Se ha dado como expresión de la postmodernidad un despliegue sin fin de modalidades alternativas con las que se trata de dar la espalda al modelo icónico de la cultura tradicional.
Lo alternativo procura y ofrece ahora un estatus jerarquizado a todo aquello que antes fuera marginal o despreciado por diferente. El modelo de exclusión que exacerbaba los antagonismos ahora se ha reformulado a través de modos imperiosamente inclusivos. Nada queda por fuera del orden sistémico pero esta diversidad, proclamada como nuevo orden universal, trae consigo una confusa relativización de todos los conflictos al extremo de enervarlos. La relatividad cultural imperante ya no tiene el eje en la discusión de los antagonismos otrora fundamentales para tratar de comprender las razones de nuestro sistema de vida sino que gracias a la multiplicidad, lo antagónico ya no es causa de ningún análisis, simplemente pasa a ser desconsiderado por insignificante; lo relevante en el orden de la contingencia es la pura diversidad.
En cuanto a desconsiderar los conflictos fundamentales, también se da el caso de modos extremos y radicales que a su manera también intentan impedir la dialéctica de los antagonismos con manifestaciones principistas y fundamentalistas que niegan y resuelven sencillamente los conflictos auspiciando el exterminio de los que piensan distinto.
De un modo u otro el caso es que las contradicciones no progresan hacia su superación sino que son suspendidas y postergadas de acuerdo a la doctrina paulista del katechon: impedir a como dé lugar el devenir y auspiciar livianamente cualquier manifestación o expresión que nos distraiga.
La proliferación de lo alternativo intentó expandir el panorama promoviendo la pura contingencia como indulto ante la indiferencia que le dispensamos a los asuntos, nos perdona de tener que preocuparnos por los problemas sustanciales, nos dispensa de analizar las condiciones de posibilidad de nuestras existencias, y procura que estas expresiones pongan distancia respecto de las preguntas decisivas.
Se puede hacer lo que quieras (Dios ha muerto...) pero nadie especifica que el éxito ontológico sigue sujeto al régimen del mercado. Esta supuesta libertad no lo es todo porque se halla determinada por su propia indiferencia hacia lo que se le da la espalda. El relativismo no lo es todo porque siempre está a la par aquello que se pretende negar. Aquello que se niega es precisamente la única afirmación consistente y sobredeterminante.
De este modo, la proliferación de la diversidad alternativa no hace otra cosa que reafirmar los principios con los que se trata de ocultar las contradicciones, opera del mismo modo que las manifestaciones radicales, niegan, por acción u omisión, la discusión sobre las contradicciones y a la vez habilita el expediente de congraciarse con uno mismo en el ejercicio de una diversidad insustancial. Diversidad que por su parte no hace más que subsumir subalternamente todo proyecto alternativo al orden sistémico universal y poner en evidencia esta diversidad como una forma de negación fetichista. Frente al compromiso trágico de la contradicción, la multiplicidad relativista nos ofrece el amparo de la pura contingencia como mascarada de libertad.
A pesar de todo esto nosotros apostamos por una fórmula alternativa porque pensamos que aún en ella existe la posibilidad de abreviar el recorrido y la complejidad para quedar inevitablemente frente a frente con los conflictos esenciales. Lo alternativo, como particular, no puede evadir su momento de concreción determinado por la contradicción. A pesar de su modo distendido y metonímico, lo alternativo no puede eludir la confrontación con el conflicto: lo alternativo, salvo en su forma fetichista, no puede evitar lo Real.
Si no se llega a esta confrontación, lo alternativo fracasa como proyecto emancipatorio y solo repite los modos del consumo que difieren el problema e hipnotizan el discernimiento.
Una equitación alternativa no procura liberarse de los problemas éticos que implica la práctica ecuestre. No supone un lugar de confort que nos emancipe de todos los conflictos que conlleva la práctica con los caballos. En lo particular del vínculo con el caballo no puede sino replicarse la complejidad del mismo mundo y por lo tanto la necesidad de tener que enfrentar estos desafíos éticos. No es la libertad de hacer cualquier cosa sino la libertad que surge de la necesidad impuesta por las contradicciones que nos constituyen.
Montar, o no montar; con embocaduras o sin ellas; métodos de entrenamiento conductistas basados en actos reflejos o gimnásticos; intervenir o no interferir en el mundo del caballo; qué es la violencia, qué es natural... hay alguna posibilidad ética de justificar y legitimar la práctica ecuestre?
Todas estas inquietudes y tantas otras no pueden caer en la indiferencia del relativismo alternativo sino que deben ser asumidas para que desde la propia experiencia se intenten resolver.
Lo particular de toda alternativa se puede volver universal cuando es el lugar que expresa un problema o pregunta candente; lo alternativo deja su lugar de la serie de uno más para expresarse cualitativamente en la formulación explícita del conflicto.
Lo alternativo como formulación postmoderna es una respuesta que no supera el fracaso. En cambio, lo alternativo bien concebido debe involucrarse en lo particular para despejar los conflictos, despejar las incógnitas que se repiten sinérgicamente en todas las formaciones del mismo sistema.
No hay salvataje posible con ningún plan o proyecto alternativo, lo alternativo vale sólo como experiencia singular capaz de traer a primer plano las preguntas que preferimos no confrontar. Lo alternativo puede ser, si se quiere, una posibilidad para ejercer la libertad a partir de la necesidad.
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