(artículo publicado en Suplemento Ecuestre, junio/2007)
Flexiones
Un protocolo de entrenamiento incluye un poco de trabajo suelto que puede contener algunos juegos para conseguir soltura y obtener la atención del caballo. Todos estos ejercicios se deberían realizar con el caballo totalmente suelto y no debemos dejar de premiar las ejecuciones, sin abusar en la cantidad ni en las exigencias ya que solo se trata de un poco de descontracción, establecimiento de la atención y concentración necesarias para el resto del trabajo.
Ya con la jáquima colocada y un cabestro ahora vamos a trabajar la flexibilidad del cuello.El tema de las flexiones de cuello está profusamente desarrollado en innumerables tratados de equitación en función de la importancia y trascendencia que tiene.
En principio debemos enseñarle al caballo que ceda a la presión aplicada por el cabestro para que independientemente del resto del cuerpo ceda su cabeza y flexione el cuello en la dirección exigida. Colocados a la altura de las espaldas del caballo o un poco más atrás, tensionamos el ramal aplicando una fuerza que irá de menor a mayor, levemente incrementada, hasta que el caballo dé alguna señal de estar buscando una solución al problema planteado. Las primeras reacciones no superan el pestañeo, hasta que en el mejor de los casos se produce una evidente relajación de los músculos del cuello que culminan con un reflejo de masticación y la cabeza vuelta hacia sus propios flancos. Debemos estar atentos a premiar y acariciar el esfuerzo por mínimo que sea, dejar enderezar la cabeza y repetir dos o tres veces, tratando de obtener progresivamente la flexión más profunda posible. (Este objetivo puede llevar varias sesiones dependiendo de la morfología y temperamento de cada caballo)
El objetivo final es que ante el reclamo o llamada del cabestro el caballo gire su cabeza y ceda su cuello con flexibilidad. Sin que nos veamos en la necesidad de sostener ninguna tensión en el cabestro, el caballo aprende a responder a la señal y no a la acción de una fuerza.
Con este ejercicio podremos advertir los puntos neurálgicos y rigideces del cuello… según la morfología del caballo tendremos un gran repertorio de entregas parciales del cuello; procediendo a palparlo encontraremos nudos de contracturas por los que no pasa la relajación ni la entrega. Mientras demandamos la cesión del cuello aprovechamos para masajear esos puntos buscando relajarlos.
Si el caballo no relaja la tensión que va desde la cruz hasta la nuca, buscará la salida cediendo en otro punto… Algunos torcerán la cabeza (respecto de su propio eje vertical)… otros intentarán salir para atrás… o intentarán hacer un giro manteniendo la tensión todo a lo largo de su columna… Con paciencia, primero debemos mantener al caballo quieto y luego, en repetidas sesiones, iremos buscando que el cuello ceda en toda su longitud y que el caballo independice el cuello del resto del cuerpo. Debemos aceptar las dificultades y limitaciones morfológicas y aceptar, en consecuencia, las respuestas que estén en el camino esperado, por mínimas que sean. Del mismo modo, no debemos permitir que se instalen respuestas incorrectas, que en general son aquellas que mantienen la tensión en algún lugar del cuerpo.
Hay que hacer una advertencia: no se debe perder de vista que este ejercicio puede ser utilizado con la intención de dominar o “liderar” al caballo por presión… el efecto de sumisión por la fuerza puede ser efectivo, pero nuestra intención tiene que estar puesta en que la ejecución sea sin tensiones, con relajación y en forma adecuada a la morfología del caballo, buscando la “aceptación” y no la “imposición”.
La flexión del cuello debe estar confirmada, no deberíamos avanzar hasta no tener flexiones relajadas a ambas manos que cedan ante la menor demanda del cabestro y que demuestren una total independencia del cuello del resto del cuerpo. La flexión lateral del cuello será el fundamento para un equilibrio correcto que no se base en tensiones musculares y para que en el futuro las medias paradas sean eficaces.
Iniciación a la cesión a la pierna
Una vez que el caballo cede el cuello según la ejercitación de las flexiones podemos iniciar dos ejercicios que deben ser combinados y conjugados articuladamente: ceder a la pierna y giro sobre el anterior.
No se trata de un ceder a la pierna expresamente ya que estamos trabajando a pie, pero justamente trataremos de fortalecer la respuesta refleja del caballo a las ayudas en su costilla, primero con la mano.
Con el caballo que ha cedido su cuello hacia uno de sus flancos procedemos, según la sensibilidad del caballo, y de menor a mayor, a estimular la zona de la costilla donde, si estuviéramos montados, podría actuar nuestra pierna, hasta que el caballo cede al estimulo apartándose. Según sus habilidades, responderá con un ceder a la pierna si decide desplazarse o un giro sobre el anterior si deja su mano en el lugar.
Nunca está demás reiterar que debemos supervisar la relajación del cuello: el movimiento que inicie el caballo estimulado en sus costillas debe mantener la incurvación de toda su columna vertebral.
Lo más probable es que, como consecuencia de alguna tensión provocada por los problemas que plantea el ejercicio, el caballo tenga algunas dificultades y en sus primeros ensayos intente enderezar el cuello y girar bruscamente. Para evitar estas respuestas incorrectas, antes que exigir una ejecución impecable de principio a fin, debemos aceptar las mínimas tentativas del caballo para actuar según lo demandado. De otro modo, si toleramos ejecuciones tensionadas estaríamos aceptando una respuesta errónea y más tarde, cuando queramos corregir o exigir una mejor técnica, el caballo difícilmente comprenderá por qué hemos cambiado de parecer en cuanto a cómo se ejecuta esa maniobra.
Los intentos correctos, dentro de las expectativas y según la habilidad de cada caballo, de todas maneras mostrarán algunas variantes sobre la respuesta o la ejecución ideales. Por eso debemos tener claro el objetivo del trabajo: 1. que el caballo ceda y acepte la ayuda; 2. que mueva francamente su posterior interno sin perder la flexión del cuello; 3. que el anterior interno mantenga la suficiente actividad para que la misma espalda no pierda la soltura y libertad necesarias y 4. que sin perder la flexibilidad ni la relajación se pueda advertir un descenso del anca.
Decíamos al comienzo que se trata de combinar estos ejercicios… si el caballo se desplaza como cediendo a la pierna, este desplazamiento debe ser redirigido al enderezamiento dentro de un círculo (digamos de un diámetro que respete la mayor incurvación que tolere cómodamente el caballo) para controlar que la cesión no se convierta en una vía de escape a algunas tensiones que se pudieran haber generado durante la ejecución del ejercicio. Contrariamente, si el caballo deja clavada su mano interna debemos buscar que logre independizarla para que adquiera un movimiento libre y fluido para lo cual insistiremos hasta lograr un esbozo de ceder a la pierna, donde el anterior interno se cruza francamente sobre el exterior, para devolverlo a los pocos trancos (no mas de dos o tres) al círculo con cuello relajado, acción de los cuatro miembros e incurvación sobre la circunferencia del circulo que describe.
No está demás agregar que durante la ejecución de este ejercicio el cabestro debe permanecer colgando y sin tensiones… cualquier imposición por la fuerza entrenará al caballo en una fuerza contraria a la que queremos desarrollar.
Una vez que el caballo se pone “fino” en la ejecución de estas demandas trabajaremos en un círculo para combinar la ampliación de éste en base a una “cesión a la pierna” y una restricción en base a una “espalda adentro”, siempre velando por la relajación, para rematar después de cada secuencia o combinación, con una marcha franca hacia delante en la rectitud dentro del circulo.
Los ejercicios de ceder a la pierna, giro sobre el anterior y espalda adentro son la base de toda equitación clásica. Buscan permeabilidad a las ayudas y flexibilidad, y combinan el aprendizaje de las primeras ayudas de las piernas con las flexiones de cuello.
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viernes, octubre 05, 2007
martes, marzo 20, 2007
Pie a tierra con riendas largas
El trabajo pie a tierra con dos riendas largas resulta muy práctico y sobre todo nos permite avanzar paulatinamente durante la iniciación, confirmando y asegurando el aprendizaje del caballo.
Es cierto que en un principio puede resultar algo complicado arreglarse con las dos cuerdas y dominar la conducción con habilidad y agilidad, pero vale la pena hacer el esfuerzo porque este manejo beneficiará nuestro tacto.
En un primer momento trabajamos dentro del circular o del cuadrilátero, con las riendas atadas a la jáquima y pasadas por los estribos (que habremos atado por debajo del caballo).
Los primeros objetivos consisten en confirmar la marcha tranquila al paso y al trote, la respuesta a la voz de alto y los giros y vueltas.
Las ayudas (mensajes) con las cuerdas no deben ser nunca de retracción, los altos se deben ejecutar del mismo modo que lo hacíamos con el caballo suelto, adelantando nuestro cuerpo… los giros y vueltas se iniciarán demandando primero una flexión del cuello.
En un principio marcharemos siempre en forma lateral respecto de la dirección de marcha del caballo, en una posición similar al trabajo a la cuerda… con los primeros ensayos de cambios de mano en el círculo advertiremos que el caballo se sorprende un poco al perdernos de vista. Para colocarnos definitivamente por detrás del caballo necesitaremos unas cuantas sesiones.
Además de estos objetivos elementales, el trabajo pie a tierra con riendas largas introduce al caballo en la importancia de la rienda externa y más adelante cuando podemos marchar detrás suyo, el caballo aprende a recibir órdenes sin tenernos a la vista y empieza a trabajar en la rectitud. Consideremos que hasta ahora el caballo siempre ha visto nuestros gestos y órdenes, pero ahora no solo no nos verá sino que además debe tener la voluntad de ir por delante, ya no nos sigue, sino que ahora debe ejecutar poniendo algo más de voluntad, decisión e iniciativa. Recibirá las órdenes a través de la voz y de las indicaciones de las riendas que actuando sobre los flancos semejarán la acción de nuestras piernas y sobre los garrones activarán la impulsión y su accionar cada vez que sea necesario.
Recién cuando hayamos confirmado una marcha segura en línea recta y sobre todo altos sin necesidad de aplicar tensión en las riendas, podemos aventurarnos a un paseo que poco a poco puede ir incluyendo diversas alternativas: zigzag entre árboles, subidas y bajadas en desniveles propios del terreno, pasar por sitios estrechos, pasar pequeñas zanjas o banquinas… es válida toda maniobra que nos ayude a confirmar la confianza del caballo Lo único que debemos velar es por evitar todo manejo brusco o de riendas tensas… o tratar de imponer caprichosamente alguna maniobra que si no ocurre espontáneamente, nos advertirá sobre que el caballo aun no está tan maduro como debiera…
Con las riendas largas también podemos introducirnos en ejercicios de lateralización, ceder a la pierna y apoyos.
La marcha del caballo debe ser animada por constantes demandas de flexibilidad del cuello a una mano y a la otra, acompasadas según la marcha de las espaldas… cada tanto repetiremos altos y aprovecharemos para acercarnos al cuello del caballo y felicitarlo con caricias y halagos.
