miércoles, diciembre 12, 2018

sábado, diciembre 08, 2018

viernes, noviembre 09, 2018

Alternativa

Se ha dado como expresión de la postmodernidad un despliegue sin fin de modalidades alternativas con las que se trata de dar la espalda al modelo icónico de la cultura tradicional.

Lo alternativo procura y ofrece ahora un estatus jerarquizado a todo aquello que antes fuera marginal o despreciado por diferente. El modelo de exclusión que exacerbaba los antagonismos ahora se ha reformulado a través de modos imperiosamente inclusivos. Nada queda por fuera del orden sistémico pero esta diversidad, proclamada como nuevo orden universal, trae consigo una confusa relativización de todos los conflictos al extremo de enervarlos. La relatividad cultural imperante ya no tiene el eje en la discusión de los antagonismos otrora fundamentales para tratar de comprender las razones de nuestro sistema de vida sino que gracias a la multiplicidad, lo antagónico ya no es causa de ningún análisis, simplemente pasa a ser desconsiderado por insignificante; lo relevante en el orden de la contingencia es la pura diversidad.
En cuanto a desconsiderar los conflictos fundamentales, también se da el caso de modos extremos y radicales que a su manera también intentan impedir la dialéctica de los antagonismos con manifestaciones principistas y fundamentalistas que niegan y resuelven sencillamente los conflictos auspiciando el exterminio de los que piensan distinto.

De un modo u otro el caso es que las contradicciones no progresan hacia su superación sino que son suspendidas y postergadas de acuerdo a la doctrina paulista del katechon: impedir a como dé lugar el devenir y auspiciar livianamente cualquier manifestación o expresión que nos distraiga.

La proliferación de lo alternativo intentó expandir el panorama promoviendo la pura contingencia  como indulto ante la indiferencia que le dispensamos a los asuntos, nos perdona de tener que preocuparnos por los problemas sustanciales, nos dispensa de analizar las condiciones de posibilidad de nuestras existencias, y procura que estas expresiones pongan distancia respecto de las preguntas decisivas.

Se puede hacer lo que quieras (Dios ha muerto...) pero nadie especifica que el éxito ontológico sigue sujeto al régimen del mercado. Esta supuesta libertad no lo es todo porque se halla determinada por su propia indiferencia hacia lo que se le da la espalda. El relativismo no lo es todo porque siempre está a la par aquello que se pretende negar. Aquello que se niega es precisamente la única afirmación consistente y sobredeterminante.

De este modo, la proliferación de la diversidad alternativa  no hace otra cosa que reafirmar los principios con los que se trata de ocultar las contradicciones, opera del mismo modo que las manifestaciones radicales, niegan, por acción u omisión, la discusión sobre las contradicciones y a la vez habilita el expediente de congraciarse con uno mismo en el ejercicio de una diversidad insustancial. Diversidad que por su parte no hace más que subsumir subalternamente todo proyecto alternativo al orden sistémico universal y poner en evidencia esta diversidad como una forma de negación fetichista. Frente al compromiso trágico de la contradicción, la multiplicidad relativista nos ofrece el amparo de la pura contingencia como mascarada de libertad.

A pesar de  todo esto nosotros apostamos por una fórmula alternativa porque pensamos que aún en ella existe la posibilidad de abreviar el recorrido y la complejidad para quedar inevitablemente frente a frente con los conflictos esenciales. Lo alternativo, como particular, no puede evadir su momento de concreción determinado por la contradicción. A pesar de su modo distendido y metonímico, lo alternativo no puede eludir la confrontación con el conflicto: lo alternativo, salvo en su forma fetichista, no puede evitar lo Real.
Si no se llega a esta confrontación, lo alternativo fracasa como proyecto emancipatorio y solo repite los modos del consumo que difieren el problema e hipnotizan el discernimiento.

Una equitación alternativa no procura liberarse de los problemas éticos que implica la práctica ecuestre. No supone un lugar de confort que nos emancipe de todos los conflictos que conlleva  la práctica con los caballos. En lo particular del vínculo con el caballo no puede sino replicarse la complejidad del mismo mundo y por lo tanto la necesidad de tener que enfrentar estos desafíos éticos. No es la libertad de hacer cualquier cosa sino la libertad que surge de la necesidad impuesta por las contradicciones que nos constituyen.

