Para aquellos que creen que la filosofía no tiene una
proyección práctica sugiero que consideren lo que Foucault señala como el
pasaje de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control y lo
transporten al ámbito de la práctica ecuestre.
No hace mucho que el concepto de disciplina era el que regía
no sólo como modelo ejemplar de comportamiento sino que, de manera más amplia,
se imponía para toda práctica. Toda actividad era en sí una disciplina y aún
hoy heredamos este concepto para referirnos a la equitación en general y sus “disciplinas”
en particular.
El rasgo por excelencia de toda disciplina es el
acondicionamiento del cuerpo: la milicia, los deportistas y los alumnos
aprenden a formarse y a gobernar sus cuerpos bajo un régimen riguroso de
repeticiones y entrenamiento forzoso marcado por el ritmo implacable de un
instructor.
Si bien este modelo perdura (en especial en lo que al
acondicionamiento del cuerpo se refiere en virtud de dietas, gym y estéticas)
está eclipsado por otro criterio que aparece en primer plano y hace gala de
cierta emancipación; nos hemos liberado de ciertas constricciones morales que
nos apretaban y ahora andamos en zapatillas.
A modo ilustrativo para comparar aquel modelo disciplinante
con un régimen de control se puede decir, por ejemplo, que al momento de
diseñar una plaza los senderos por los que habrían de transitar los caminantes para
no pisar el césped ya no se trazan sino que se dejan librados al uso espontáneo
de la gente, de tal modo que, al cabo de un tiempo, el libre albedrío acaba
diseñando senderos bien determinados.
Probablemente nos sintamos más cómodos eligiendo nuestro
camino en lugar de vernos obligados a circunscribirnos a lo que manda un
rector; el constructivismo pedagógico hace gala del beneficio que reporta que
cada uno haga su experiencia desde cero sin verse constreñido a repetir
insensatamente las tablas de multiplicar. Tenemos la sensación que tomamos
decisiones según nuestro arbitrio y antojo pero estas conductas ahora encajan
en patrones estadísticos que resultan mucho más eficientes a la hora de
predecir nuestros movimientos.
Paradójicamente, en la sociedad disciplinaria la respuesta
indisciplinada era imprevisible, en la sociedad de control no hay respuestas
imprevisibles, todas están catalogadas estadísticamente y se considera que las
manifestaciones aberrantes o extremas no afectan al término medio que hay que
fomentar.
Ahora veamos cómo se lee esto en las prácticas ecuestres,
más particularmente en lo que concierne a la doma e iniciación de los caballos. La tradición era y es marcadamente disciplinante. Sólo
alcanza con echar una lectura a cualquier manual de equitación y tanto lo
referido a la compostura del jinete como lo que tiene que ver con la ejecución
de los ejercicios que realiza el caballo, todo aparece puntualmente detallado.
Pero en particular el fundamento del éxito se basa en la necesidad del
entrenamiento gimnástico y la repetición que son, como vimos, rasgos evidentes
del orden disciplinario.
El cambio de paradigma introdujo la novedad de los manejos
etológicos avalados por un imperativo moral y ético insoslayable: no dañar al
animal, respetar su naturaleza y libertad. Principios que nadie en su sano
juicio se atrevería a objetar.
Ahora bien, sin duda se ha ganado mucho en lo que al buen
trato del caballo se refiere pero nadie (o muy pocos y alguno de ellos con un
celo excesivo que lo vuelve aberrante) ha reparado en cómo la proscripción de lo
disciplinante ha sido la puerta de entrada del control. Los nuevos manejos replican este cambio de lo
disciplinante por el control: se “maneja” el caballo en libertad (vaya
eufemismo) pero nadie se monta un caballo sin tener la certeza de tenerlo bajo “control”.
Se reemplaza un hierro en la boca por una hociquera y a pesar de saber que
donde actúa la hociquera hay una infinidad de terminaciones nerviosas muy
sensibles, luce más respetuoso que un bridón. Se intimida al caballo con
cataratas de plásticos y fanfarrias de ruidos hasta aturdirlo pero es nada más
que desensibilización para su propia seguridad. El caballo como una mosca
atrapado en la red de la araña. Y si bien la palabra “liderazgo” ya ha sido
puesta en el banquillo de los acusados, todavía está vigente bajo formas
paliativas que tratan de reformular el concepto pero no la realidad.
Pero a qué apuntamos? Estoy convencido que, sin violar los
mandatos éticos, al caballo hay que abordarlo garantizándonos un margen de
seguridad tanto como que para llevar adelante algunas prácticas especificas hay
que imponerse uno e imponer al caballo disciplina y control.
El ejercicio crítico que nos propusimos consistió en revisar
cómo en la iniciación del caballo se ha dejado la disciplina rigurosa para
asumir ahora una responsabilidad ética supuestamente más armoniosa. Y al mismo
tiempo hemos trazado un hilo conductor subyacente con el que comparar la
política de la doma con la política de nuestra sociedad. Como dije, considero
siempre necesario un orden ético al que atenerse porque no hay libertad sin
responsabilidad pero es igualmente necesario hacer la crítica de aquello que se
difunde como reformista y progresista mientras no hace sino perfeccionar los
sistemas de vigilancia y sumisión a un liderazgo. Hemos pasado de una sociedad
a otra, de la disciplina al control; en estas líneas no se puede tan si quiera
indicar la serie de implicancias y alcances de estos cambios y mucho menos
hacer un balance. Es posible que nos sintamos más cómodos sin uniformes pero no
parece que eso sea representativo de una mayor libertad porque, y esto es lo
que quiero destacar, el argumento de la libertad es falaz, solo viene a homologar
la racionalidad del liderazgo bajo la forma del control y de una moralidad
persecutoria. Ahora somos más libres pero sometidos a mandatos morales
intransigentes mucho más estrictos que cualquier disciplina.
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