Como decíamos, el trabajo con riendas largas nos permite confirmar lo aprendido por el caballo en cuanto a conducción y confianza… no se trata de que el caballo aprenda a hacer ejercicios aislados, se trata de desarrollar una confianza simbiótica, de tal modo que el caballo pueda ejecutar prácticamente cualquier demanda o enfrentar cualquier obstáculo con la certeza que nuestras pedidos no son ni abusivos ni exorbitantes. Cimentando de tal modo la confianza en sí mismo.
De otro modo el caballo aprende aisladamente, sin articular ni combinar; por ejemplo, aprende a subir a un trailer pero en determinadas circunstancias, cuando éstas cambian, todo cambia y hay que reconducir el manejo. El caballo antes que nada debe aprender a estar seguro de sí mismo, que no le pediremos nada que no pueda hacer, y esta disposición de ánimo nos ayudará a resolver cualquier circunstancia.
Es cierto que en un principio puede resultar algo complicado arreglarse con las dos cuerdas y dominar la conducción con habilidad y agilidad, pero vale la pena hacer el esfuerzo porque este manejo beneficiará nuestro tacto.
En un primer momento trabajamos dentro del circular o del cuadrilátero, con las riendas atadas a la jáquima y pasadas por los estribos (que habremos atado por debajo del caballo).
Los primeros objetivos consisten en confirmar la marcha tranquila al paso y al trote, la respuesta a la voz de alto y los giros y vueltas.
Las ayudas (mensajes) con las cuerdas no deben ser nunca de retracción, los altos se deben ejecutar del mismo modo que lo hacíamos con el caballo suelto, adelantando nuestro cuerpo… los giros y vueltas se iniciarán demandando primero una flexión del cuello.
En un principio marcharemos siempre en forma lateral respecto de la dirección de marcha del caballo, en una posición similar al trabajo a la cuerda… con los primeros ensayos de cambios de mano en el círculo advertiremos que el caballo se sorprende un poco al perdernos de vista. Para colocarnos definitivamente por detrás del caballo necesitaremos unas cuantas sesiones.
Además de estos objetivos elementales, el trabajo pie a tierra con riendas largas introduce al caballo en la importancia de la rienda externa y más adelante cuando podemos marchar detrás suyo, el caballo aprende a recibir órdenes sin tenernos a la vista y empieza a trabajar en la rectitud. Consideremos que hasta ahora el caballo siempre ha visto nuestros gestos y órdenes, pero ahora no solo no nos verá sino que además debe tener la voluntad de ir por delante, ya no nos sigue, sino que ahora debe ejecutar poniendo algo más de voluntad, decisión e iniciativa. Recibirá las órdenes a través de la voz y de las indicaciones de las riendas que actuando sobre los flancos semejarán la acción de nuestras piernas y sobre los garrones activarán la impulsión y su accionar cada vez que sea necesario.
Recién cuando hayamos confirmado una marcha segura en línea recta y sobre todo altos sin necesidad de aplicar tensión en las riendas, podemos aventurarnos a un paseo que poco a poco puede ir incluyendo diversas alternativas: zigzag entre árboles, subidas y bajadas en desniveles propios del terreno, pasar por sitios estrechos, pasar pequeñas zanjas o banquinas… es válida toda maniobra que nos ayude a confirmar la confianza del caballo Lo único que debemos velar es por evitar todo manejo brusco o de riendas tensas… o tratar de imponer caprichosamente alguna maniobra que si no ocurre espontáneamente, nos advertirá sobre que el caballo aun no está tan maduro como debiera…
Con las riendas largas también podemos introducirnos en ejercicios de lateralización, ceder a la pierna y apoyos.
La marcha del caballo debe ser animada por constantes demandas de flexibilidad del cuello a una mano y a la otra, acompasadas según la marcha de las espaldas… cada tanto repetiremos altos y aprovecharemos para acercarnos al cuello del caballo y felicitarlo con caricias y halagos.
Como decíamos, el trabajo con riendas largas nos permite confirmar lo aprendido por el caballo en cuanto a conducción y confianza… no se trata de que el caballo aprenda a hacer ejercicios aislados, se trata de desarrollar una confianza simbiótica, de tal modo que el caballo pueda ejecutar prácticamente cualquier demanda o enfrentar cualquier obstáculo con la certeza que nuestras pedidos no son ni abusivos ni exorbitantes. Cimentando de tal modo la confianza en sí mismo.
De otro modo el caballo aprende aisladamente, sin articular ni combinar; por ejemplo, aprende a subir a un trailer pero en determinadas circunstancias, cuando éstas cambian, todo cambia y hay que reconducir el manejo. El caballo antes que nada debe aprender a estar seguro de sí mismo, que no le pediremos nada que no pueda hacer, y esta disposición de ánimo nos ayudará a resolver cualquier circunstancia.
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martes, febrero 27, 2007
Fuerzas en fuga
Esta serie de apuntes sobre iniciación y manejo del caballo no pretende agotar ni tener la última palabra sobre el tema, es solo la recopilación de las experiencias personales, sobre todo, el devenir de un sin fin de errores y equivocaciones en la persecución de respuestas y soluciones.
Sin perjuicio de otras técnicas que aún quedan por comentar como el trabajo con riendas largas, en general el manejo de iniciación para llegar a montar y conducir un caballo, a pesar de los innumerables métodos, nos permite concluir en que generalmente el caballo se deja montar y conducir sin mayores dificultades si ha sido iniciado con criterio y tacto y mientras no nos pongamos exigentes respecto de su equilibrio y disposición “naturales”, ya sea desde el punto de vista físico como emocional.
Las dificultades en todo caso se plantean cuando pasamos a tratar de re-convertir las fuerzas que naturalmente el caballo tiene dispuestas en el sentido de la propulsión (huida) en fuerzas “atléticas” de trabajo o deportivas. En cierto modo, como ejemplo, podríamos decir que el caballo, según su entrenamiento natural, dispone sus “palancas” como lo hacen las ruedas de una locomotora, mejor dispuestas en el sentido del desplazamiento horizontal que no en el sentido vertical.
Nuestra intención, en cambio, es adiestrar al caballo de tal modo que aprenda a utilizar su potencial de trabajo (fuerzas) reconduciendo la dirección de esas fuerzas, entrenando tendones y palancas para acumular energía y corregir el equilibrio. El caballo naturalmente está dispuesto para salir “expulsado hacia delante”, en forma rectilínea, tensando todos sus músculos hacia la cabeza que, a través del cuello, organiza una suerte de vector por el que se canalizan todas las fuerzas.
Con el fin de encuadrar al caballo dentro de un determinado marco “atlético” se han utilizado diferentes métodos que ahora son repudiados por su carácter violento o agresivo para con la integridad del caballo. Se han utilizado con este fin desde el “cabezón” con riendas de atar, o las serretas españolas, los pilares, hasta la tirada en la boca y palenqueada. Todas maniobras que han intentado resolver el problema con diferentes criterios, más o menos inteligencia y diversa suerte, según la disciplina y actividad que lo requería.
De todos modos, hasta ahora, las disciplinas deportivas o las actividades de trabajo en las que se desempeñan los caballos siguen exigiendo la imposición de un entrenamiento y adiestramiento que imponen al caballo cierto rigor con el objeto de volverlo apto para esas actividades, y esto plantea a los manejos naturales y etológicos algunos interrogantes difíciles de resolver a la hora de sostener criterios intransigentes.
Pero yendo a cuestiones prácticas, el problema puede quedar planteado en la íntima relación que vincula el accionar del tren posterior con la nuca del caballo, y que lo que actúa en un sitio tiene repercusión en el otro extremo. Una excesiva intervención sobre la nuca del caballo sin haber mantenido viva la acción de avance de los posteriores trae aparejada caballos detrás de la rienda y de poco o nulo avance de los posteriores, con aires cortos y restringidos.
Por el contrario, un excesivo celo en la impulsión y avance de los posteriores suele tener como consecuencia caballos duros de boca, algo precipitados y poco flexibles. No intervenir en esta cuestión, y dejar al caballo actuar “naturalmente”, suele traer las mismas consecuencias, sobre todo en caballos de poderoso tren posterior y fuertes garrones.
Los ejercicios de flexibilización del cuello tienden a descomponer la fuerza de propulsión para reconvertirla durante el adiestramiento y entrenamiento. Poco a poco apuntamos a que el caballo se convierta en una usina de fuerzas administradas por el jinete. Fuerzas latentes y disponibles que no se consuman en la fuga hacia delante.
Pero estos ejercicios no lo son todo y esta pretensión de convertir al caballo en un “atleta” es la que genera mayores dificultades a la hora del adiestramiento y también muchas controversias respecto de cómo lograrlo.
La flexibilidad del cuello coronada con su estiramiento favorece no tanto el avance de los posteriores (a los que, de todos modos, el centro de gravedad le sigue escapando hacia delante) sino el trabajo del lomo y posibilita también que el aumento de la fuerza de propulsión no encuentre un límite en la nuca del caballo… gracias al estiramiento, la relajación y la flexibilidad descomponemos la acción dominante de huida aunque todavía estemos lejos del equilibrio deseado porque con el estiramiento del cuello se sobrecarga aún más el tren anterior.
Con el cuello estirado, el caballo encuentra facilidades para mantener en el círculo una acción decidida de sus posteriores; a mayor acción de posteriores con real compromiso de los garrones, mayor estiramiento del cuello y trabajo del lomo (debiendo vigilar siempre que este estiramiento del cuello sea consecuencia del ejercicio y no un gesto de sumisión previo al agotamiento), estableciéndose un círculo “virtuoso” que demuestra la interacción entre la flexibilidad del cuello y los posteriores: si flexibilizamos el cuello obtenemos libertad para el trabajo del posterior y del mismo modo si trabajamos el accionar de los garrones obtenemos estiramiento del cuello.
Sin embargo, todavía, en el caballo nuevo, cuando intentamos elevar su cabeza vemos que los posteriores no pueden desarrollar todo el movimiento sin interrupciones y esta dificultad repercute en la nuca.
El expediente de asegurar una flexión de nuca para que la fuerza no choque en esta articulación tampoco es una solución porque, como en el caso habitual de los caballos tirados en la boca, el caballo resuelve el problema dejando de avanzar los posteriores.
Lo ideal es el trabajo paciente y sin apremios pero muchas veces esto no se compadece con las urgencias que impone el desarrollo de la disciplina…quizás aquí entren en consideración aspectos éticos de mayor valía que deberían prevalecer, pero lo cierto es que los tiempos apuran el trabajo de los caballos y en general se trata de resolver la cuestión sin muchos miramientos.
Hay que trabajar sobre la base de evitar imposiciones forzosas imperativas, nada resolveremos por la fuerza si el caballo no puede comprender ni ejecutar lo que le demandamos; hay que plantearle el problema al caballo y dejar que él encuentre la solución pero comprobando en cada momento que está en condiciones físicas y emocionales de resolverlo.
Personalmente no veo objetable utilizar, con inteligencia y respeto, algunas herramientas o riendillas que pueden ayudar a resolver el problema, siempre que uno no espere soluciones mágicas o automáticas o se conviertan en un uso abusivo y monótono. El tacto basado en el objetivo que perseguimos debe ser la guía para decidir cómo y cuándo intervenir.
