martes, marzo 20, 2007

Pie a tierra con riendas largas

El trabajo pie a tierra con dos riendas largas resulta muy práctico y sobre todo nos permite avanzar paulatinamente durante la iniciación, confirmando y asegurando el aprendizaje del caballo.

Es cierto que en un principio puede resultar algo complicado arreglarse con las dos cuerdas y dominar la conducción con habilidad y agilidad, pero vale la pena hacer el esfuerzo porque este manejo beneficiará nuestro tacto.

En un primer momento trabajamos dentro del circular o del cuadrilátero, con las riendas atadas a la jáquima y pasadas por los estribos (que habremos atado por debajo del caballo).

Los primeros objetivos consisten en confirmar la marcha tranquila al paso y al trote, la respuesta a la voz de alto y los giros y vueltas.

Las ayudas (mensajes) con las cuerdas no deben ser nunca de retracción, los altos se deben ejecutar del mismo modo que lo hacíamos con el caballo suelto, adelantando nuestro cuerpo… los giros y vueltas se iniciarán demandando primero una flexión del cuello.

En un principio marcharemos siempre en forma lateral respecto de la dirección de marcha del caballo, en una posición similar al trabajo a la cuerda… con los primeros ensayos de cambios de mano en el círculo advertiremos que el caballo se sorprende un poco al perdernos de vista. Para colocarnos definitivamente por detrás del caballo necesitaremos unas cuantas sesiones.

Además de estos objetivos elementales, el trabajo pie a tierra con riendas largas introduce al caballo en la importancia de la rienda externa y más adelante cuando podemos marchar detrás suyo, el caballo aprende a recibir órdenes sin tenernos a la vista y empieza a trabajar en la rectitud. Consideremos que hasta ahora el caballo siempre ha visto nuestros gestos y órdenes, pero ahora no solo no nos verá sino que además debe tener la voluntad de ir por delante, ya no nos sigue, sino que ahora debe ejecutar poniendo algo más de voluntad, decisión e iniciativa. Recibirá las órdenes a través de la voz y de las indicaciones de las riendas que actuando sobre los flancos semejarán la acción de nuestras piernas y sobre los garrones activarán la impulsión y su accionar cada vez que sea necesario.

Recién cuando hayamos confirmado una marcha segura en línea recta y sobre todo altos sin necesidad de aplicar tensión en las riendas, podemos aventurarnos a un paseo que poco a poco puede ir incluyendo diversas alternativas: zigzag entre árboles, subidas y bajadas en desniveles propios del terreno, pasar por sitios estrechos, pasar pequeñas zanjas o banquinas… es válida toda maniobra que nos ayude a confirmar la confianza del caballo Lo único que debemos velar es por evitar todo manejo brusco o de riendas tensas… o tratar de imponer caprichosamente alguna maniobra que si no ocurre espontáneamente, nos advertirá sobre que el caballo aun no está tan maduro como debiera…

Con las riendas largas también podemos introducirnos en ejercicios de lateralización, ceder a la pierna y apoyos.

La marcha del caballo debe ser animada por constantes demandas de flexibilidad del cuello a una mano y a la otra, acompasadas según la marcha de las espaldas… cada tanto repetiremos altos y aprovecharemos para acercarnos al cuello del caballo y felicitarlo con caricias y halagos.

Como decíamos, el trabajo con riendas largas nos permite confirmar lo aprendido por el caballo en cuanto a conducción y confianza… no se trata de que el caballo aprenda a hacer ejercicios aislados, se trata de desarrollar una confianza simbiótica, de tal modo que el caballo pueda ejecutar prácticamente cualquier demanda o enfrentar cualquier obstáculo con la certeza que nuestras pedidos no son ni abusivos ni exorbitantes. Cimentando de tal modo la confianza en sí mismo.

De otro modo el caballo aprende aisladamente, sin articular ni combinar; por ejemplo, aprende a subir a un trailer pero en determinadas circunstancias, cuando éstas cambian, todo cambia y hay que reconducir el manejo. El caballo antes que nada debe aprender a estar seguro de sí mismo, que no le pediremos nada que no pueda hacer, y esta disposición de ánimo nos ayudará a resolver cualquier circunstancia.

miércoles, marzo 07, 2007

Una cuestión de método

La primera idea que viene cuando uno piensa en un método es una sencilla definición que alude a un modo ordenado de proceder para llegar a un resultado o fin determinado, pero de una manera más específica, los métodos quedan consagrados para descubrir la verdad y sistematizar los conocimientos.

