tercer término, tratar como trato, acuerdo o contrato... si logramos la confianza, seguramente podremos sellar el acuerdo de una sociedad y amistad duraderas.

Todo esto que hemos desarrollado tiene que ver con el manejo del caballo, una vez más las connotaciones de las palabras pueden ayudarnos a despejar las ideas. Manejar puede aludir a dirigir, conducir y en algún aspecto, liderar. El hecho de manejar un caballo debe advertirnos sobre la responsabilidad que conlleva hacerse cargo de la nobleza del caballo. Al mismo tiempo esta posición de autoridad y de poder que nos da haber “domado“ a un caballo no debe obnubilarnos volviéndonos autoritarios y absolutistas. Manejar, conducir, dirigir y hasta liderar a un caballo debe ser pensado como una responsabilidad y no como una oportunidad para imponer y abusar del poder . Está claro que podemos ejercer un gran poder sobre el caballo, y esto, antes de inflarnos de vanidad, debería ponernos a considerar las maneras de administrar ese vínculo.

Las bases para que este contrato sea genuino y se prodigue en réditos y beneficios de toda índole residen en la reconsideración de la naturaleza del caballo, dejar de pensarlo como un animal peligroso y potencialmente agresivo, a la vez que gracias al conocimiento de su etología, comprenderlo en sus desconfianzas y temores; desarrollar un lenguaje corporal que nos permita comunicarnos; desarrollar el adiestramiento de acuerdo a la capacidad de aprendizaje que tiene el caballo, confiando en que tomará las decisiones correctas; y trabajar siempre sobre la base de la relajación y el equilibrio tanto físico como moral.

Hay quienes dicen que amansar un caballo es fácil y que domarlo no es lo mismo... amansarlo no es la cuestión, no es fácil ni difícil, porque el caballo “es“ manso; la cuestión es domarlo y adiestrarlo sin que pierda su mansedumbre ni nada de aquello que nos cautiva cuando lo admiramos en libertad.

domingo, noviembre 12, 2006

Vínculo

Interactuar en la realidad y relacionarse con el caballo implica plantear un cambio en nuestra realidad y en la del caballo. Para que este plan resulte eficaz se debe establecer un vínculo con la realidad que debe implicar necesariamente actuar en tres órdenes: en lo real propiamente dicho, en el ámbito ideal y en lo formal.

El ámbito real queda definido por la descripción del escenario, lo que perciben nuestros sentidos y los del caballo... es un terreno plagado de incertidumbres y desconfianzas mutuas, a la defensiva, y en el que se establece, de hecho, una distancia de seguridad. Si nos acercamos el caballo se alejará, manteniendo esa distancia, preservando su “burbuja“ y dispuesto a la fuga si es necesario. Podríamos decir que en el ámbito real las cosas se dan cuerpo a cuerpo.

El ámbito ideal se refiere a todo lo que llevamos dentro: expectativas, ambiciones, imaginarios, aquella imagen que cada uno se hace del resultado final, el diseño del objetivo. Naturalmente el caballo desconoce absolutamente nuestras intenciones y hace muy bien en desconfiar abiertamente.

Lo formal, en cambio se refiere a las técnicas, procedimientos, las herramientas, recursos... el conocimiento que define nuestro hacer.

Como es fácil advertir, si no conjugamos estos tres aspectos es imposible crear una relación o vínculo con el caballo: si no estamos con el caballo (real), si no tenemos un objetivo (ideal) y si no tenemos un plan (formal). Cada aspecto por si solo no es suficiente.

Frente a frente con el caballo quedamos reducidos al cuerpo a cuerpo, en lo que el caballo sacará amplia ventaja, por instinto, es más fuerte, de mejores reflejos. Si actuamos como si creyéramos poder atrapar y dominar al caballo por la fuerza nos exponemos a riesgos físicos tanto para nosotros como para el caballo; y si optamos por una actitud absolutamente pasiva simplemente las cosas se desarrollarán según el interés del caballo. Creer que dominamos al caballo por la fuerza es una alucinación propia del mejor ilusionismo, siempre habrá un consentimiento y una aceptación del caballo, él tiene la última palabra.