No hay que permitir el trabajo fuera del ordenamiento deseado. Cada vez que le permitimos a un caballo proceder de determinada manera él entiende que esto está permitido y después resulta muy difícil erradicarlo de su comportamiento. El equilibrio y ritmo deseados responden a un orden que hay que construir desde el principio.
Sin perjuicio de otras técnicas que aún quedan por comentar como el trabajo con riendas largas, en general el manejo de iniciación para llegar a montar y conducir un caballo, a pesar de los innumerables métodos, nos permite concluir en que generalmente el caballo se deja montar y conducir sin mayores dificultades si ha sido iniciado con criterio y tacto y mientras no nos pongamos exigentes respecto de su equilibrio y disposición “naturales”, ya sea desde el punto de vista físico como emocional.
Las dificultades en todo caso se plantean cuando pasamos a tratar de re-convertir las fuerzas que naturalmente el caballo tiene dispuestas en el sentido de la propulsión (huida) en fuerzas “atléticas” de trabajo o deportivas. En cierto modo, como ejemplo, podríamos decir que el caballo, según su entrenamiento natural, dispone sus “palancas” como lo hacen las ruedas de una locomotora, mejor dispuestas en el sentido del desplazamiento horizontal que no en el sentido vertical.
Nuestra intención, en cambio, es adiestrar al caballo de tal modo que aprenda a utilizar su potencial de trabajo (fuerzas) reconduciendo la dirección de esas fuerzas, entrenando tendones y palancas para acumular energía y corregir el equilibrio. El caballo naturalmente está dispuesto para salir “expulsado hacia delante”, en forma rectilínea, tensando todos sus músculos hacia la cabeza que, a través del cuello, organiza una suerte de vector por el que se canalizan todas las fuerzas.
Con el fin de encuadrar al caballo dentro de un determinado marco “atlético” se han utilizado diferentes métodos que ahora son repudiados por su carácter violento o agresivo para con la integridad del caballo. Se han utilizado con este fin desde el “cabezón” con riendas de atar, o las serretas españolas, los pilares, hasta la tirada en la boca y palenqueada. Todas maniobras que han intentado resolver el problema con diferentes criterios, más o menos inteligencia y diversa suerte, según la disciplina y actividad que lo requería.
De todos modos, hasta ahora, las disciplinas deportivas o las actividades de trabajo en las que se desempeñan los caballos siguen exigiendo la imposición de un entrenamiento y adiestramiento que imponen al caballo cierto rigor con el objeto de volverlo apto para esas actividades, y esto plantea a los manejos naturales y etológicos algunos interrogantes difíciles de resolver a la hora de sostener criterios intransigentes.
Pero yendo a cuestiones prácticas, el problema puede quedar planteado en la íntima relación que vincula el accionar del tren posterior con la nuca del caballo, y que lo que actúa en un sitio tiene repercusión en el otro extremo. Una excesiva intervención sobre la nuca del caballo sin haber mantenido viva la acción de avance de los posteriores trae aparejada caballos detrás de la rienda y de poco o nulo avance de los posteriores, con aires cortos y restringidos.
Por el contrario, un excesivo celo en la impulsión y avance de los posteriores suele tener como consecuencia caballos duros de boca, algo precipitados y poco flexibles. No intervenir en esta cuestión, y dejar al caballo actuar “naturalmente”, suele traer las mismas consecuencias, sobre todo en caballos de poderoso tren posterior y fuertes garrones.
Los ejercicios de flexibilización del cuello tienden a descomponer la fuerza de propulsión para reconvertirla durante el adiestramiento y entrenamiento. Poco a poco apuntamos a que el caballo se convierta en una usina de fuerzas administradas por el jinete. Fuerzas latentes y disponibles que no se consuman en la fuga hacia delante.
Pero estos ejercicios no lo son todo y esta pretensión de convertir al caballo en un “atleta” es la que genera mayores dificultades a la hora del adiestramiento y también muchas controversias respecto de cómo lograrlo.
La flexibilidad del cuello coronada con su estiramiento favorece no tanto el avance de los posteriores (a los que, de todos modos, el centro de gravedad le sigue escapando hacia delante) sino el trabajo del lomo y posibilita también que el aumento de la fuerza de propulsión no encuentre un límite en la nuca del caballo… gracias al estiramiento, la relajación y la flexibilidad descomponemos la acción dominante de huida aunque todavía estemos lejos del equilibrio deseado porque con el estiramiento del cuello se sobrecarga aún más el tren anterior.
Con el cuello estirado, el caballo encuentra facilidades para mantener en el círculo una acción decidida de sus posteriores; a mayor acción de posteriores con real compromiso de los garrones, mayor estiramiento del cuello y trabajo del lomo (debiendo vigilar siempre que este estiramiento del cuello sea consecuencia del ejercicio y no un gesto de sumisión previo al agotamiento), estableciéndose un círculo “virtuoso” que demuestra la interacción entre la flexibilidad del cuello y los posteriores: si flexibilizamos el cuello obtenemos libertad para el trabajo del posterior y del mismo modo si trabajamos el accionar de los garrones obtenemos estiramiento del cuello.
Sin embargo, todavía, en el caballo nuevo, cuando intentamos elevar su cabeza vemos que los posteriores no pueden desarrollar todo el movimiento sin interrupciones y esta dificultad repercute en la nuca.
El expediente de asegurar una flexión de nuca para que la fuerza no choque en esta articulación tampoco es una solución porque, como en el caso habitual de los caballos tirados en la boca, el caballo resuelve el problema dejando de avanzar los posteriores.
Lo ideal es el trabajo paciente y sin apremios pero muchas veces esto no se compadece con las urgencias que impone el desarrollo de la disciplina…quizás aquí entren en consideración aspectos éticos de mayor valía que deberían prevalecer, pero lo cierto es que los tiempos apuran el trabajo de los caballos y en general se trata de resolver la cuestión sin muchos miramientos.
Hay que trabajar sobre la base de evitar imposiciones forzosas imperativas, nada resolveremos por la fuerza si el caballo no puede comprender ni ejecutar lo que le demandamos; hay que plantearle el problema al caballo y dejar que él encuentre la solución pero comprobando en cada momento que está en condiciones físicas y emocionales de resolverlo.
Personalmente no veo objetable utilizar, con inteligencia y respeto, algunas herramientas o riendillas que pueden ayudar a resolver el problema, siempre que uno no espere soluciones mágicas o automáticas o se conviertan en un uso abusivo y monótono. El tacto basado en el objetivo que perseguimos debe ser la guía para decidir cómo y cuándo intervenir.
No hay que permitir el trabajo fuera del ordenamiento deseado. Cada vez que le permitimos a un caballo proceder de determinada manera él entiende que esto está permitido y después resulta muy difícil erradicarlo de su comportamiento. El equilibrio y ritmo deseados responden a un orden que hay que construir desde el principio.
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Técnicas y procedimientos
domingo, febrero 18, 2007
Ceder y giros
Una vez que el caballo cede el cuello según la ejercitación de las flexiones podemos iniciar dos ejercicios que deben ser combinados y conjugados articuladamente: ceder a la pierna y giro sobre el anterior.
No se trata de un ceder a la pierna expresamente ya que estamos trabajando a pie, pero justamente trataremos de fortalecer la respuesta refleja del caballo a las ayudas en su costilla, primero con la mano.
Con el caballo que ha cedido su cuello hacia uno de sus flancos procedemos, según la sensibilidad del caballo, y de menor a mayor, a estimular la zona de la costilla donde, si estuviéramos montados, podría actuar nuestra pierna, hasta que el caballo cede al estimulo apartándose.
Según sus habilidades, será un ceder a la pierna si decide desplazarse o un giro sobre el anterior si deja su mano en el lugar.
Nunca está demás reiterar que debemos supervisar la relajación del cuello: el movimiento que inicie el caballo estimulado en sus costillas debe mantener la incurvación de toda su columna vertebral.
Lo más probable es que, como consecuencia de alguna tensión provocada por los problemas que plantea el ejercicio, el caballo tenga algunas dificultades y en sus primeros ensayos intente enderezar el cuello y girar bruscamente. Para evitar estas respuestas incorrectas, antes que exigir una ejecución impecable de principio a fin, debemos aceptar las mínimas tentativas del caballo para actuar según lo demandado. De otro modo, si toleramos ejecuciones tensionadas estaríamos aceptando una respuesta errónea y más tarde, cuando queramos corregir o exigir una mejor técnica, el caballo difícilmente comprenderá por qué hemos cambiado de parecer en cuanto a cómo se ejecuta esa maniobra.
Los intentos correctos, dentro de las expectativas y según la habilidad de cada caballo, de todas maneras mostrarán algunas variantes sobre la respuesta o la ejecución ideales. Por eso debemos tener claro el objetivo del trabajo: 1. que el caballo ceda y acepte la ayuda; 2. que mueva francamente su posterior interno sin perder la flexión del cuello; 3. que el anterior interno mantenga la suficiente actividad para que la misma espalda no pierda la soltura y libertad necesarias y 4. que sin perder la flexibilidad ni la relajación se pueda advertir un descenso del anca.
Decíamos al comienzo que se trata de combinar estos ejercicios… si el caballo se desplaza como cediendo a la pierna, este desplazamiento debe ser redirigido al enderezamiento dentro de un círculo (digamos de un diámetro que respete la mayor incurvación que tolere cómodamente el caballo) para controlar que la cesión no se convierta en una vía de escape a algunas tensiones que se pudieran haber generado durante la ejecución del ejercicio. Contrariamente, si el caballo deja clavada su mano interna debemos buscar que logre independizarla para que adquiera un movimiento libre y fluido para lo cual insistiremos hasta lograr un esbozo de ceder a la pierna, donde el anterior interno se cruza francamente sobre el exterior, para devolverlo a los pocos trancos (no mas de dos o tres) al círculo con cuello relajado, acción de los cuatro miembros e incurvación sobre la circunferencia del circulo que describe.
No está demás agregar que durante la ejecución de este ejercicio el cabestro debe permanecer colgando y sin tensiones… cualquier imposición por la fuerza entrenará al caballo en una fuerza contraria a la que queremos desarrollar.
Una vez que el caballo se pone “fino” en la ejecución de estas demandas trabajaremos en un círculo para combinar la ampliación de éste en base a una “cesión a la pierna” y una restricción en base a una “espalda adentro”, siempre velando por la relajación, para rematar después de cada secuencia o combinación, con una marcha franca hacia delante en la rectitud dentro del circulo.
Los ejercicios de ceder a la pierna, giro sobre el anterior y espalda adentro son la base de toda equitación clásica. Buscan permeabilidad a las ayudas y flexibilidad, y combinan el aprendizaje de las primeras ayudas de las piernas con las flexiones de cuello.
No se trata de un ceder a la pierna expresamente ya que estamos trabajando a pie, pero justamente trataremos de fortalecer la respuesta refleja del caballo a las ayudas en su costilla, primero con la mano.
