jueves, diciembre 05, 2013

La política de la cortesía

La política de la cortesía


Casi siempre cedo a la tentación de pensar en la equitación como una alegoría de la política (y viceversa). Es que desde cierto punto de vista me parece razonable pensar la relación con el caballo como una política. 
También me doy cuenta que sostener la comparación entraña riesgos de interpretación: porque... qué es la política? Supone necesariamente cuestiones de poder? Y qué es en última instancia el poder?
Por ahora me quiero conformar con hacer esta diferencia: la política puede ser entendida entre dos extremos derivados ambos de la raíz etimológica polis. Un extremo es la política como policía y el otro la política como politesse, cortesía.
La política como policía supone que la ley se desnuda y deja  la vista la violencia que la estructura pero, como salta a la vista, la policía pocas veces previene y siempre anda a las corridas detrás de lo ya ocurrido. Es propio de la policía como política el disciplinamiento correctivo que siempre llega a destiempo y es más la expresión de un fracaso.
En cambio, si en algún aspecto puede ser válida la comparación artificiosa que propongo, la cortesía (politesse) supone acordar los términos del trato. La cortesía procura un protocolo de forma y respeto que enmarque las condiciones de la deliberación. Es sin duda un ejercicio propio de la razonabilidad reflexiva cuya estrategia en términos de la teoría de juegos debería ser ganar/ganar.
La cortesía supone, en el trato con el caballo, que dialoguemos y que no impongamos nada por la fuerza para formular los términos del contrato.
Ahora bien, enfocándonos más en la práctica ecuestre, el contrato es la ley y esa ley son las manos del jinete. Manos que no deberían estar dispuestas para dirigir ni para imponer policialmente el orden y la disciplina sino para dar el marco de ecuanimidad indispensable para que el caballo confíe en el sistema que se le propone. Si la mano del jinete se despliega como una tropa de gendarmes es fácil concluir que la relación estará planteada en términos autoritarios que más temprano que tarde apelarán a la violencia para imponer algún criterio; de hecho, la violencia es el presupuesto necesario para que la mano actué policialmente.
La política con el caballo debe ser cortés, la mano debe ser la ley que nos rige a todos, al caballo que confía en ella porque asi sabe a qué atenerse y al jinete para quien también debe ser un límite de caballerosidad. La politesse es un acuerdo, un contrato, un ponerse de acuerdo para llevar las cosas hacia la armonía del entendimiento mutuo y en ese escenario la ley debe regir para todos por igual.
Alejandro J.G. Hernández