Además, el uso de la fuerza se vuelve una herramienta tosca, burda que entorpece la comunicación, el caballo debe despejar el “ruido“ (señales que no pueden ser decodificadas por los sentidos) que hacemos en su boca, en su cuerpo, para tratar de interpretar alguna ayuda. Asi configuramos un círculo vicioso: menos nos entiende, más ruido hacemos con nuestras “ayudas“ obligándonos a incrementar las señales, más volúmen, que en algunos casos llega a aturdir al caballo.

El objetivo (lo ideal) por si sólo tampoco es suficiente. De nada sirve saber qué queremos si no sabemos qué podemos hacer y cómo debemos proceder... todo nuestro ideal puede verse reducido a una mera fantasía.

Una serie de técnicas y procedimientos (sólo lo formal), nos convertirán en autómatas, con algún éxito en algunas ocasiones, pero tampoco solventará el vínculo y sobre todo nos mantendrá alejados de poder desarrollar la sensibilidad necesaria para adecuar esas técnicas según el carácter de cada caballo.

Es prácticamente imposible manejar un caballo sin desarrollar el tacto que nos sensibilice para leer sus mensajes y entender, en la medida de lo posible, su lenguaje. En este ámbito es imprescindible tener en claro que planeamos una comunicación con el caballo, que esperamos que él esté atento y dispuesto a nuestras demandas y que es fundamental contar con un lenguaje compartido para entendernos, basado fundamentalmente en lo corporal (actitud, gestos, ritmos y miradas, no debemos perder de vista que nuestra actitud natural es manifiestamente la de un depredador y que en consecuencia debemos reeducarnos para que nuestras acciones no resulten una amenaza para el caballo).

La relación con el caballo se desarrolla entonces manteniendo aquel espacio de seguridad; y antes de vencer ese espacio o barrera, debemos negociar en términos de mutuo respeto: ninguno invadirá el espacio del otro sin previa conformidad.

lunes, noviembre 06, 2006

ARGUMENTOS II

Muchas veces la reiteración indefinida de experiencias dolorosas, o simplemente traumáticas porque aturden sus sentidos, no hace más que sumir al caballo en lo que se conoce como respuesta “nihilista“: el caballo se autoinhibe, segrega endorfinas, cancela toda respuesta, intenta pasar desapercibido para no llamar la atención del agresor o se entrega lisa y llanamente a lo inevitable.

El caballo puede reconocer, asociar datos de la realidad conectados inmediatamente pero no puede deducir o inferir premisas generales; puede recordar el dolor ante una experiencia determinada, pero no puede especular o calcularlo como una amenaza tácita latente si no hace lo correcto.

Algunos creen que el hombre puede aprender conductas “convenientes“ de una manera compulsiva, como una rata, por el dolor y el acto reflejo, sin embargo está demostrado que existe un mecanismo de aprendizaje mucho más eficiente que le permite comprender sin necesidad del estímulo negativo (aunque muchos crean que la mejor manera de disciplinar socialmente a un pueblo sea por la fuerza) de tal modo que pedagógicamente esperamos que el hombre aprenda según una estrategia racional.

De la misma manera es dable esperar que el caballo aprenda según su propia estrategia mental.
Ahora entonces nos preguntamos, por qué creemos que el caballo no puede aprender conductas si no es por el imperio de la fuerza? No será por nuetro propio miedo, por nuestra ignorancia, que no le damos la oportunidad al caballo de demostrar su inteligencia?

De hecho en sus rutinas diarias el caballo no deja de aprender conductas apropiadas para su supervivencia sin que nadie le imponga el rigor necesario: aprende por imitación, copiando a su madre... lo único necesario es que el caballo reconozca que esa rutina es buena para su superviviencia o su placer o su comodidad o seguridad y que le venga dada por alguien de su confianza.

El caballo intenta respuestas para aprender... experimenta y saca sus conclusiones. Si ante la respuesta correcta recibe una gratificación estaremos consolidando respuestas adecuadas, correctas, y él mismo intentará repetirlas para repetir el resultado que resultó satisfactorio o gratificante.