Con el caballo que ha cedido su cuello hacia uno de sus flancos procedemos, según la sensibilidad del caballo, y de menor a mayor, a estimular la zona de la costilla donde, si estuviéramos montados, podría actuar nuestra pierna, hasta que el caballo cede al estimulo apartándose.
Según sus habilidades, será un ceder a la pierna si decide desplazarse o un giro sobre el anterior si deja su mano en el lugar.
Nunca está demás reiterar que debemos supervisar la relajación del cuello: el movimiento que inicie el caballo estimulado en sus costillas debe mantener la incurvación de toda su columna vertebral.
Lo más probable es que, como consecuencia de alguna tensión provocada por los problemas que plantea el ejercicio, el caballo tenga algunas dificultades y en sus primeros ensayos intente enderezar el cuello y girar bruscamente. Para evitar estas respuestas incorrectas, antes que exigir una ejecución impecable de principio a fin, debemos aceptar las mínimas tentativas del caballo para actuar según lo demandado. De otro modo, si toleramos ejecuciones tensionadas estaríamos aceptando una respuesta errónea y más tarde, cuando queramos corregir o exigir una mejor técnica, el caballo difícilmente comprenderá por qué hemos cambiado de parecer en cuanto a cómo se ejecuta esa maniobra.
Los intentos correctos, dentro de las expectativas y según la habilidad de cada caballo, de todas maneras mostrarán algunas variantes sobre la respuesta o la ejecución ideales. Por eso debemos tener claro el objetivo del trabajo: 1. que el caballo ceda y acepte la ayuda; 2. que mueva francamente su posterior interno sin perder la flexión del cuello; 3. que el anterior interno mantenga la suficiente actividad para que la misma espalda no pierda la soltura y libertad necesarias y 4. que sin perder la flexibilidad ni la relajación se pueda advertir un descenso del anca.
Decíamos al comienzo que se trata de combinar estos ejercicios… si el caballo se desplaza como cediendo a la pierna, este desplazamiento debe ser redirigido al enderezamiento dentro de un círculo (digamos de un diámetro que respete la mayor incurvación que tolere cómodamente el caballo) para controlar que la cesión no se convierta en una vía de escape a algunas tensiones que se pudieran haber generado durante la ejecución del ejercicio. Contrariamente, si el caballo deja clavada su mano interna debemos buscar que logre independizarla para que adquiera un movimiento libre y fluido para lo cual insistiremos hasta lograr un esbozo de ceder a la pierna, donde el anterior interno se cruza francamente sobre el exterior, para devolverlo a los pocos trancos (no mas de dos o tres) al círculo con cuello relajado, acción de los cuatro miembros e incurvación sobre la circunferencia del circulo que describe.
No está demás agregar que durante la ejecución de este ejercicio el cabestro debe permanecer colgando y sin tensiones… cualquier imposición por la fuerza entrenará al caballo en una fuerza contraria a la que queremos desarrollar.
Una vez que el caballo se pone “fino” en la ejecución de estas demandas trabajaremos en un círculo para combinar la ampliación de éste en base a una “cesión a la pierna” y una restricción en base a una “espalda adentro”, siempre velando por la relajación, para rematar después de cada secuencia o combinación, con una marcha franca hacia delante en la rectitud dentro del circulo.
Los ejercicios de ceder a la pierna, giro sobre el anterior y espalda adentro son la base de toda equitación clásica. Buscan permeabilidad a las ayudas y flexibilidad, y combinan el aprendizaje de las primeras ayudas de las piernas con las flexiones de cuello.
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sábado, febrero 10, 2007
Flexiones de cuello
Un protocolo de entrenamiento suelto incluye un poco de trabajo en el cuadrilátero que puede contener algunos juegos para conseguir soltura y obtener la atención del caballo: trote con cambios de cadencias, altos y giros, iniciación al paso atrás y confirmación de la “unión”… todos estos ejercicios se pueden realizar con el caballo totalmente suelto y no debemos dejar de premiar las ejecuciones, sin abusar en la cantidad ni en las exigencias ya que solo se trata de un poco de descontracción, establecimiento de la atención y concentración necesarias para el resto del trabajo.
Ya con la jáquima colocada y un cabestro o ramal y habiendo aprovechado el movimiento suelto del caballo para atender sus tensiones y dificultades, ahora vamos a trabajar la flexibilidad del cuello.
El tema de las flexiones de cuello está profusamente desarrollado en innumerables tratados de equitación en función de la importancia y trascendencia que tiene.
En principio debemos enseñarle al caballo que ceda a la presión aplicada por el cabestro para que independientemente del resto del cuerpo ceda su cabeza y flexione el cuello en la dirección exigida. Colocados a la altura de las espaldas del caballo o un poco más atrás, tensionamos el ramal aplicando una fuerza que irá de menor a mayor, levemente incrementada, hasta que el caballo dé alguna señal de estar buscando una solución al problema planteado. Las primeras reacciones no superan el pestañeo, hasta que en el mejor de los casos se produce una evidente relajación de los músculos del cuello que culminan con un reflejo de masticación y la cabeza vuelta hacia sus propios flancos. Debemos estar atentos a premiar y acariciar el esfuerzo por mínimo que sea, dejar enderezar la cabeza y repetir dos o tres veces, tratando de obtener progresivamente la flexión más profunda posible. (Este objetivo puede llevar varias sesiones dependiendo de la morfología y temperamento de cada caballo)
El objetivo final es que ante el reclamo o llamada del cabestro el caballo gire su cabeza y ceda su cuello con flexibilidad. Sin que nos veamos en la necesidad de sostener ninguna tensión en el cabestro, el caballo aprende a responder a la señal y no a la acción de una fuerza.
En este ejercicio podremos advertir los puntos neurálgicos y rigideces del cuello… según la morfología del caballo tendremos un gran repertorio de entregas parciales del cuello y procediendo a palparlo encontraremos nudos de contracturas por las que no pasa la relajación ni la entrega. Mientras demandamos la cesión del cuello aprovechamos para masajear esos puntos buscando relajarlos.
Al no relajar la tensión que va desde la cruz hasta la nuca, el caballo busca la salida cediendo en otro punto… Algunos torcerán la cabeza (respecto de su propio eje vertical)… otros intentarán salir para atrás… o intentarán hacer un giro manteniendo la tensión todo a lo largo de su columna… Con paciencia primero debemos mantener al caballo quieto y luego en repetidas sesiones, iremos buscando que el cuello ceda en toda su longitud sin que la elevación de la cabeza sea una limitante y que el caballo independice su cuello del resto del cuerpo. Debemos aceptar las dificultades y limitaciones morfológicas y aceptar, en consecuencia, las respuestas que estén en el camino esperado, por mínimas que sean. Del mismo modo, no debemos permitir que se instalen respuestas incorrectas, que en general son aquellas que mantienen la tensión en algún lugar del cuerpo.
Hay que hacer una advertencia: no se debe perder de vista que este ejercicio puede ser utilizado con la intención de dominar o “liderar” al caballo por presión… el efecto de sumisión por la fuerza puede ser efectivo, pero nuestra intención tiene que estar puesta en que la ejecución sea sin tensiones, con relajación y en forma adecuada a la morfología del caballo, buscando la “aceptación” y no la “imposición”.
Para ayudar a la relajación podemos practicar un masaje en la nuca para proponerle al caballo una bajada del cuello hasta casi tocar el suelo con el hocico. Cuando masajeemos la zona de la nuca, el caballo bajará poco a poco su cabeza, y ante la primera cesión debemos suspender el masaje y acariciar el resto del cuello… en cada intento el caballo irá cediendo hacia abajo cada vez un poco más. Esto ayuda a estirar los músculos y tendones del cuello para que la flexión lateral no resulte tan exigente.
La flexión del cuello debe estar confirmada, no deberíamos avanzar hasta no tener flexiones relajadas a ambas manos que cedan ante la menor demanda del cabestro y que demuestren una total independencia del cuello del resto del cuerpo. La flexión lateral del cuello será el fundamento para un equilibrio correcto que no se base en tensiones musculares y para que en el futuro las medias paradas sean eficaces.
Ya con la jáquima colocada y un cabestro o ramal y habiendo aprovechado el movimiento suelto del caballo para atender sus tensiones y dificultades, ahora vamos a trabajar la flexibilidad del cuello.
El tema de las flexiones de cuello está profusamente desarrollado en innumerables tratados de equitación en función de la importancia y trascendencia que tiene.
En principio debemos enseñarle al caballo que ceda a la presión aplicada por el cabestro para que independientemente del resto del cuerpo ceda su cabeza y flexione el cuello en la dirección exigida. Colocados a la altura de las espaldas del caballo o un poco más atrás, tensionamos el ramal aplicando una fuerza que irá de menor a mayor, levemente incrementada, hasta que el caballo dé alguna señal de estar buscando una solución al problema planteado. Las primeras reacciones no superan el pestañeo, hasta que en el mejor de los casos se produce una evidente relajación de los músculos del cuello que culminan con un reflejo de masticación y la cabeza vuelta hacia sus propios flancos. Debemos estar atentos a premiar y acariciar el esfuerzo por mínimo que sea, dejar enderezar la cabeza y repetir dos o tres veces, tratando de obtener progresivamente la flexión más profunda posible. (Este objetivo puede llevar varias sesiones dependiendo de la morfología y temperamento de cada caballo)
El objetivo final es que ante el reclamo o llamada del cabestro el caballo gire su cabeza y ceda su cuello con flexibilidad. Sin que nos veamos en la necesidad de sostener ninguna tensión en el cabestro, el caballo aprende a responder a la señal y no a la acción de una fuerza.
En este ejercicio podremos advertir los puntos neurálgicos y rigideces del cuello… según la morfología del caballo tendremos un gran repertorio de entregas parciales del cuello y procediendo a palparlo encontraremos nudos de contracturas por las que no pasa la relajación ni la entrega. Mientras demandamos la cesión del cuello aprovechamos para masajear esos puntos buscando relajarlos.
Al no relajar la tensión que va desde la cruz hasta la nuca, el caballo busca la salida cediendo en otro punto… Algunos torcerán la cabeza (respecto de su propio eje vertical)… otros intentarán salir para atrás… o intentarán hacer un giro manteniendo la tensión todo a lo largo de su columna… Con paciencia primero debemos mantener al caballo quieto y luego en repetidas sesiones, iremos buscando que el cuello ceda en toda su longitud sin que la elevación de la cabeza sea una limitante y que el caballo independice su cuello del resto del cuerpo. Debemos aceptar las dificultades y limitaciones morfológicas y aceptar, en consecuencia, las respuestas que estén en el camino esperado, por mínimas que sean. Del mismo modo, no debemos permitir que se instalen respuestas incorrectas, que en general son aquellas que mantienen la tensión en algún lugar del cuerpo.
Hay que hacer una advertencia: no se debe perder de vista que este ejercicio puede ser utilizado con la intención de dominar o “liderar” al caballo por presión… el efecto de sumisión por la fuerza puede ser efectivo, pero nuestra intención tiene que estar puesta en que la ejecución sea sin tensiones, con relajación y en forma adecuada a la morfología del caballo, buscando la “aceptación” y no la “imposición”.