Montar, o no montar; con embocaduras o sin ellas; métodos de entrenamiento conductistas basados en actos reflejos o gimnásticos; intervenir o no interferir en el mundo del caballo; qué es la violencia, qué es natural... hay alguna posibilidad ética de justificar y legitimar la práctica ecuestre?
Todas estas inquietudes y tantas otras no pueden caer en la indiferencia del relativismo alternativo sino que deben ser asumidas para que desde la propia experiencia se intenten resolver.

Lo particular de toda alternativa se puede volver universal cuando es el lugar que expresa un problema o pregunta candente; lo alternativo deja su lugar de la serie de uno más para expresarse cualitativamente en la formulación explícita del conflicto.
Lo alternativo como formulación postmoderna es una respuesta que no supera el fracaso. En cambio, lo alternativo bien concebido debe involucrarse en lo particular para despejar los conflictos, despejar las incógnitas que se repiten sinérgicamente en todas las formaciones del mismo sistema.
No hay salvataje posible con ningún plan o proyecto alternativo, lo alternativo vale sólo como experiencia singular capaz de traer a primer plano las preguntas que preferimos no confrontar. Lo alternativo puede ser, si se quiere, una posibilidad para ejercer la libertad a partir de la necesidad.




martes, octubre 23, 2018

La impostura de lo natural


De un tiempo a esta parte todos los comportamientos humanos deben comparecer ante el tribunal delo natural. Incluso parece haberse invertido la presunción de inocencia: todo quehacer humano se presume antinatural y violento y no hay muchas chances de demostrar lo contrario. La humanidad sería una rara especie antinatural (vaya a saber de qué procedencia) que a lo largo de toda su existencia no ha dejado de atentar contra el orden natural.
Asi las cosas, para quienes disfrutan del apasionante deporte del dedito admonitorio y acusador, se allana el camino de la demostración de la culpa o responsabilidad del imputado, con una rápida denuncia se consigue comprometer, frente al tribunal de ética, a cualquier desprevenido.
Y por las dudas que alguien quisiera discutir el estatus jurídico del encuadre penal, la definición de naturaleza se da por la negativa, o sea, todo lo que haga el hombre es un agravio a la naturaleza.
Más allá de discusiones filosóficas al respecto que demostrarían fácilmente que el propio concepto
de naturaleza es una construcción humana y racional, lo natural se exhibe como un paradigma
universal pero tan indeterminado como impreciso.
Las tendencias que defienden el orden natural de lo dado dan por sentado que hay una ley suprema
que rige el universo pero que al hombre le resulta inaccesible y con la que no acierta ni por error.
A pesar de que nadie puede definir la naturaleza de lo natural, aún así, lo natural es una vara
intransigente con la que unos humanos han lanzado un proceso universal de enjuiciamiento y
proscripción en contra de otros humanos.
Una época de gatillo fácil, de esclerosadas oposiciones que son la negación de toda dialéctica superadora; si hay algo propio de la naturaleza humana parece ser esto de recurrir a expedientes
sumarísimos para condenar al prójimo evitándose lo arduo que puede resultar el trabajo de revisar el juicio y las categorías que lo determinan; una sentencia rápida después de una denuncia expeditiva fundada en argumentos paradójicamente “naturalizados”, que no requieren ser revisados porque
son intuitivos. Denunciar, imputar y sancionar por el trámite sumarísimo del juicio popular (y es
sabido que el juicio popular es vox dei).

En el uso vulgar y más práctico se dice impostor a aquella persona que se hace pasar por lo que no
es; incluso es un impostor el que engaña con apariencia de verdad. Y se asocian a la palabra
impostor una serie de sinónimos como embaucador, farsante, calumniador, difamador, tramposo, mentiroso, estafador y charlatán.
Su etimología viene del latín y denotaba poner por encima, imponer; luego sería usado con la idea de echar encima de alguien una responsabilidad o culpa de algo a alguien.
En este contexto semántico lo natural jugaría de una doble manera: impostor por atribuirse una
identidad falsa como sujeto absoluto de una verdad e impostor por atribuir responsabilidad o culpa falsamente a otro. Lo natural nos calumnia, nos difama desde su charlatanería farsante y
embaucadora.