Por ejemplo Descartes buscaba un método que le permitiera alcanzar la certeza; su singularidad radicó en recurrir a un nuevo fundamento de racionalidad: la duda, que paradójicamente era lo único que le daba alguna certeza.

En las ciencias, el método determina muchas precisiones: hay que definir el objeto de estudio (para estar todos de acuerdo en que se habla de lo mismo), uniformar los procedimientos de observación y análisis, homologar las técnicas de experimentación para que las conclusiones y conocimientos puedan ser ponderados; el método responde a un conjunto de reglas que permite fundamentar el conocimiento y la certeza alcanzada.

Lo que quiero destacar es que cuando uno intenta aplicar un método para proceder en alguna disciplina debería proceder de acuerdo a la complejidad del método: desde la identidad del objeto hasta la confirmación del resultado. Las técnicas por sí solas no constituyen un método La idea de aplicar técnicas extraídas aisladamente de un determinado método, no siempre puede asegurar arribar al mismo resultado.

En lo que hace a la equitación y en particular en competición, si bien cada binomio (caballo/manejador) puede ser observado como una singularidad en cuanto al tipo de vínculo que han establecido, no es menos cierto que quienes tienen más éxito lo hacen a partir de un método Tienen claramente identificado el objeto; las técnicas y procedimientos que se aplican están íntimamente relacionadas, y las experiencias y resultados enriquecen el sistema.

Desde el principio: la definición del objeto, la cría; hasta el resultado: la organización de la disciplina en lo que hace a sus reglamentaciones y resultados buscados; pasando por cada una de las fases de todo el proceso en forma coherente y lógica.
El método de entrenamiento consagrado responde a un conjunto de ingredientes conjugados… la genética, la cultura ecuestre y las técnicas acaban por amalgamar una política afín con todos los elementos.

Por ejemplo, de nada sirve argumentar que el origen del dressage fue el caballo de guerra, que actuaba con independencia y prácticamente sin conducción, entrenado en saltos de escuela que sirvieran de defensa o ataque, si ahora esas habilidades resultan insignificantes. Los parámetros del adiestramiento actual pasan por otros meridianos… y son estos meridianos los que definen el método y la disciplina.

Por varias razones a nosotros se nos hace difícil recurrir a los métodos consagrados. En principio los caballos no son homogéneos, trabajamos con caballos de diversa genética que importan comportamientos físicos y emocionales muy diversos; morfológicamente tenemos caballos muy diferentes cuyas habilidades, capacidades y expresividad son naturalmente incomparables.
La iniciación y doma de cada uno de ellos tampoco es técnicamente homogénea, y aún si lo fuera, responde a una cultura ecuestre que tiene también muy diversos parámetros y objetivos. Y tan luego, imposibilitados de organizar sistemáticamente esta pluralidad, aplicamos técnicas de adiestramiento que muchas veces no son todo lo eficientes que esperamos, justamente porque lo que se aplica está extraído de un método del cual no se respetan todas sus partes. Como decía, cada detalle del método lo define y lo hace único… pero una técnica en particular no hace al método en general.

Lejos de poder esperar que esta situación cambie, debemos analizar cada contexto en particular, revisar la compatibilidad de determinadas técnicas, su oportunidad, según el caballo que estamos trabajando. La cadencia, el ritmo, el equilibrio, la ligereza, la rectitud y la impulsión, (libertad y regularidad de los aires, armonía, permeabilidad a las ayudas y facilidad de los movimientos, liviandad del tercio anterior y encorvamiento del tercio posterior, debido a un vivo impulso, aceptación del bocado) son todos principios y objetivos consagrados por el Aº 401 del reglamento de la FEI que a mi modo de ver no deben ser considerados individualmente, sino que todos ellos son la expresión en conjunto, la resultante, de un caballo bien adiestrado.

Trabajar sobre uno en particular, en detrimento del resto, podría producir un desequilibrio, un desbalance en la armonía perseguida. En cambio el trabajo coherente, sin desproporciones y haciendo progresar el entrenamiento de forma que se vinculen todos los ingredientes, debería arrojar el resultado esperado. Ninguno de estos objetivos por si solo es condición de posibilidad del resto.