Para ayudar a la relajación podemos practicar un masaje en la nuca para proponerle al caballo una bajada del cuello hasta casi tocar el suelo con el hocico. Cuando masajeemos la zona de la nuca, el caballo bajará poco a poco su cabeza, y ante la primera cesión debemos suspender el masaje y acariciar el resto del cuello… en cada intento el caballo irá cediendo hacia abajo cada vez un poco más. Esto ayuda a estirar los músculos y tendones del cuello para que la flexión lateral no resulte tan exigente.
La flexión del cuello debe estar confirmada, no deberíamos avanzar hasta no tener flexiones relajadas a ambas manos que cedan ante la menor demanda del cabestro y que demuestren una total independencia del cuello del resto del cuerpo. La flexión lateral del cuello será el fundamento para un equilibrio correcto que no se base en tensiones musculares y para que en el futuro las medias paradas sean eficaces.
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viernes, febrero 02, 2007
Trabajar de a dos
Siempre es conveniente trabajar de a dos, no sólo por cuestiones de seguridad, sino para contar con la colaboración de un observador que sea testigo de la armonía del trabajo que se está efectuando… No importa el “nivel” de exigencia, el trabajo debe ser siempre agradable de ver.
Además, quien observa puede hacer aportes respecto de algunos detalles que se pueden estar escapando. O sobre el nivel de presión que estamos ejerciendo sobre el caballo. Sugerencias sobre nuestra actitud que deben ser tenidas en cuenta, porque el caballo también nos observa, y aunque estemos convencidos de nuestra buena intención, a veces no logramos trasmitir lo que queremos… de tal modo que aquello que observa un tercero, bien puede ser lo mismo que observa o siente el caballo.
Por lo general nos sentimos apremiados y urgidos por obtener un resultado, sin embargo antes que el resultado, o el objetivo, lo que no deberíamos perder de vista es hacer del momento en que estamos con el caballo una escena de disfrute y armonía, cordial y emotivamente equilibrada. Aunque haya momentos en que parezca que las cosas se van de las manos, siempre podemos regresar a la relajación y a la atención necesarias para recuperar el equilibrio.
El temperamento personal y el temperamento del caballo entran en juego para dejar pautadas las bases de la relación. Caballo y manejador tienen un rango de compatibilidad… digamos, “temperamental”. Por encima o por debajo de ese rango, caballos y manejadores se vuelven incompatibles.
Los caballos no son todos iguales, y ante la misma actitud, demanda o exigencia, encontraremos todo un repertorio de respuestas o reacciones, dependiendo, bien por su carácter como por experiencias anteriores.
Por poner algunos extremos, hay quienes intimidarán a un caballo vergonzoso por imponer demasiada presión, y habrá quienes podrán amedrentarse frente a un caballo de carácter hosco; y a la recíproca, cada caballo dejará en claro los extremos de su personalidad.
Es necesario entonces conjugar los temperamentos, porque tanto se puede exceder el manejador por sobre-manejo, por excesiva presión, como por excesiva condescendencia… tanto como hay caballos fácilmente intimidables o fuertemente dominantes y esto no se resuelve aplicando más o menos presión, también hay que saber ceder y sobre todo relajarse uno mismo.
En cierto modo se trataría de igualar las categorías, y cada uno debería esforzarse por mejorar la calidad de su tacto ecuestre, para saber cuándo presionar sin agraviar, o cuándo ceder sin ser permisivo o excesivamente tolerante. Considerar, más que evaluar, al “alumno”, para adecuar nuestras actitudes frente a cada ejemplar.
Y a la par, no deberíamos obligarnos a manejar caballos que exceden nuestra capacidad, como tampoco manejar caballos que no estén en sintonía (aunque esto debería ser un llamado de atención a nuestro nivel de preparación, tolerancia y versatilidad).
Aunque hay relaciones que a las claras demostrarán la incompatibilidad, el observador será el mejor testigo de cuan eficientemente se esta llevando a cabo la comunicación y la interacción. Si la evolución es dinámica y armónica o si en cambio se hace necesario un cambio de actitud y hasta un cambio de manejador.
Además, quien observa puede hacer aportes respecto de algunos detalles que se pueden estar escapando. O sobre el nivel de presión que estamos ejerciendo sobre el caballo. Sugerencias sobre nuestra actitud que deben ser tenidas en cuenta, porque el caballo también nos observa, y aunque estemos convencidos de nuestra buena intención, a veces no logramos trasmitir lo que queremos… de tal modo que aquello que observa un tercero, bien puede ser lo mismo que observa o siente el caballo.
Por lo general nos sentimos apremiados y urgidos por obtener un resultado, sin embargo antes que el resultado, o el objetivo, lo que no deberíamos perder de vista es hacer del momento en que estamos con el caballo una escena de disfrute y armonía, cordial y emotivamente equilibrada. Aunque haya momentos en que parezca que las cosas se van de las manos, siempre podemos regresar a la relajación y a la atención necesarias para recuperar el equilibrio.
El temperamento personal y el temperamento del caballo entran en juego para dejar pautadas las bases de la relación. Caballo y manejador tienen un rango de compatibilidad… digamos, “temperamental”. Por encima o por debajo de ese rango, caballos y manejadores se vuelven incompatibles.
Los caballos no son todos iguales, y ante la misma actitud, demanda o exigencia, encontraremos todo un repertorio de respuestas o reacciones, dependiendo, bien por su carácter como por experiencias anteriores.
Por poner algunos extremos, hay quienes intimidarán a un caballo vergonzoso por imponer demasiada presión, y habrá quienes podrán amedrentarse frente a un caballo de carácter hosco; y a la recíproca, cada caballo dejará en claro los extremos de su personalidad.
Es necesario entonces conjugar los temperamentos, porque tanto se puede exceder el manejador por sobre-manejo, por excesiva presión, como por excesiva condescendencia… tanto como hay caballos fácilmente intimidables o fuertemente dominantes y esto no se resuelve aplicando más o menos presión, también hay que saber ceder y sobre todo relajarse uno mismo.
En cierto modo se trataría de igualar las categorías, y cada uno debería esforzarse por mejorar la calidad de su tacto ecuestre, para saber cuándo presionar sin agraviar, o cuándo ceder sin ser permisivo o excesivamente tolerante. Considerar, más que evaluar, al “alumno”, para adecuar nuestras actitudes frente a cada ejemplar.
Y a la par, no deberíamos obligarnos a manejar caballos que exceden nuestra capacidad, como tampoco manejar caballos que no estén en sintonía (aunque esto debería ser un llamado de atención a nuestro nivel de preparación, tolerancia y versatilidad).
Aunque hay relaciones que a las claras demostrarán la incompatibilidad, el observador será el mejor testigo de cuan eficientemente se esta llevando a cabo la comunicación y la interacción. Si la evolución es dinámica y armónica o si en cambio se hace necesario un cambio de actitud y hasta un cambio de manejador.
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viernes, enero 12, 2007
Jáquima
Antes de continuar con otros aspectos debemos dedicarle atención a una herramienta que ha demostrado ser muy eficiente: la jáquima. La jáquima es un bozal elaborado con una soga de unos 8mm de grosor que si bien impresiona por su eficiencia abriendo dudas sobre su rigurosidad y severidad, como casi todos los artificios que ingeniamos para entrenar al caballo, su eventual “dureza” depende más del uso y abuso que hagamos, que de sus propias características. Una jáquima nos permite enviar señales claras y precisas que actúan sobre la nuca y las ternillas de la nariz del caballo.
Por lo general vemos que durante un proceso de amansamiento y doma se procede a “insensibilizar”, sacar “cosquillas” etc. … procedemos de tal modo que primero anulamos las respuestas reflejas y sensibles del caballo para, curiosa y algo contradictoriamente, más adelante, esperar que las ayudas que aplicamos resulten eficaces… así, durante el proceso de adiestramiento, el caballo se ve obligado a re-aprender respuestas que naturalmente tenía incorporadas pero que con el procedimiento de insensibilización habíamos “apagado”. Lo insensibilizamos, lo entrenamos para que prácticamente no responda a ningún estímulo, pero más adelante exigiremos de él respuestas ágiles y espontáneas.
Es fácil de comprobar, a las pocas repeticiones de un determinado estímulo que provoca una reacción refleja, si no hay un refuerzo positivo, una gratificación, el caballo cancela toda respuesta y se vuelve sordo al estímulo.
En este aspecto la jáquima es una presencia que trabaja sobre la sensibilidad intacta del caballo y le da señales sin necesidad de someterlo; diferente a los bozales tradicionales que sólo actúan como sujeción y sólo son eficientes una vez que el caballo “aprendió” que no puede librarse de ellos, siendo además por su bastedad, toscos e imprecisos si queremos enviar señales de conducción.
Sin la necesidad de aplicar fuerza alguna, más allá de la necesaria para enviar un estímulo como puede ser la aplicada por un dedo, la jáquima es una herramienta muy precisa a la hora de enseñar los rudimentos de una flexión de cuello y de nuca o dar las indicaciones de dirección de marcha.
Ante un estímulo grosero un caballo insensibilizado en lugar de ceder apartándose, suele oponer una resistencia con una fuerza por lo menos igual a la recibida… por ejemplo, si hacemos fuerza contra las costillas del caballo por lo general éste tiende apoyarse en lugar de ceder a la presión… En el otro extremo, sin términos medios, la otra conducta posible es la huida… ante la fuerza ejercida con un bozal el caballo tiende a reaccionar con una fuerza igual o mayor en sentido contrario.
Es fácil constatar que el caballo “arisco” (al que no se la han sacado las cosquillas) está pendiente de cualquier gesto y su respuesta inmediata es apartarse, no es necesario tocar las costillas de un caballo, con solo arrimar la mano, el caballo cederá a la “presión”, al estímulo.
Antes que insensibilizarlo sería conveniente cimentar estas reacciones porque nos serán útiles.
Contrariamente, si procedemos a insensibilizar anulamos la relación causa/efecto y más adelante nos veremos obligados a aplicar ayudas más torpes y groseras, porque el caballo ya habrá aprendido a responder o reaccionar con una fuerza contraria, resistiendo en lugar de ceder a la ayuda.
En cambio la jáquima nos permite enviar señales y estímulos que enseñan al caballo a ceder a la presión. La presencia sobre el tacto del caballo es la adecuada para que su respuesta sea ceder apartándose del estímulo… si se trata de flexionar el cuello hacia el lado izquierdo por ejemplo, las ayudas de la jáquima se aplicarán sobre el lado derecho de la cara del caballo... de tal modo que cediendo a la presión el caballo llevará su cabeza hacia el lado izquierdo.
Por otra parte no es necesario que el caballo aprenda a respetar la jáquima, desde la primera lección, comprenderá perfectamente los estímulos recibidos y en pocas repeticiones aprenderá a seguir directamente el ramal o cabestro donde se inicia nuestro movimiento.
De este modo establecemos una serie de pautas en la relación que consolidan el vínculo: ante determinado gesto, estímulo o ayuda el caballo responde con la presteza y la agilidad requeridas siempre que además estemos prestos para premiar su respuesta “correcta”.