Hoy, lo natural, para ser sintético, se esgrime como un canon con el que dirimir la eticidad del
quehacer humano. Lo natural sería lo contrario del artificio; lo natural sería esencial e
inobjetablemente bueno, lo que implícitamente y por contrapartida caracteriza el comportamiento
humano como malicioso y perjudicial para el orden establecido.
Habría muchos argumentos para esgrimir pero uno en especial es tener presente que lo natural como concepto es, antes que nada, una construcción semántica del lenguaje que al mismo tiempo es lo suficientemente vaga e imprecisa para intentar constatar y confrontar certeramente su contenido con lo real. Cuál sería el contenido específico de lo natural?

Nos atraviesa y recorre y nos interpela una noción de natural que parece ser el paradigma moral que
viene a reemplazar los diez mandamientos, con la no poca diferencia que éstos, al menos, tenían un
contenido bien determinado. Lo natural ha devenido una hipóstasis en términos místicos que oficia a modo de reproche calumniador y que sólo alude por contraste respecto de lo que hace el hombre.

No parece hacer falta definir lo natural, alcanza con lo que intuimos (en un nivel de certeza muy elemental porque ya se sabe que nuestras intuiciones son falaces) y tener por artificioso todo quehacer humano.
Así las cosas, parece que debemos dar por sentado que hay algo como una ley natural aunque no
nos sea dado conocerla. Debemos suponer también que lo natural es justo, ecuánime, equitativo; se supone que lo natural no es violento, que natural y vida van de la mano. Sin embargo, inmediatamente uno sabe que la naturaleza no es garante de la vida. La vida, a la vez que pródiga por necesidad, debe ser luchadora, enfrentarse al medio y modificarlo, adaptarse y cambiar pero la
noción de lo natural nos sugiere un orden preexistente agraviado por la actividad humana.
Yo pienso que si lo natural es algo que podemos conocer con nuestra experiencia no habría ninguna manera de pensarlo como algo bueno; no existía el hombre y la naturaleza varias veces ya se llevó puesto gran parte de lo vivo. Acaso la naturaleza no es violenta? El hombre es violento por ser de otra naturaleza? O más bien lo sería por ser una manifestación más del ser de la naturaleza?

Acaso no es la ideología la que nos viene enseñando que el medio es el resultado de una recreación e interacción incesante de las fuerzas que aplican todas las partes que lo constituyen y definen?
Acaso no es cierto que la adaptación es un artículo clave en la concepción del mundo?

Quizás sea el propio hombre el que como rasgo característico tenga este problema de pretender
encontrar y despejar una ley única que lo organice todo pero entonces el rasgo distintivo del hombre sería superador del caos y de todo lo trágico que hay en el horizonte de acontecimientos de lo natural. Porque la naturaleza misma no cesa de exhibirse errática, frágil, violenta, en lucha permanente, amenazante de la vida, cuyo único sostén es el devenir a través del cambio, la adaptación, la mutación, la variabilidad y multiplicidad de factores que colisionan caóticamente y
tienen como resultado el azar del acontecimiento novedoso y singular. Lo que en cierto sentido es
bastante natural porque la naturaleza se nos presenta como un ámbito dialéctico en si mismo cuyo devenir está unicamente signado por el cambio incesante.

Es muy difícil si uno es crítico, concebir una imagen idealizada de la naturaleza a no ser que
empecemos por considerar que lo natural está definido por la cultura del hombre y que como tal no es más que una construcción ideológica, un dispositivo de control moral que trata de dirigir nuestros comportamientos sociales en una sentido determinado: la negación de todo lo que sea humano.
No es exagerado sospechar que ya se ha establecido que el hombre infringe obstinadamente el orden natural. Cuál sería el comportamiento debido, éticamente correcto?
Parece que debemos quedarnos quietos, como los chicos, no tocar nada (que se rompe), que la
sumisión a un orden dado es la la única respuesta natural.
En cierto sentido la única norma válida es que la naturaleza no está sobredeterminada por ninguna causa sino que ha puesto a andar la libertad y no tenemos que vérnosla con una ley que
desconocemos por incapacidad, sino que el mandato natural soberano es ser libre para el cambio.

Mientras tanto, el curso de los hechos va en dirección contraria: los hombres del pensamiento
politicamente correcto encarnan la negación y persecución moral de lo más natural que hay en el hombre al procurar plasmar y formalizar sistemas bajo leyes eternas o trascendentales. Lo urgente de todos los días que tiene en jaque al hombre, el administrar el caudal de energía que lo desborda, se quiere resolver con la simple idea de dejar que la naturaleza siga su curso.