El caballo aprende. De hecho está permanentemente atento a los estímulos del mundo exterior, porque de ello depende su supervivencia. Y no sólo aprende, según creen algunos, a repetir simples actos reflejos o respuestas condicionadas por estímulos puntuales de golosinas o dolor.

Según su propia lógica o coherencia produce respuestas hacia el mundo exterior en un todo de acuerdo con una íntima motivación que lo anima. Una vez superada la desconfanza el caballo cederá a su natural y exagerada curiosidad y tratará de incorporar información para sus programas genéticos.

Es en ese espacio donde debemos ubicarnos, superada la desconfanza y abierta la curiosidad, presentarnos como un ser confiable que los ayuda a resolver algunos problemas y sobre todo, que cerca nuestro, está seguro y no corre riesgos. Superar la instancia en la que el caballo aún está a la defensiva ante nuestra presencia porque somos una amenaza desconocida, para lograr su atención, incentivar su curiosidad y establecer una comunicación.

Una vez ganado ese espacio nuestro plan es crear un vínculo.

domingo, octubre 29, 2006

ARGUMENTOS

Seguramente, como consecuencia de una serie muy elemental, procedemos según el orden impuesto por la ignorancia, a la que sigue como logica consecuencia, el miedo y como correlato inevitable, la violencia.

Como no sabemos, desconfiamos y tenemos miedo, y actuamos tratandonos de imponer por la fuerza.

Como se verá no hablamos de domas inteligentes, ni racionales ni sin violencia... ni domas indias, ni manejos naturales...ni ninguna otra que pudiera exceder esta enumeración... sólo pensamos que aproximándonos a la naturaleza del caballo y a nuestra propia naturaleza, podemos encontrar el vínculo, la relación, que nos una a nuestro amigo.

El caballo es un animal herbívoro, de presa, que vive en manadas dirigidas por un líder (probablemente el más experimentado y no el más agresivo) con un programa genético bastante elemental: subsistir pastando en las mejores pasturas que pueda encontrar, procrear y escapar lo mas rápidamente posible de los depredadores. Lo desconocido para el caballo es una amenaza. Ante lo desconocido el caballo no ataca, huye y no lo piensa dos veces.

En principio pues, para el caballo somos una amenaza, irrumpimos en su escenario y por si no fuera suficiente, ostentamos la imagen de un depredador (nuestra mirada, nuestra actitud...) Así que su respuesta instintiva y correcta es ponerse lo mas lejos posible de nosotros.

Somos nosotros pues los responsables primeros de la actitud de desconfianza del caballo y en tal sentido seríamos los primeros obligados en cambiar las cosas para que esta sospecha caiga desestimada por el caballo: que él cambie su parecer y acabe sopesando la posibilidad de que seamos buena gente. En este sentido de nada sirve que uno esté convencido de tal cosa, el caballo no acepta nuestras garantías, debe comprobarlo por sí mismo.

El trato tradicional busca seguridades (que el caballo pare y no se dispare) y cree que aplicando lecciones dolorosas el caballo acabará “comprendiendo“ lo que le conviene. Pensar de este modo deja entrever una pequeña contradicción, si el caballo es capaz de “comprender“, en este caso por el dolor, por qué no existe una instancia donde darle la oportunidad de comprender sin el dolor?

Con el dolor podemos doblegar al animal, su moral y entereza pero el dolor no enseña. En todo caso reprime, inhibe conductas y respuestas. El dolor no se puede vincular con el aprendizaje, salvo a niveles de respuesta reflejas. El dolor como castigo o como refuerzo negativo sólo puede ser funcional en una mente capaz de abstraer e inferir premisas generales al punto de construir una amenaza ominosa que genere en el sujeto un temor generalizado y un estado de inhibición reverencial.

El caballo no llegará a comprender la lógica del refuerzo negativo como premisa general y/o el castigo como consecuencia de “malos comportamientos“, sólo puede asociar e identificar determinadas situaciones según su experiencia y actuar en consecuencia: lo más probable es que termine asociando el dolor con nuestra presencia (porque somos la constante que se repite en cada experiencia dolorosa), de tal modo que en lugar de poder corregir errores con el recurso del castigo o el dolor, acabaremos sembrando desconfianza. En casos extremos el caballo llegará a identificar al manejador como la causa del problema o dolor y no solo perderá la confianza sino que desatará sus mecanismos de defensa.

domingo, octubre 22, 2006

DOMA

Los americanos, con anterioridad al desarrollo de las técnicas naturales de inciación del potro, denominaban a tal proceso con la palabra break, to break, es decir quebrar al potro... los españoles hablan del desbrave, sacarle la bravura...