Por lo general vemos que durante un proceso de amansamiento y doma se procede a “insensibilizar”, sacar “cosquillas” etc. … procedemos de tal modo que primero anulamos las respuestas reflejas y sensibles del caballo para, curiosa y algo contradictoriamente, más adelante, esperar que las ayudas que aplicamos resulten eficaces… así, durante el proceso de adiestramiento, el caballo se ve obligado a re-aprender respuestas que naturalmente tenía incorporadas pero que con el procedimiento de insensibilización habíamos “apagado”. Lo insensibilizamos, lo entrenamos para que prácticamente no responda a ningún estímulo, pero más adelante exigiremos de él respuestas ágiles y espontáneas.
Es fácil de comprobar, a las pocas repeticiones de un determinado estímulo que provoca una reacción refleja, si no hay un refuerzo positivo, una gratificación, el caballo cancela toda respuesta y se vuelve sordo al estímulo.
En este aspecto la jáquima es una presencia que trabaja sobre la sensibilidad intacta del caballo y le da señales sin necesidad de someterlo; diferente a los bozales tradicionales que sólo actúan como sujeción y sólo son eficientes una vez que el caballo “aprendió” que no puede librarse de ellos, siendo además por su bastedad, toscos e imprecisos si queremos enviar señales de conducción.
Sin la necesidad de aplicar fuerza alguna, más allá de la necesaria para enviar un estímulo como puede ser la aplicada por un dedo, la jáquima es una herramienta muy precisa a la hora de enseñar los rudimentos de una flexión de cuello y de nuca o dar las indicaciones de dirección de marcha.
Ante un estímulo grosero un caballo insensibilizado en lugar de ceder apartándose, suele oponer una resistencia con una fuerza por lo menos igual a la recibida… por ejemplo, si hacemos fuerza contra las costillas del caballo por lo general éste tiende apoyarse en lugar de ceder a la presión… En el otro extremo, sin términos medios, la otra conducta posible es la huida… ante la fuerza ejercida con un bozal el caballo tiende a reaccionar con una fuerza igual o mayor en sentido contrario.
Es fácil constatar que el caballo “arisco” (al que no se la han sacado las cosquillas) está pendiente de cualquier gesto y su respuesta inmediata es apartarse, no es necesario tocar las costillas de un caballo, con solo arrimar la mano, el caballo cederá a la “presión”, al estímulo.
Antes que insensibilizarlo sería conveniente cimentar estas reacciones porque nos serán útiles.
Contrariamente, si procedemos a insensibilizar anulamos la relación causa/efecto y más adelante nos veremos obligados a aplicar ayudas más torpes y groseras, porque el caballo ya habrá aprendido a responder o reaccionar con una fuerza contraria, resistiendo en lugar de ceder a la ayuda.
En cambio la jáquima nos permite enviar señales y estímulos que enseñan al caballo a ceder a la presión. La presencia sobre el tacto del caballo es la adecuada para que su respuesta sea ceder apartándose del estímulo… si se trata de flexionar el cuello hacia el lado izquierdo por ejemplo, las ayudas de la jáquima se aplicarán sobre el lado derecho de la cara del caballo... de tal modo que cediendo a la presión el caballo llevará su cabeza hacia el lado izquierdo.
Por otra parte no es necesario que el caballo aprenda a respetar la jáquima, desde la primera lección, comprenderá perfectamente los estímulos recibidos y en pocas repeticiones aprenderá a seguir directamente el ramal o cabestro donde se inicia nuestro movimiento.
De este modo establecemos una serie de pautas en la relación que consolidan el vínculo: ante determinado gesto, estímulo o ayuda el caballo responde con la presteza y la agilidad requeridas siempre que además estemos prestos para premiar su respuesta “correcta”.
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martes, enero 02, 2007
Cambio de ojo, giros y vueltas
Durante el trabajo suelto en el cuadrilátero además de los altos, iniciación a la media parada y cambios de ritmo, también podemos introducir los giros y vueltas.
Pero antes debemos confirmar lo que se conoce como el “cambio de ojo”. Con el caballo parado y dándonos la grupa, nos corremos apenas un paso hacia un lado, el caballo debe estar lo suficientemente atento aunque relajado, como para que no interprete nuestro desplazamiento como una ayuda de impulsión o indicación de cambio de dirección… la idea es que permanezca quieto y que al cabo de unos segundos vuelque su cuello hacia nuestra dirección para mirarnos con el ojo de ese lado.
Una vez que esto haya sucedido podemos desplazarnos hacia el otro lado para provocar que el caballo gire su cuello y “cambie su ojo”, para mirarnos.
Este ejercicio establece unas cuantas pautas de entendimiento… en principio nos demuestra que el caballo no está en fuga, sino que está dispuesto emocionalmente para observar de qué se trata nuestra presencia… antes de huir nos observa. Cede la impronta de la huida para dejar paso a la curiosidad y a un ánimo comunicativo. Al “cambiar de ojo”, nos reconoce e identifica sin que haya diferencias entre lo que viene por la derecha o lo que viene por la izquierda. Y además le permite al caballo independizar su cuello. Para terminar, animamos al caballo a iniciar el paso de tal modo que al tener el cuello volteado y girado hacia nosotros lo hará intentando seguirnos con su mirada, entrando en un círculo perfectamente incurvado y con el cuello relajado.
Para enseñar una media vuelta hacia el interior, con el caballo detenido, nos colocamos por delante de su eje longitudinal, frente a él y le damos una señal clara con el brazo indicándole la dirección. El caballo estimulado a tomar el paso buscará el camino de la “única puerta abierta” y una vez que inicie la vuelta apoyaremos esta acción con algo más de impulsión, rezagándonos un poco.
Cuando el caballo confirma su nueva dirección, habiendo cambiado de mano, le permitimos estabilizarse en el círculo y al cabo de no más de media vuelta lo podemos detener… adelantándonos hacia sus espaldas, para premiarlo y acariciarlo. Y a partir de allí realizar el ejercicio a la otra mano. No hace falta más de tres o cuatro repeticiones a cada mano para que el caballo confirme el sentido de nuestras ayudas y realice francamente las vueltas que le demandamos.
Más adelante podremos intentar demandar estas vueltas sin detención previa y luego al trote, lo que nos permitirá ejercitarlo en cambios de mano dentro del círculo.
Otro ejercicio que aprecio es el giro hacia el lado exterior. Una vez más, con el caballo detenido frente a nosotros, daremos señales claras para que el caballo inicie un giro, apoyándose en el posterior. Para esto debemos permitir que haya un margen entre el caballo y el lado del cuadrilátero, como para que tenga espacio suficiente para realizar el ejercicio.
Este ejercicio favorece francamente el remetimiento del posterior como la bajada del anca y el flexionamiento de los garrones.
Del mismo modo como hemos procedido y debe ser la costumbre, no más de cuatro repeticiones y caricias y voces de halago cada vez que nos sale bien, nos iremos entrenando, el caballo y nosotros mismos, en agilidad y oportunidad, ubicación de nuestro cuerpo y la emisión de señales claras, hasta realizarlo con fluidez, encadenando giros y vueltas a cada mano como si fuera una danza.
El caballo no sólo se pondrá fino a nuestras ayudas, sino que estará muy atento a nuestro desenvolvimiento. Adquirirá un equilibrio natural favorecido no sólo por la acción de los posteriores (flexionados) sino que además medirá su precipitación, su inercia de marcha, para poder estar dispuesto a cada demanda de un giro, haciendo sus aires más rítmicos, derechos, alivianando el tren anterior y propulsándose decididamente con su tren posterior.
Pero antes debemos confirmar lo que se conoce como el “cambio de ojo”. Con el caballo parado y dándonos la grupa, nos corremos apenas un paso hacia un lado, el caballo debe estar lo suficientemente atento aunque relajado, como para que no interprete nuestro desplazamiento como una ayuda de impulsión o indicación de cambio de dirección… la idea es que permanezca quieto y que al cabo de unos segundos vuelque su cuello hacia nuestra dirección para mirarnos con el ojo de ese lado.
Una vez que esto haya sucedido podemos desplazarnos hacia el otro lado para provocar que el caballo gire su cuello y “cambie su ojo”, para mirarnos.
Este ejercicio establece unas cuantas pautas de entendimiento… en principio nos demuestra que el caballo no está en fuga, sino que está dispuesto emocionalmente para observar de qué se trata nuestra presencia… antes de huir nos observa. Cede la impronta de la huida para dejar paso a la curiosidad y a un ánimo comunicativo. Al “cambiar de ojo”, nos reconoce e identifica sin que haya diferencias entre lo que viene por la derecha o lo que viene por la izquierda. Y además le permite al caballo independizar su cuello. Para terminar, animamos al caballo a iniciar el paso de tal modo que al tener el cuello volteado y girado hacia nosotros lo hará intentando seguirnos con su mirada, entrando en un círculo perfectamente incurvado y con el cuello relajado.
Para enseñar una media vuelta hacia el interior, con el caballo detenido, nos colocamos por delante de su eje longitudinal, frente a él y le damos una señal clara con el brazo indicándole la dirección. El caballo estimulado a tomar el paso buscará el camino de la “única puerta abierta” y una vez que inicie la vuelta apoyaremos esta acción con algo más de impulsión, rezagándonos un poco.
Cuando el caballo confirma su nueva dirección, habiendo cambiado de mano, le permitimos estabilizarse en el círculo y al cabo de no más de media vuelta lo podemos detener… adelantándonos hacia sus espaldas, para premiarlo y acariciarlo. Y a partir de allí realizar el ejercicio a la otra mano. No hace falta más de tres o cuatro repeticiones a cada mano para que el caballo confirme el sentido de nuestras ayudas y realice francamente las vueltas que le demandamos.
Más adelante podremos intentar demandar estas vueltas sin detención previa y luego al trote, lo que nos permitirá ejercitarlo en cambios de mano dentro del círculo.
Otro ejercicio que aprecio es el giro hacia el lado exterior. Una vez más, con el caballo detenido frente a nosotros, daremos señales claras para que el caballo inicie un giro, apoyándose en el posterior. Para esto debemos permitir que haya un margen entre el caballo y el lado del cuadrilátero, como para que tenga espacio suficiente para realizar el ejercicio.
Este ejercicio favorece francamente el remetimiento del posterior como la bajada del anca y el flexionamiento de los garrones.
Del mismo modo como hemos procedido y debe ser la costumbre, no más de cuatro repeticiones y caricias y voces de halago cada vez que nos sale bien, nos iremos entrenando, el caballo y nosotros mismos, en agilidad y oportunidad, ubicación de nuestro cuerpo y la emisión de señales claras, hasta realizarlo con fluidez, encadenando giros y vueltas a cada mano como si fuera una danza.
El caballo no sólo se pondrá fino a nuestras ayudas, sino que estará muy atento a nuestro desenvolvimiento. Adquirirá un equilibrio natural favorecido no sólo por la acción de los posteriores (flexionados) sino que además medirá su precipitación, su inercia de marcha, para poder estar dispuesto a cada demanda de un giro, haciendo sus aires más rítmicos, derechos, alivianando el tren anterior y propulsándose decididamente con su tren posterior.
