martes, junio 25, 2019

Las domas etológicas y la sociedad del control


Para aquellos que creen que la filosofía no tiene una proyección práctica sugiero que consideren lo que Foucault señala como el pasaje de las sociedades disciplinarias a las sociedades de control y lo transporten al ámbito de la práctica ecuestre.

No hace mucho que el concepto de disciplina era el que regía no sólo como modelo ejemplar de comportamiento sino que, de manera más amplia, se imponía para toda práctica. Toda actividad era en sí una disciplina y aún hoy heredamos este concepto para referirnos a la equitación en general y sus “disciplinas” en particular.

El rasgo por excelencia de toda disciplina es el acondicionamiento del cuerpo: la milicia, los deportistas y los alumnos aprenden a formarse y a gobernar sus cuerpos bajo un régimen riguroso de repeticiones y entrenamiento forzoso marcado por el ritmo implacable de un instructor.

Si bien este modelo perdura (en especial en lo que al acondicionamiento del cuerpo se refiere en virtud de dietas, gym y estéticas) está eclipsado por otro criterio que aparece en primer plano y hace gala de cierta emancipación; nos hemos liberado de ciertas constricciones morales que nos apretaban y ahora andamos en zapatillas.

A modo ilustrativo para comparar aquel modelo disciplinante con un régimen de control se puede decir, por ejemplo, que al momento de diseñar una plaza los senderos por los que habrían de transitar los caminantes para no pisar el césped ya no se trazan sino que se dejan librados al uso espontáneo de la gente, de tal modo que, al cabo de un tiempo, el libre albedrío acaba diseñando senderos bien determinados.

Probablemente nos sintamos más cómodos eligiendo nuestro camino en lugar de vernos obligados a circunscribirnos a lo que manda un rector; el constructivismo pedagógico hace gala del beneficio que reporta que cada uno haga su experiencia desde cero sin verse constreñido a repetir insensatamente las tablas de multiplicar. Tenemos la sensación que tomamos decisiones según nuestro arbitrio y antojo pero estas conductas ahora encajan en patrones estadísticos que resultan mucho más eficientes a la hora de predecir nuestros movimientos.

Paradójicamente, en la sociedad disciplinaria la respuesta indisciplinada era imprevisible, en la sociedad de control no hay respuestas imprevisibles, todas están catalogadas estadísticamente y se considera que las manifestaciones aberrantes o extremas no afectan al término medio que hay que fomentar.

Ahora veamos cómo se lee esto en las prácticas ecuestres, más particularmente en lo que concierne a la doma e iniciación de los caballos. La tradición era y es marcadamente disciplinante. Sólo alcanza con echar una lectura a cualquier manual de equitación y tanto lo referido a la compostura del jinete como lo que tiene que ver con la ejecución de los ejercicios que realiza el caballo, todo aparece puntualmente detallado. Pero en particular el fundamento del éxito se basa en la necesidad del entrenamiento gimnástico y la repetición que son, como vimos, rasgos evidentes del orden disciplinario.

El cambio de paradigma introdujo la novedad de los manejos etológicos avalados por un imperativo moral y ético insoslayable: no dañar al animal, respetar su naturaleza y libertad. Principios que nadie en su sano juicio se atrevería a objetar.

Ahora bien, sin duda se ha ganado mucho en lo que al buen trato del caballo se refiere pero nadie (o muy pocos y alguno de ellos con un celo excesivo que lo vuelve aberrante) ha reparado en cómo la proscripción de lo disciplinante ha sido la puerta de entrada del control.  Los nuevos manejos replican este cambio de lo disciplinante por el control: se “maneja” el caballo en libertad (vaya eufemismo) pero nadie se monta un caballo sin tener la certeza de tenerlo bajo “control”. Se reemplaza un hierro en la boca por una hociquera y a pesar de saber que donde actúa la hociquera hay una infinidad de terminaciones nerviosas muy sensibles, luce más respetuoso que un bridón. Se intimida al caballo con cataratas de plásticos y fanfarrias de ruidos hasta aturdirlo pero es nada más que desensibilización para su propia seguridad. El caballo como una mosca atrapado en la red de la araña. Y si bien la palabra “liderazgo” ya ha sido puesta en el banquillo de los acusados, todavía está vigente bajo formas paliativas que tratan de reformular el concepto pero no la realidad.

Pero a qué apuntamos? Estoy convencido que, sin violar los mandatos éticos, al caballo hay que abordarlo garantizándonos un margen de seguridad tanto como que para llevar adelante algunas prácticas especificas hay que imponerse uno e imponer al caballo disciplina y control.

El ejercicio crítico que nos propusimos consistió en revisar cómo en la iniciación del caballo se ha dejado la disciplina rigurosa para asumir ahora una responsabilidad ética supuestamente más armoniosa. Y al mismo tiempo hemos trazado un hilo conductor subyacente con el que comparar la política de la doma con la política de nuestra sociedad. Como dije, considero siempre necesario un orden ético al que atenerse porque no hay libertad sin responsabilidad pero es igualmente necesario hacer la crítica de aquello que se difunde como reformista y progresista mientras no hace sino perfeccionar los sistemas de vigilancia y sumisión a un liderazgo. Hemos pasado de una sociedad a otra, de la disciplina al control; en estas líneas no se puede tan si quiera indicar la serie de implicancias y alcances de estos cambios y mucho menos hacer un balance. Es posible que nos sintamos más cómodos sin uniformes pero no parece que eso sea representativo de una mayor libertad porque, y esto es lo que quiero destacar, el argumento de la libertad es falaz, solo viene a homologar la racionalidad del liderazgo bajo la forma del control y de una moralidad persecutoria. Ahora somos más libres pero sometidos a mandatos morales intransigentes mucho más estrictos que cualquier disciplina.

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