Paciencia, la virtud de la paz
"El caballo (a la vista del hombre)
sigue siendo noble en su servidumbre
porque el hombre quiere seguir siendo un
gran señor"
Bachelard
Ya
sabemos de las bondades del caballo, de sus virtudes, de su nobleza… Que da
todo de sí sin medir la buena educación o los modales de quien se lo exige. Pero quizás no lo sepamos todo y lo que
creemos saber no sea otra cosa que una serie de excusas para justificar nuestra
manera de comportarnos. El hombre ha sacado provecho del caballo haciéndolo
objeto de sus necesidades y placeres. Objeto para la guerra, para el alimento,
para el trabajo, objeto del entretenimiento, para el juego y los deportes, como
compañía y aún como medio terapéutico.
Digamos,
por ejemplo, que los caballos tienen una organización social (aunque esto ya
suponga cierta antropometría que tiende a confundir la organización de una
manada que en estado natural suele estar determinada por funciones más propias
de la genética, con un orden social que tiene que ver con relaciones políticas
y de poder); y a esta organización, inmediatamente, el hombre le adjudica un
orden jerárquico o cualquier esquema que de algún modo termina expresando una
relación de poder. Pero las relaciones que establece la manada nunca son del
todo análogas a las que desarrolla el propio hombre. La jerarquía que creemos
ver en los caballos jamás supone un orden de subordinación, dominación o
vasallaje… ningún caballo trabaja para otro.
Siempre
habrá un problema subyacente en la manera de reconocer y designar el orden que
relevemos del mundo de los caballos: el mundo de los caballos no coincide con
las categorías que el hombre tiene elaboradas a partir de su propia práctica
social. Y esta proyección es la que obtura y vela cierto aspecto o dimensión de
la realidad de los caballos llevándonos muchas veces a considerar natural sólo
aquello que justifica y legitima algún modo de dominación por el imperio de la
inteligencia o la fuerza.
El hombre
trata de legitimar sus propios modos replicándolos en otras especies y de ese
modo argumentar cierto naturalismo que estaría como fundamento y a la base del
tipo de organización social que el hombre se da. Si se puede encontrar entre
los caballos, corroborar de algún modo el “orden jerárquico”, eso legitimaría
que otro orden jerárquico análogo pudiera darse entre los hombres.
El
problema es cómo se interpreta ese orden jerárquico entre los caballos o en
cualquier otra especie… si la interpretación responde a una observación
conforme a la realidad o sólo es adecuada a los propios intereses del hombre
que proyecta su imaginario y sus intereses.
Por lo tanto las proyecciones que hacemos conllevan una falla de
desajuste… hacer omisión de este
desajuste, de aquello que no coincide exactamente con nuestra categoría es eliminar
lo que podría hacer la diferencia.
Digamos
que lo que tratamos de poner bajo observación es la lectura que el hombre hace
de lo “natural”, las enseñanzas que pretende sacar de ello y las
justificaciones que formula a partir de ello con lo que pretende legitimar su
comportamiento. Al respecto es necesario
establecer dos escenarios diferentes: un momento pacífico, de armonía y otro
momento de paranoia, de fuga, de amenaza.
Al menos
como presupuesto para sostener la tesis que pretendo desarrollar, propongo que
en lo “natural” se dan estos dos momentos y que por lo general el hombre sólo
se ha enfocado en el segundo: es decir, ha observado a la naturaleza como un
régimen violento no exento sin embargo de leyes que lo regulan y que el hombre
obviamente trata de desentrañar como si fueran la propia legalidad de la
realidad.
El
hombre, a partir de la proyección de su propia condición social de
inestabilidad ha ingeniado sobre la naturaleza su propia representación del
mundo, la conciencia de un estado ominoso de amenaza latente; y en consecuencia
trata de establecer leyes y orden que lo regulen sin tener en cuenta como
condición de posibilidad previa aquel estado de armonía sino dando por supuesto
y necesario la condición de inestabilidad.
De este
modo, las leyes que “sacamos” de la naturaleza sólo son funcionales a partir
del reconocimiento de ese estado paranoico: la fuerza, la violencia, el poder,
la lucha son comportamientos al que se les atribuye universalidad a partir de
cierta habitualidad, en tanto sólo son una parcialidad, una excepcionalidad, sólo
uno de los dos momentos que propone la observación de lo natural.
En cierto
sentido lo que proponemos es no dejar afuera para construir nuestro orden lo
que de pacífico tiene el propio orden natural y a partir de ello poder
relativizar la trascendencia de las leyes que regularían la violencia y que
parece ser lo único que sabemos reconocer en el mundo.
Lo que el
hombre suele reconocer como “jerarquía” en los caballos podría ser interpretado
más bien como un circuito, un orden de transmisión de información o datos vitales
para la supervivencia tanto individual como de la especie. Esto no es un modelo
sino la demostración de que la categoría “jerárquica” debería ser sometida a un
análisis que la desmenuce y que podemos hacer diferentes interpretaciones de
cómo es el orden jerárquico, o a qué responde. Podríamos decir que cuando una
manada se pone en marcha, la posición que cada individuo ocupa en la fila
depende de su calidad como ejemplo o simplemente por su capacidad de adecuación
al medio o por su “conductividad” … pero esto no supone ninguna prerrogativa,
ni el ejercicio de algún “derecho” por sobre el resto. La organización entonces
no está regida por una lucha que suponga un beneficio ulterior o la obtención
de alguna prebenda. El circuito, en todo caso, puede privilegiar la cualidad de
“conductividad” de la información, pero probablemente el hombre recaiga en
interpretaciones antropocéntricas y tienda a interpretar esa conductividad como
capacidad de conducción (mando) y liderazgo.