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sábado, diciembre 16, 2006
Cuadrilátero
...una vez que el caballo advierte que estamos tratando de comunicarnos con él,
que no somos una amenaza y que intentamos establecer un diálogo en un idioma común,
no sólo se mostrará complacido sino también, dispuesto a agradarnos.
Personalmente prefiero, cuando se trata del trabajo pie a tierra, hacerlo en un recinto cuadrado y con el caballo suelto.
Las dimensiones deben estar de acuerdo a una superficie en la que podamos desenvolvernos cómodamente tanto el caballo como uno mismo, ni muy estrecha ni muy amplia, digamos que con unos 8/10 metros de lado se diseña un cuadrado en el que se puede trabajar.
El caballo suelto podrá evolucionar según su propio equilibrio sin tensiones en la cabeza, cuello y nuca que lo desestabilicen y los ángulos rectos de cada esquina favorecerán el trabajo del posterior interno tanto como la inducción al flexionamiento que pretendemos. Una de las diferencias con el trabajo a la cuerda es que el recorrido del círculo no tiene fin, en cambio en el cuadrilátero, en cada esquina el caballo debe reconducir su cuerpo, corregir la dirección y prácticamente es introducido en una iniciación a la espalda adentro y a la media parada.
Este trabajo además nos permitirá interactuar con el caballo. Podremos experimentar con nuestra posición respecto del caballo y considerar los diferentes efectos que podemos producir según donde nos ubiquemos. En general, como habitualmente se hace trabajando a la cuerda, marcharemos describiendo un círculo interior y paralelo al caballo, manteniendo una distancia de más o menos 3 metros respecto del mismo, ubicados de tal modo que nuestras ayudas de impulsión apunten a la grupa.
Una de las primeras observaciones y prácticas que podemos hacer es rezagarnos, tendiendo a quedarnos quietos, saliéndonos del campo visual del caballo para advertir que en pocos segundos el caballo se detendrá por sí solo y nos buscará con su mirada.
Otra observación es evaluar cómo cambia el efecto de nuestra mirada según donde apuntemos al caballo. Si mantenemos una mirada firme sobre los ojos del caballo éste se mantendrá atento y amenazado, en cambio si la retiramos hacia el posterior y la bajamos un poco, el caballo suavizará su marcha.
Mientras tanto el caballo también emitirá señales… con su oreja interna leerá nuestras indicaciones y probablemente mastique o estire el cuello en señal de aceptación o sumisión, dependiendo esto último muchas veces de la intensidad del trabajo y si le damos al caballo oportunidad de manifestarse.
Uno de los ejercicios que podemos introducir es la ejecución del alto con fuerte remetimiento de los posteriores, flexión de garrones y bajada de cadera. Para iniciarnos en esto debemos aprovechar un lado del cuadrilátero y anticiparnos a la entrada en la esquina, adelantándonos con decisión y enérgicamente hacia las espaldas del caballo, para detenernos firmemente (manteniendo siempre la distancia del caballo, es decir no debemos ir hacia él, sino adelantarnos a su avance). Es conveniente anticipar con la voz un llamado de atención y luego alguna voz precisa como oh-oh al momento de la detención.
Con la práctica podremos convertir esta acción en una media parada, según la habilidad que desarrollemos para adelantarnos, detener e inmediatamente retomar la impulsión dejando pasar al caballo y continuar con su avance.
No está de más decir que cada ejecución deberá ser coronada con las felicitaciones del caso, si el caballo ha permanecido quieto, atento, esperando la próxima indicación…podemos acercarnos, felicitarlo y agasajarlo con caricias. Y tampoco está de más agregar que el entrenamiento y repetición no deberían exceder los 4/5 intentos a cada mano.
Siempre debemos tener presente que el trabajo debe realizarse en condiciones de “estabilidad emocional”, el caballo no debe perder su ritmo y su impulsión, su voluntad de avanzar, yendo al trote la pisada del posterior debe por lo menos alcanzar la huella del anterior, pero nuestras ayudas no deben traducirse en una presión excesiva que ponga al caballo en tensión o fuga. Si esto ocurriera debemos relajarnos, darle sosiego al caballo, recuperar su atención y relajamiento para poder recién entonces retomar el trabajo.
Nuestras ayudas deben ser indicaciones: trabajando pie a tierra todo nuestro cuerpo es para el caballo una suerte de “signo-función” que él interpretará para actuar en consecuencia, por eso nuestra obligación es ser lo más claros y precisos posible.
Si logramos entrenarnos en evaluar las consecuencias de nuestra presencia, nuestra actitud, nuestros gestos y nuestra mirada en la relación con el caballo podremos sacar valiosas conclusiones, pero la más importante es que tendremos de nuestro lado el favor de la sensibilidad del caballo y su buena disposición, porque una vez que el caballo advierte que estamos tratando de comunicarnos con él, que no somos una amenaza y que intentamos establecer un diálogo en un idioma común, no sólo se mostrará complacido sino también, dispuesto a agradarnos.
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lunes, diciembre 11, 2006
Trabajo a la cuerda
El trabajo a la cuerda siempre ha sido una herramienta recomendada y aprovechada prácticamente sin objeciones.
Sin embargo la nueva mirada que aplicamos para relacionarnos con el caballo nos plantea algunas consideraciones.
En principio, por las condiciones de estabulación de los caballos (prácticamente un día entero encerrados en el box) el trabajo a la cuerda se presenta como la oportunidad para “desahogarse” con el compromiso que esto puede traer aparejado por los riesgos que se generan: contusiones y esfuerzos en general, sin calentamiento previo.
En las circunstancias habituales que el caballo llega al circular, difícilmente esté en condiciones emocionales adecuadas para realizar un trabajo sereno, relajado y en equilibrio.
También merecen consideración las instalaciones. Muchas veces no hay un circular preparado con la debida contención, de tal modo que trabajamos al caballo sosteniéndolo desde la cuerda (sin importar donde esté abrochada) provocando una torsión en la columna y cuello del caballo que tiene como consecuencia que el caballo acaba haciendo fuerza en contra de la cuerda… toda su musculatura trabaja en contra de nuestro objetivo, mientras nosotros lo sostenemos firmemente, el caballo hace fuerza para salirse del círculo, y aún si logramos mantenerlo, por lo general lo posteriores irán por fuera del circulo dibujando otra pista… en fin, una serie de efectos no queridos.
Aún si el circular está construido con la debida contención también ocurre que el trabajo sucesivo de muchos caballos por día desarrolla un “peralte” de la pista, provocando que el caballo trabaje sobre una pista en desnivel, promoviendo cierta inclinación de su cuerpo (del centro de gravedad) hacia el centro del círculo lo que hace que prácticamente pueda trabajar sin incurvarse.
Queda todavía una consideración más que es desde el punto de vista de la conducta. Supongo que la mayoría conocerá el “efecto unión” desarrollado por Monty Roberts, o el trabajo de Pat Parelli, que se sostiene en el mecanismo que utiliza el jefe de manada para mantener aislado de la misma a quien se ha comportado indebidamente y aceptarlo para que se reúna en el “círculo” una vez que considera que ya ha sido suficiente la amonestación, cuando el “apartado” da señales de sumisión y aceptación.
Cuando trabajamos a la cuerda procedemos de una manera análoga pero sin tener conciencia de los efectos que produce en el caballo. Mantenemos al caballo alejado de nosotros, y por lo general sin darle ninguna oportunidad de sosiego. Durante el tiempo que dure el trabajo a la cuerda, salvo raras excepciones, lo apartamos, lo impulsamos, lo arreamos… y el caballo posiblemente esté considerando: ¿qué habré hecho para que este tipo me mantenga a raya?
Y sobre todo, como no tenemos presente este mecanismo, desaprovechamos todas las señales y pedidos de clemencia que nos está dando el caballo, pidiéndonos por favor que lo aceptemos, que lo perdonemos. Desperdiciamos la oportunidad de cimentar el vínculo y dejamos una huella sensible en la evaluación que el caballo hace de nuestra manera de ser.
Muchas veces pensamos que aplicar una técnica y un procedimiento son las herramientas necesarias para un resultado correcto… que eso por sí solo garantiza la eficacia de nuestro entrenamiento. Pero si consideramos las apreciaciones que venimos enumerando podemos ver que el uso de una técnica, en principio apropiada, sin el debido análisis de todos los factores (y si fuera posible desde el punto de vista del caballo), puede traernos más consecuencias negativas que positivas.
Sin embargo la nueva mirada que aplicamos para relacionarnos con el caballo nos plantea algunas consideraciones.
En principio, por las condiciones de estabulación de los caballos (prácticamente un día entero encerrados en el box) el trabajo a la cuerda se presenta como la oportunidad para “desahogarse” con el compromiso que esto puede traer aparejado por los riesgos que se generan: contusiones y esfuerzos en general, sin calentamiento previo.
En las circunstancias habituales que el caballo llega al circular, difícilmente esté en condiciones emocionales adecuadas para realizar un trabajo sereno, relajado y en equilibrio.
También merecen consideración las instalaciones. Muchas veces no hay un circular preparado con la debida contención, de tal modo que trabajamos al caballo sosteniéndolo desde la cuerda (sin importar donde esté abrochada) provocando una torsión en la columna y cuello del caballo que tiene como consecuencia que el caballo acaba haciendo fuerza en contra de la cuerda… toda su musculatura trabaja en contra de nuestro objetivo, mientras nosotros lo sostenemos firmemente, el caballo hace fuerza para salirse del círculo, y aún si logramos mantenerlo, por lo general lo posteriores irán por fuera del circulo dibujando otra pista… en fin, una serie de efectos no queridos.
Aún si el circular está construido con la debida contención también ocurre que el trabajo sucesivo de muchos caballos por día desarrolla un “peralte” de la pista, provocando que el caballo trabaje sobre una pista en desnivel, promoviendo cierta inclinación de su cuerpo (del centro de gravedad) hacia el centro del círculo lo que hace que prácticamente pueda trabajar sin incurvarse.
Queda todavía una consideración más que es desde el punto de vista de la conducta. Supongo que la mayoría conocerá el “efecto unión” desarrollado por Monty Roberts, o el trabajo de Pat Parelli, que se sostiene en el mecanismo que utiliza el jefe de manada para mantener aislado de la misma a quien se ha comportado indebidamente y aceptarlo para que se reúna en el “círculo” una vez que considera que ya ha sido suficiente la amonestación, cuando el “apartado” da señales de sumisión y aceptación.
Cuando trabajamos a la cuerda procedemos de una manera análoga pero sin tener conciencia de los efectos que produce en el caballo. Mantenemos al caballo alejado de nosotros, y por lo general sin darle ninguna oportunidad de sosiego. Durante el tiempo que dure el trabajo a la cuerda, salvo raras excepciones, lo apartamos, lo impulsamos, lo arreamos… y el caballo posiblemente esté considerando: ¿qué habré hecho para que este tipo me mantenga a raya?
