sábado, agosto 18, 2012

La educación y el placer


Los manejos naturales se popularizan. Por un lado esto sirve para demostrar que no se trata de habilidades singulares sino de un saber-hacer que viene con nuestro bagaje genético. Ni tan siquiera se trata de aprender una técnica, sino tan sólo de recuperar una manera de estar en el mundo y con el mundo. Los caballos, en su noblez,a nos procuran una puerta de acceso.
Sin embargo y a propósito de estas prácticas cada vez más difundidas me parece necesario remarcar algunos aspectos y consideraciones que deberíamos tener en cuenta.
Esto supone revisar la cuestión a partir de dos ejes: uno, referido a los efectos de las hormonas del placer (las endorfinas) y el adiestramiento por medio de actos reflejos; y dos, algo que se desprende de lo primero, cierto abuso en el que podríamos recaer al incurrir en un sobremanejo del caballo.
A esta altura no es novedad saber que las endorfinas se segregan a propósito de una situación límite como inhibidoras del dolor. En los mamíferos esto lleva a una respuesta nihilista que suprime toda respuesta defensiva e inunda de sensaciones placenteras que velan los padecimientos ante el riesgo. Según dicen, los maratonistas por ejemplo, alcanzan este nivel que les permite seguir corriendo a pesar del esfuerzo, embargados de una sensación placentera.
En lo que concierne a los caballos es sumamente fácil inducir este estado sin recurrir a violencia alguna, lo que supone un alto nivel de intoxicación que los sume en un momento de “bienestar”. Se muestran relajados, altamente sumisos y absolutamente insensibilizados.
Alcanzar este estado permite al manejador inescrupuloso (o ignorante de lo que está provocando) hacer gala de sus “habilidades”… montar un potro, pararse en el anca… en fin, una serie de “destrezas” que sugieren un poder extraordinario. Pero sin embargo, en estas demostraciones de merchandising, no veremos nunca al manejador salir ni tan siquiera al paso con el caballo.
El caballo es manso, pero está dispuesto naturalmente para enfrentarse a las situaciones que lo amenacen, a huir ante lo desconocido… a desconfiar, e inhibir este estado de conciencia no debería ser natural. El trato con nuestro caballo tiene que evolucionar a partir de la conciencia del caballo y no de un estado de sumisión inducida porque esto no nos categoriza mejor que el más cruel de los manejadores tradicionales.
En este mismo sentido la educación mediante prácticas estimuladas por actos reflejos supone abusar de la sensibilidad del caballo. Educar no puede ser equivalente a adiestrar en estos términos. Sacar partido de la sensibilidad espontánea del sistema nervioso somático del caballo lo reduce a manifestarse unicamente por las reacciones de su médula espinal, sin que ninguna información o interacción con el medio sea procesada por el sistema nervioso central, es decir su cerebro. Queda claro entonces que este tipo de adiestramiento no supone capacitar al caballo ni estimularlo a tomar decisiones. Lo introduce en una suerte de programa de automatización.
He señalado estas dos alertas porque suelen ser prácticas que encubren, por detrás de un “manejo natural”, un abuso quizás más reprochable que el que le recriminábamos a los tradicionalistas. Y digo más censurable por dos razones.
Una, porque la inteligencia puesta en práctica está dirigida a sacar partido de una desigualdad manifiesta: el hombre actúa con handicap, dispone de recursos, herramientas y técnicas a su favor que antes de la interacción con el caballo ya están operando sobre el animal. Estas prácticas reinstalan la soberbia en términos de la dialéctica de un “vencedor” y se apartan de la noción de contrato consensuado. La ausencia de discernimiento en el caballo por la inhibición de respuestas, vicia de nulidad todo el asunto. Endorfinas y actos reflejos pueden ser más agraviantes y peligrosos que una jineteada.
Y en segundo lugar digo que son censurables por el peligro que entrañan… A pesar del aspecto pacífico con que se aborda al caballo, muchas veces hay que tener en cuenta que los caballos así trabajados no suelen ser apropiados para cualquier jinete y mucho menos si no está advertido del tipo de entrenamiento a que ha sido sometido. Si no se hace un recorrido tradicional -en el sentido de habituar al caballo a todo el ambiente humano-, las sorpresas estarán a la orden del día.   
Hemos dado o venimos dando una interesante batalla contra las prácticas tradicionales porque entendemos que no vale la pena poner en riesgo la vida ni la integridad física y moral del jinete ni del caballo. Sostenemos que hay prácticas más inteligentes que permiten una gran economía de esfuerzo y que sirven para preservar al caballo y al jinete. Sin embargo creemos necesario hacer la advertencia sobre las consecuencias muchas veces no queridas que dichos manejos pueden acarrear. Como hemos indicado, no sólo el abuso con ribetes comerciales sino también el riesgo que supone trabajar con caballos que han sido adiestrados en estados de sumisión psicológica son límites que deben advertirnos de nuestros posibles abusos
Como me ocurre habitualmente, no puedo evitar que algunas reflexiones a partir de los caballos tengan resonancia y paralelismo con la propia idiosincrasia humana y sus comportamientos políticos y sociales. La educación y el placer son armas de doble filo.