Nosotros, para referirnos a la misma rutina, usamos la palabra ...doma.

Quizás sirva de algo prestar atención la etimología de la palabra. Domar viene del latin, y podemos ver varias acepciones y connotaciones de la misma raíz: dominus: dueño, poseedor, incluso amigo,amante; domitor: domador, domesticador, vencedor; domus :casa; dominor: ser dueño de la vida de alguien, dominar mandar; domo :como la acción de domar o domesticar.
Como se ve, el abanico abarca tanto la domesticación, como el apoderarse de una cosa, o aún el mismo adiestramiento.

Todas estos significados están sin duda vinculados con nuestro manejo de iniciación del caballo, pero no necesariamente, la acción de domar, al menos etimologicamente, se ve vinculada al hecho de doblegar a la cosa apropiada, porque ella nos interesa en su plenitud, en toda su integridad.

El domino era el señor, el titular de la cosa, se apropiaba de las cosas, el dueño o patrón... pero este vocablo apuntaba también a una connotación muy particular: hacerse de las cualidades de la cosa, hacer propias las cualidades de la cosa... si “domo“ un caballo es para hacer propias sus cualidades... algo parecido a la idea del centauro, la conformación del binomio, un único ser que amalgama todas las características.

Si queremos domar un caballo debemos pensar en nuestra intención de hacer propias sus cualidades, debemos pensar en la domesticación, hacerlo parte integrante de nuestra casa, hacerlo amigo, y solo en el polo opuesto pensar en doblegarlo, liderarlo, para explotarlo como a un esclavo.

sábado, octubre 14, 2006

PRIMERA

Siempre se ha dicho que este país se hizo a caballo... creo que no se trata de ninguna particularidad digna de ser afirmada como singularidad, debe haber en todo caso muy pocos que no lo hayan sido.

Cada cultura ha construido un trato específico con el caballo, estrechamente vinculado a las necesidades del hombre y de su época, combinadas con las características de la raza que se desarrolló de acuerdo al medioambiente que le tocó. Cada raza (árabe, español, inglés, centroeuropeo, asiáticos) ha sido adoptada por el hombre para ser aprovechada de acuerdo a sus propias necesidades y sacar mejor partido de sus cualidades morfológicas o biológicas.

El manejo, entendido como las técnicas que el hombre emplea y el conocimiento que tiene de sus caballos, es pues una resultante dinámica de esta combinación: necesidades del hombre, cualidades de la raza y desarrollo de un conocimiento y aprendizaje de las mejores maneras de aprovecharlo. Con el tiempo han ido interactuando, determinándose recíprocamente, hasta ser un resultado acabado, en cada región, de una determinada expresión de arte ecuestre.

Por poner unos ejemplos que sean elocuentes: en España el rejoneo; en centroeuropa el dressage; en Gran Bretaña el turf; en los EE.UU, el particular manejo de ganado (reining); en Argentina, el polo. Es fácil advertir que en cada caso se da aquella combinación: saber hacer y genética.

Es prácticamente imposible soñar un caballo completo que pudiera ser eficiente en todas las disciplinas, como de igual manera sería dificil imaginar un hombre que pudiera adiestrarlos en cada una de ellas. Así como la raza podría verse como una limitante, la cultura de cada individuo, muchas veces actúa como otra limitante a la hora de tener que desempeñarse en algunas actividades.

En nuestra historia han convivido distintas culturas que se vincularon con el caballo: el aborigen, el español y el gaucho (para algunos el origen racial del gaucho debería vincularse con cierta inmigración mora, proveniente de Andalucia, de allí algunas características de su indumentaria: las bombachas, el pañuelo bajo el sombrero y el uso de algunas palabras como alpargatas o aljibe de evidente raíz árabe y quizás, propia de su origen étnico, una vocación por vincularse al caballo).