Y sobre todo, como no tenemos presente este mecanismo, desaprovechamos todas las señales y pedidos de clemencia que nos está dando el caballo, pidiéndonos por favor que lo aceptemos, que lo perdonemos. Desperdiciamos la oportunidad de cimentar el vínculo y dejamos una huella sensible en la evaluación que el caballo hace de nuestra manera de ser.
Muchas veces pensamos que aplicar una técnica y un procedimiento son las herramientas necesarias para un resultado correcto… que eso por sí solo garantiza la eficacia de nuestro entrenamiento. Pero si consideramos las apreciaciones que venimos enumerando podemos ver que el uso de una técnica, en principio apropiada, sin el debido análisis de todos los factores (y si fuera posible desde el punto de vista del caballo), puede traernos más consecuencias negativas que positivas.
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Técnicas y procedimientos
sábado, diciembre 02, 2006
Equilibrio e impulsión
Ya sabemos que el caballo reparte su peso de tal modo que los anteriores soportan casi dos terceras partes, mientras el resto es soportado por los posteriores, lo que además se ve incrementado cuando nos montamos sobre él, aumentado aún más la carga sobre el tren anterior.
También sabemos que el centro de gravedad se ubica en un punto virtual debajo de la cruz, entre las espaldas.
Si bien estas características morfológicas pueden ser más que adecuadas para el desempeño natural del caballo en su ambiente y según sus necesidades, en lo que hace al caballo de equitación, nos vemos en la necesidad de modificar este equilibrio aumentando la carga del tren posterior, si fuera posible nos gustaría que nuestro caballo pudiera llevar (cargar) su centro de gravedad lo más cerca de la verticalidad.
Intervendremos en el entrenamiento del caballo tratando de educarlo en la manera que esperamos modifique su “porte”,es decir la manera cómo el caballo se lleva a sí mismo.
Cuando vemos a un padrillo prodigarse en su cortejo, seguramente lo veremos pasagear, piafar, efectuar alguna que otra “levade”, y sobre todo veremos que el porte de su cuello y cabeza adquieren una posición muy correcta desde el punto de vista del dressage.
Esto por un lado viene a confirmar que los aires que buscamos en la equitación no son antinaturales, que el caballo los tiene y puede desenvolverlos sin necesidad de apremios rigurosos.
En todo caso la dificultad se presenta a la hora de reproducir una motivación igualmente eficaz para que se dispare en el caballo una idéntica voluntad de lucimiento.
(el caballo manifiesta con mayor esplendor sus dotes de lucimiento a la hora del cortejo sexual… deberíamos preguntarnos qué tan seductor es el programa que rutinariamente le proponemos para conseguir el mismo resultado)
Pero esta performance también nos demuestra que aquel equilibrio que buscamos no es resultado de una energía atlética debidamente disciplinada, ni mucho menos de la aplicación de rigor en la boca o en las costillas del caballo, sino de un porte natural que pone al caballo sobre sus posteriores, con los garrones flexionados, con la consecuente liviandad del tren anterior que le permite disponer de su cuello y cabeza con la flexibilidad que requiere para dirigirse y administrarse, detenerse, volverse sobre los posteriores, elevarse, lo que queda rematado con su nuca igualmente flexionada y elevada, erguida soberbiamente. Creo que nadie duda que esta es la imagen que nos gustaría conseguir.
En la persecución de este objetivo debemos conjugar y articular, entre otras cosas, equilibrio e impulsión, prestando particular atención a que cualquier exceso en la impulsión repercutirá negativamente en el equilibrio, sobrecargando el tren anterior, aumentando la inercia, todo lo que además rematará en una boca fuerte o ”dura”, o dicho de otro modo, en detrimento de la flexibilidad.
El equilibrio debe ser vigilado y cultivado desde un principio, el caballo debe ser educado en su porte equilibrado impidiendo mediante todas las correcciones que sean necesarias las recaídas sobre el tren anterior. El trabajo en transiciones y flexionamientos del tren posterior son herramientas indispensables y sólo demandaremos impulsión a partir del equilibrio, es decir, velando para que ningún exceso de impulsión deteriore el equilibrio o implique su pérdida. Nos conformaremos con demandas mínimas, no más de dos o tres tiempos de impulsión, sin exageraciones, un entrenamiento paulatino que basado en el equilibrio, nos permita disponer de una mayor libertad del tren anterior.
También sabemos que el centro de gravedad se ubica en un punto virtual debajo de la cruz, entre las espaldas.
Si bien estas características morfológicas pueden ser más que adecuadas para el desempeño natural del caballo en su ambiente y según sus necesidades, en lo que hace al caballo de equitación, nos vemos en la necesidad de modificar este equilibrio aumentando la carga del tren posterior, si fuera posible nos gustaría que nuestro caballo pudiera llevar (cargar) su centro de gravedad lo más cerca de la verticalidad.
Intervendremos en el entrenamiento del caballo tratando de educarlo en la manera que esperamos modifique su “porte”,es decir la manera cómo el caballo se lleva a sí mismo.
Cuando vemos a un padrillo prodigarse en su cortejo, seguramente lo veremos pasagear, piafar, efectuar alguna que otra “levade”, y sobre todo veremos que el porte de su cuello y cabeza adquieren una posición muy correcta desde el punto de vista del dressage.
Esto por un lado viene a confirmar que los aires que buscamos en la equitación no son antinaturales, que el caballo los tiene y puede desenvolverlos sin necesidad de apremios rigurosos.
En todo caso la dificultad se presenta a la hora de reproducir una motivación igualmente eficaz para que se dispare en el caballo una idéntica voluntad de lucimiento.
(el caballo manifiesta con mayor esplendor sus dotes de lucimiento a la hora del cortejo sexual… deberíamos preguntarnos qué tan seductor es el programa que rutinariamente le proponemos para conseguir el mismo resultado)
Pero esta performance también nos demuestra que aquel equilibrio que buscamos no es resultado de una energía atlética debidamente disciplinada, ni mucho menos de la aplicación de rigor en la boca o en las costillas del caballo, sino de un porte natural que pone al caballo sobre sus posteriores, con los garrones flexionados, con la consecuente liviandad del tren anterior que le permite disponer de su cuello y cabeza con la flexibilidad que requiere para dirigirse y administrarse, detenerse, volverse sobre los posteriores, elevarse, lo que queda rematado con su nuca igualmente flexionada y elevada, erguida soberbiamente. Creo que nadie duda que esta es la imagen que nos gustaría conseguir.
En la persecución de este objetivo debemos conjugar y articular, entre otras cosas, equilibrio e impulsión, prestando particular atención a que cualquier exceso en la impulsión repercutirá negativamente en el equilibrio, sobrecargando el tren anterior, aumentando la inercia, todo lo que además rematará en una boca fuerte o ”dura”, o dicho de otro modo, en detrimento de la flexibilidad.
El equilibrio debe ser vigilado y cultivado desde un principio, el caballo debe ser educado en su porte equilibrado impidiendo mediante todas las correcciones que sean necesarias las recaídas sobre el tren anterior. El trabajo en transiciones y flexionamientos del tren posterior son herramientas indispensables y sólo demandaremos impulsión a partir del equilibrio, es decir, velando para que ningún exceso de impulsión deteriore el equilibrio o implique su pérdida. Nos conformaremos con demandas mínimas, no más de dos o tres tiempos de impulsión, sin exageraciones, un entrenamiento paulatino que basado en el equilibrio, nos permita disponer de una mayor libertad del tren anterior.
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Técnicas y procedimientos
domingo, noviembre 26, 2006
Gestos y comunicación
el que verdaderamente pone paciencia es el caballo,
dándonos siempre una nueva oportunidad para que
aprendamos a pedir las cosas como se debe.
Si bien las técnicas de manejo en principio no van más allá de lo que debería ser una correcta educación del potro y un adecuado manejo de “cuadra”, durante esta iniciación se juega buena parte de la impronta que quedará fijada en el caballo.
La confianza mutua, el respeto, los buenos modales y las ganas de agradarse uno a otro cimentarán el vínculo que debe basarse especialmente en la buena disposición del manejador.
… que paciencia es lo que hay que tener justamente cuando uno siente que se le acabó… o decir que la paciencia es una cualidad y en tal sentido no siendo una cantidad, a uno no se le puede acabar ni agotar la paciencia, la tiene o nunca la tuvo.
Muchos dicen que con los caballos todo es paciencia, pero yo creo que el que verdaderamente pone paciencia es el caballo, dándonos siempre una nueva oportunidad para que aprendamos a pedir las cosas como se debe.
Yo creo que son los caballos los que acaban instalando esa virtud dentro de nosotros. Desde luego que no hablo de aquellos virtuosos que tienen el talento y el tacto innatos para llevarse bien con los caballos, hablo de aquellos simples mortales como uno a los que aquello que parece simple nos representa todo un desafío. En general, el caballo no actúa de acuerdo a nuestros deseos sino hasta tanto las cosas no estén debidamente planteadas.
Visto de este modo, no es que seamos pacientes por insistir obstinadamente en repetir la misma técnica, la misma conducta, es que al cabo de tantos intentos habremos variado nuestra actitud hasta hacerla comprensible e interpretable por el caballo. Por eso digo que en cierto modo el caballo nos va llevando a que planteemos las cosas correctamente.
Lo correcto tiene que ver con la eficiencia, es decir habrá sido correcto el modo como demandamos si el resultado ha sido el esperado. Y la eficiencia en este caso tiene que ver con un resultado que debe ser estéticamente armonioso y ejecutado por la libre voluntad del caballo. En este sentido, cualquier imposición por la fuerza o por sujeción, no es que no resulte efectiva, la experiencia y el trato tradicional demuestran que si lo son, pero ciertamente nos estaremos alejando de lo que el caballo espera de nosotros.
Es cierto también que muchas veces nos vemos obligados a “alzar la voz”, a hacer más vigorosas o llamativas nuestras ayudas… pero esto igualmente depende del vínculo que hemos ido desarrollando con el caballo… si hemos sido algo torpes con nuestras ayudas seguramente deberemos aumentar el volumen para que el caballo despeje detrás del ruido cuál es la señal correcta.
En términos comunicativos nosotros somos muy ruidosos para el caballo, emitimos gran cantidad de señales que para el caballo primero son alarmantes por desconocidas y una vez que se habituó a ellas se vuelve sordo en tanto resultan insignificantes. De ahí el riesgo de perder la comunicación porque el caballo abrumado o aburrido por la falta de contenido de nuestros mensajes dejará de prestarnos atención.
Por esa razón siempre es conveniente ser lo más económico posible a la hora de estar cerca de los caballos, economía de movimientos, cuestión de que cada gesto nuestro pueda ser interpretado por la gran sensibilidad del caballo, valioso como una palabra correctamente interpretada.
Puede ser que existan gestos más eficientes unos que otros, pero no se trata de un lenguaje específico que debamos aprender y que una vez adquirido asegurará un diálogo sin interferencias con el caballo. Ese lenguaje lo debemos construir a diario y así tendremos nuestro propio código, pero debemos ser concientes de administrar con algo de disciplina nuestra habitual tendencia a gesticular si queremos que el caballo esté atento a nuestras ayudas e indicaciones.
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