En lo que atañe específicamente al ámbito de la equitación esta cuestión de lo natural viene
teniendo un desarrollo intenso. Por un lado nuevos métodos de doma y adiestramiento de los
caballos que, basados en la etología, arguyen recurrir a lo natural como argumento de mercadeo; y por otro, posturas mas radicales que sostienen que lo verdaderamente natural sería no interferir en lavida del caballo. Algunas técnicas de doma intentaron en un inicio diferenciarse apelando a lo racional pero rápidamente los naturalistas apuntaron sus reproches a que justamente la racionalidad era un ardid para encubrir el abuso y la violencia. Para los más radicales toda intervención del
hombre en el mundo del caballo es un acto de violencia en sentido amplio hasta el extremo de
abusos por disponer de manera egoísta de los caballos para procurarse un goce hedonista. Así las cosas, el hombre violentaría al caballo por haberlo constreñido a expresar su potencial genético, convirtiéndolo en un producto de la excelencia pero siendo esto, para algunos, mera esclavitud. El hombre supo hacer salir a la realidad lo bello que escondía lo natural en su devenir caótico pero el resultado en lugar de expresar belleza y singularidad expresa más bien abuso y violencia.
En primer lugar resulta bastante ingenuo tener que aceptar sin objeciones o reparos que lo natural no es violento, abundan los ejemplos de glaciaciones, tsunamis, estragos diversos y luchas
incesantes por la supervivencia en condiciones adversas, todo ello sin entrar a considerar las
posibilidades de vida al momento del Big Bang, de que algún meteorito se estrelle contra la tierra o
tener en cuenta las leyes de la termodinámica que auguran un final oscuro y frío para todo el
universo. La ideología de lo natural es lo que nos hace actuar ignorando que una catástrofe es
posible aunque sepamos que lo es. Nos hace creer que hay cierta justicia en lo trágico y que no nos
compete tratar de evitarlo o corregirlo porque es ir en contra de las leyes originales. Y aquí la
impostura: que la posibilidad cierta del fin de la humanidad es responsabilidad del hombre y no de la naturaleza misma. Ya no se trata del cinismo de la hipocresía, es un puro fundamentalismo
ideológico que replica el discurso del poder.
Y en segundo lugar, qué sería lo pecaminoso de la violencia? Llevamos milenios de reproches
éticos por la búsqueda del conocimiento.
El trabajo del hombre irrumpe en la realidad de la mano del conocimiento, de la ciencia. Ciencia es
una palabra que etimológicamente viene de la raíz cortar, separar (scio): escisión o scissors (en
inglés, tijeras). La ciencia corta, separa y procura diferencias. El sentido común no está cómodo con
las diferencias siempre prefiere la homogeneidad del género neutro.
Precisamente aunque nuestro cuestionamiento no va dirigido hacia una reivindicación del uso
irracional de la fuerza nos encontramos en la mira de quienes de una manera extremista proponen que al caballo hay que dejarlo a su suerte aunque ésta hubiera sido, en razón de las propias causas naturales, su extinción.
En cambio se trata de focalizar un punto de inflexión desde el cual poder comprender que violencia,de acuerdo al concepto absoluto, es un factor característico de todo quehacer (es lo más natural) si consideramos que los efectos de cualquier acción suponen un cambio en el medio. En ese sentido el juicio que sanciona por violento el comportamiento humano está extralimitado. Lo que éticamente es deplorable es que establezca un principio de culpa y que el comportamiento humano tenga que asumirse como pecaminoso y ofensivo del orden natural. Como en tantos otros órdenes sociales la
presunción de culpabilidad ha reemplazado a la de inocencia y lleva consigo la tácita sugestión que el comportamiento humano debido es la pasividad, la sumisión y el rechazo de cualquier
intervención o cambio.
Paradójicamente todo lo que se critica y sanciona del comportamiento humano como antinatural
suelen ser las características y manifestaciones más naturales del hombre: se suele decir que el
hombre tiene conductas antinaturales cuando está actuando de manera natural. Cuando el hombre esatávico, se comporta con ira, depreda o es violento es el modo en que se identifica con la naturaleza:lo propio de la naturaleza en su modo de ser espontáneo y a la vista. Contrariamente, así no se reconoce en la naturaleza su modo de ser dialéctico y cambiante, se quiere hacer ver que en la naturaleza impera un modo de ser rígido y sometido a leyes rigurosas, invariables. Y otra vez se nosofrece una interpretación invertida: en lo cambiante del hombre no se ve un rasgo natural sino algo antinatural, lo inestable de la naturaleza ya no es un rasgo distintivo de ella sino una característica agraviante del orden natural que es propia del hombre.
Todo esto no quiere decir que el hombre, que todo hombre, no incurra en disparates y en discursos
aberrantes. De hecho la construcción ideológica del concepto sobre la naturaleza es, como tantos
otros, una elaboración cultural implicada en la estructura del poder.
Los parámetros morales son un campo de batalla donde terminan por imponerse los criterios
“naturalizados” con los que el orden social y económico se ecualiza. La moral y lo ideológico son los modos del discurso que establecen el denominador que nos hace comunitarios, en ese sentido lo “natural” aspira a convertirse en una pauta de comportamiento que sanciona o aprueba lo que hacemos o queremos. No digo que no sea necesario que tengamos valores, el problema empieza cuando uno sospecha que esos valores con alto contenido ideológico son impostores.
La idea subyacente al orden natural es la apelación a un régimen legal que rige a la naturaleza pero que es sobrenatural.