Seguramente de cada una de ellas habremos heredado alguna información, pero en general, en lo que se refiere a la iniciación, desbrave o doma del caballo, todo el folclore queda resumido en el ritual de “coraje y hombría“ de la impronta del hombre de campo, a la par que podemos comprobar que no hay instituída ninguna escuela de equitación y que prácticamente el conocimiento sobre el manejo del caballo queda librado a la propia experiencia y a la propia búsqueda: cada uno hace lo que puede dentro del potencial de su talento, quedando entonces muchas veces frustrado, imputándose la propia incapacidad, cuando el problema radica en la falta de formación, información y difusión de conocimientos.

El indio, según sus necesidades, desarrolló sus propias técnicas de doma o desbrave, que no podían dejar de lado el objetivo que perseguían: necesitaban un determinado tipo de caballo: dócil, fácil de agarrar en situaciones urgentes y sin las comodidades sedentarias de un corral, en cierta medida muy domesticado, a la vez que dispuesto y de refejos muy despiertos tanto para la guerra como para la huída, sin necesidad de arreos, monturas o embocaduras.

En cambio el ejército requería un caballo quizás mas flemático, de temperamento más basal, más dispuesto para las largas marchas y la carga, más pensado como una herramienta y no tanto como un socio o colaborador, como debía ser para el indio.
No es la intención entrar en detalles culturales o de folclore, creo que es fácil colegir estas diferencias imaginando las necesidades de cada uno (ejército y aborígenes) y cómo de ellas se desprende naturalmente la implementación de una actitud diferente y un manejo en consecuencia, igualmente diferente en cada situación. Pero también resulta evidente que del mismo modo como una cultura terminó imponiéndose sobre la otra, heredamos un folclore ecuestre específico; como decíamos, nuestra tradición ecuestre está determinada por la tradición del gaucho y por el uso que le dimos al caballo dentro de nuestra cultura.


Nuestro saber hacer, la mejor expresión de nuestro manejo, está en el caballo de polo: allí encontramos un excelente tipo de caballo, domado y adiestrado con tal arte que resulta la mayor eficiencia; en él, nuestras técnicas tradicionales de doma demuestran sobradamente su eficacia.

Sin embargo, esas técnicas no parecen ser igual de eficientes en otras actividades, como el salto y el adiestramiento. Salvada la variable genética (que los criadores están resolviendo mediante la importación de genética centroeuropea) y fuera de discusión el talento de los jinetes, la variable que nos queda por considerar es el manejo que hacemos de dichos caballos.


Una variable que más parece una constante, porque son pocos los cambios que introducimos en dichos manejos. Dicen que Einstein decía que loco es aquel que hace siempre lo mismo esperando algún cambio.


En este sentido quizás le quepa algo de responsabilidad al propio caballo... es tan noble, que siempre intentará satisfacer nuestras demandas, descartará el “ruido“ que emiten nuestras señales y tratará de pasar en limpio nuestras demandas.

Justamente es allí donde despertó nuestra inquietud: ¿por qué nuestros caballos o habilidad como criadores tendría su suerte echada? ¿No hay manera de producir caballos aptos para el salto y el adiestramiento a nivel competitivo internacionalmente? ¿O puede ser otra la variable que esté condicionando el resultado?Si a ello sumamos las dificultades que todos enfrentamos a la hora de interactuar con nuestros caballos, como si nuestra voluntad fuera en una dirección y la del caballo en sentido contrario..., las dificultades a la hora de intentar algún ejercicio de adiestramiento..., a la hora de interpretar el código de las ayudas y comprobar que el caballo resulta absolutamente “sordo“ a nuestros fallidos intentos..., a la hora de reunir al caballo... expediente que más de una vez ha condenado a algunos al abandono de la actividad o los ha condenado a bregar incesantemente tirando de las riendas (para poner el caballo en “posición“) y acicatear con las piernas (para mantener la “impulsión“)..., concluimos en sospechar que algo de nuestro bagaje y acervo cultural en materia ecuestre no estaba de acuerdo con el objetivo.