Por ejemplo, insistir en la impulsión como factor decisivo para el éxito, puede ser contraproducente… hay caballos que según su conformación o iniciación o personalidad, no necesitan, en determinado momento, más impulsión sin que esto repercuta en una pérdida de cadencia, ritmo y equilibrio… incluso caballos que evidentemente necesitan resolver su impulsión, no pueden zanjar la cuestión sin antes remediar su equilibrio.

Muchas de las técnicas a las que adherimos fervientemente como panaceas, a veces resultan adversas si no constatamos y analizamos el momento de su exigencia. Ante la diversidad que enfrentamos, la única guía posible es un tacto lo suficientemente versátil, con algo de creatividad e improvisación, aunque sin perder de vista aquellos objetivos y principios. Un tacto que nos permita adecuar las técnicas a la oportunidad, según la variedad y pluralidad que nos propone la realidad ecuestre.

De rigores que espantan

El caballo, de este modo, da la impresión de hacer, con su propio consentimiento, lo que se le pida. (del reglamento de la FEI)

Partimos de la base que el caballo es el protagonista y el ejecutante.
Puede parecer una discusión semántica, pero el caballo no debería “dar la impresión”, como si se tratara de una ilusión, si no que el caballo debería ejecutar con su voluntad e iniciativa, lo que se le demanda.
El resultado que se busca entonces es consecuencia de un aprendizaje por parte del caballo. Si bien es cierto que para resolver algunas expresiones lujosas es imprescindible entrenar físicamente al caballo, ponerlo en una disponibilidad atlética, la idea del adiestramiento que prefiero es aquella que enfatiza el favor de la inteligencia del caballo. Un caballo educado, de buenos modales, obediente que sabe lo que tiene que hacer.

Enfrascados en discusiones técnicas perdemos de vista otras expectativas.
Tal cual está presentada la disciplina sobre todo a nivel competitivo, cada vez parece ser más rigurosa y exigente, sobre todo a nivel de las habilidades del jinete. Estas exigencias se plantean desde un inicio y a veces son la misma causa del abandono y de las dificultades para que más gente se decida para practicarla.

Son pocos los que pueden aspirar a ser bailarines profesionales, pero esto no es óbice para que todos podamos disfrutar del ritmo y la armonía de una melodía y bailar con apasionamiento.

Si el dressage solo depende de la habilidad del jinete, muy posiblemente se vuelva una disciplina cada vez más elitista.
Sin embargo un caballo que haya aprendido a realizar los ejercicios solo necesita un jinete que sepa “pedir”.
La calidad de jinete e instructor no necesariamente deberían estar confundidas… seguramente las dos cualidades bien ejecutadas pueden ponernos ante un talento singular, pero esto no debería determinar la regla general porque si no el dressage ya no se podría considerar un deporte, seria solamente una sucesión de excepcionalidades. No hay nada que inhiba a persona alguna para disfrutar de un ejercicio de alta escuela… podrá ser ejecutado con mayor o menor excelencia, pero el factor decisivo es que el caballo haya aprendido a hacerlo.

Casi no disponemos de caballos de escuela… esto conspira contra el aprendizaje de los jinetes. No tener a disposición un caballo que nos enseñe cómo se siente esa energía, hace que el proceso de entrenamiento del jinete sea muchas veces un devenir, un derrotero a tientas en medio de un laberinto, sin tan siquiera saber qué se busca.

Quien se arrima a los caballos busca maneras de disfrute, y el caballo en general tiene una variedad muy amplia de maneras de prodigarlo y entre ellas, no me cabe duda, montar un caballo adiestrado es una de las mayores emociones que nos puede brindar.
El compromiso de los instructores no debería hacer de esta expectativa un plan de tal exigencia vinculado con el talento y las habilidades del jinete, sino que debería tratarse de hacérselo posible.

Estamos muy lejos de una equitación de excelencia porque nuestros ejemplos son excepciones y nuestra idea de la disciplina, un rigor que pone a prueba el más genuino entusiasmo… nada más alejado de la nobleza y entrega que el caballo está siempre a dispuesto a brindarnos espontáneamente.