Insisto
en que esto es una libre interpretación que sólo tiene por objeto provocar un
contraste con aquellos modelos que replican la jerarquía y el propio orden que
los hombres se quieren dar y llevan a malas interpretaciones de lo que es el
liderazgo. El liderazgo corre la suerte que el hombre quiera que corra de
acuerdo a sus intereses… y en esta estrategia el hombre define al liderazgo de
la manera que le convenga para legitimar sus propias relaciones de poder.
La
jerarquía entre los caballos no es autoritaria, no se establecen luchas por el
poder ni por el gobierno, no hay un plan dirigista y el trato social parece
basarse en los buenos modales que aseguren el respeto del espacio vital del
otro y la solidaridad en la transmisión de información relevante para la
supervivencia individual y de la especie.
Se me
dirá también que los buenos modales entre los caballos incluyen gestos
violentos o agresivos… si lo ponemos en perspectiva y en proporción quizás esas
violencias no sean tan significativas comparadas con las que pone en práctica
el hombre desde las guerras hasta el uso de las palabras; o que hay luchas entre padrillos por predominar en
una manada… pero no me parece que eso remede en modo alguno a la convivencia y
persistencia de estas luchas entre los hombres como para inferir de dicha
práctica la justificación de una tensión y luchas perennes entre los hombres en
el orden político y social. En todo caso un padrillo lucha por construir su
familia, afirmar su territorio y esto solo pone de manifiesto que la
organización social es diferente a la organización familiar… que la familia,
como dispositivo de dispersión genética, queda a distancia del orden social que
suele requerir otros argumentos para justificarse.
Aquello
que queda velado por nuestra mirada obsesionada por las relaciones de
poder y la ética del liderazgo es que la
estancia del caballo en el medio ostenta paciencia, que es la cualidad o la
virtud de la paz. Sea la paciencia una de las cualidades del caballo que ignoramos,
e ignorarlo no nos permite apreciar cómo incidimos en el mundo del caballo
cuando ponemos por delante nuestros objetivos. En tanto no apreciamos
acabadamente la paciencia del caballo no podemos advertir la diferencia con el
estado de paranoia: el shifter que lo pasa inmediatamente de la paz a la
paranoia… de su estado de apacentamiento a un estado de fuga ante cualquier
amenaza… del relajamiento soñoliento a la tensión muscular. Quizás, entre esas
cualidades que no leemos correctamente, se halle la diferencia entre la
paciencia y la paranoia porque nosotros mismos sólo tenemos conciencia de un
estado de amenaza permanente, no consideramos la paz como un fundamento sino
como un anhelo utópico.
Esa
cualidad, esa virtud, es la que no comprendemos cabalmente…. Normalmente
creemos que paciencia es una cantidad de tiempo, o de repeticiones absurdas
hasta que ocurra lo que el imperativo manda. Por el contrario, la paz supone un
equilibrio con el medio, un estado de armonía que de ninguna manera es condicionado
por algún acontecimiento por venir. El hombre arremete contra la paciencia del
caballo, lo tensa… lo constriñe a ingresar a un mundo de reglas que le son
ajenas… luego, con la sumisión, con el amansamiento se considera que el caballo
ha sido disciplinado. Pero el caballo ha sido despojado de su virtud, ha
perdido la paz, ha sido constreñido a reemplazar su propia paciencia por un
estado de resignación a la explotación de la voluntad del hombre. Y el hombre,
a partir de sus propias prácticas autistas, acaba confundiendo paz con
servidumbre.
Para
terminar y a modo de síntesis, algunas cosas que destacar… El hombre procede
por medio de argumentos ad hoc para
justificar sus propias tácticas, legitimando su manera de plantear
“naturalmente” las relaciones de poder. Lo que conlleva una doble implicancia:
por un lado justificar su propia violencia y sus modos de dominación y a la vez
bloquear las enseñanzas que podrían provenir del propio caballo. Replicamos
este modelo en cada circunstancia con el enceguecimiento que provocan estas
certezas verificadas tautológicamente a partir de lo que proyectamos sobre la
realidad y a través de nuestros propios imaginarios. Consagramos así la fórmula
del “liderazgo” como si fuera el propio código equino el que la consagra. Queda
a la vista un cuestionamiento ético sobre la legitimidad de las relaciones que
le imponemos al caballo. Así también queda sellada la suerte de nuestra
relación con los caballos, incluso avalada y legitimada por estas
interpretaciones de las relaciones de liderazgo y conducción. Supongo que este
vínculo puede superarse en la medida que podamos absorber las implicancias de
la paciencia y reemplazar nuestra ideología del “ser superior” soberbio y
arrogante por una mirada que sepa reconocer otros fundamentos.
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