La única identidad entre hombre y naturaleza, o lo que de natural hay en el hombre, es precisamentetodo aquello que el fundamentalismo naturalista no reconoce en la propia naturaleza: el poder de cambio, de adaptación y la dinámica que conlleva la interacción de fuerzas.
No hay evidencia de una ley originaria e inmutable que pueda funcionar como modelo de ética que no sea la libertad como necesidad creativa para la supervivencia. Si es ejemplo de algo, lo natural, es de lo imprescindible que es la libertad de acción para darle chances a la vida para enfrentar a los fuerzas inestables de lo natural.
Lo natural se instituye moralmente como un férreo nexo para anclar en lo establecido y ponerse asalvo de la dinámica inestable, imprevisible y cambiante que es la vida. Lo natural se postula comoel sentido común que simplifica lo complejo recurriendo a las intuiciones más elementales
alimentadas por el rechazo a la crítica (a las dudas y a las sospechas).
Lo natural juega un papel específico para inhibir nuestras conductas, todo lo que hacemos debe
pasar por el tamiz moral de lo natural, siendo éste un universal que sólo se concretiza en la voz
sentenciosa del sujeto que enuncia. A mi modo de ver no hay manera de ser más natural que siendo
hombre, recurriendo en lo más básico a nuestro instinto de supervivencia y resistencia y apelando a la libertad y el cambio.

lunes, octubre 15, 2018

Un único método para todos los caballos?

Un único método para todos los caballos?

Un esquema rápido para clasificar los caballos puede consistir en un cuadro de doble entrada donde se combinan estructura física y carácter. Caballos de carácter dócil o fuerte y caballos de estructura liviana o pesada.  Estas combinaciones elementales rapidamente ilustran que no hay un único caballo... aquí ya tenemos cuatro.  Y la combinación puede aumentar en una progresión geométrica si empezamos a considerar otras características tanto físicas como de personalidad. Caballos de cuello largo o corto... de grupa mas alta que la cruz o a la inversa;  largos o cortos de lomo;  despegados del piso o con miembros cortos;  de carretillas y mandíbulas grandes o finas; etc. Y caballos linfáticos o nerviosos;  asustadizos, paranoicos o sumisos y calmos;  y un largo etc de comportamientos.
De ello se desprende que no es posible pensar o aplicar un único método o técnica sin evaluar estas características porque los caballos son diferentes.
La diversidad tan valorada queda velada cuando se aplica un único criterio.

martes, mayo 08, 2018

La impulsión

El concepto de impulsión es muchas veces mal interpretado. Vulgarmente se lo considera como el empuje y la voluntad de avance del caballo asociándolo con la idea de velocidad. Sin embargo técnicamente la impulsión debe considerarse en función del tiempo de suspensión del trote y el galope. Así es posible comparar que hay caballos que parecen tener buena impulsión pero en realidad su regularidad se ve afectada por la pérdida de suspensión y elevación de los aires.