Ya sabemos que el caballo reparte su peso de tal modo que los anteriores soportan casi dos terceras partes, mientras el resto es soportado por los posteriores, lo que además se ve incrementado cuando nos montamos sobre él, aumentado aún más la carga sobre el tren anterior.
También sabemos que el centro de gravedad se ubica en un punto virtual debajo de la cruz, entre las espaldas.
Si bien estas características morfológicas pueden ser más que adecuadas para el desempeño natural del caballo en su ambiente y según sus necesidades, en lo que hace al caballo de equitación, nos vemos en la necesidad de modificar este equilibrio aumentando la carga del tren posterior, si fuera posible nos gustaría que nuestro caballo pudiera llevar (cargar) su centro de gravedad lo más cerca de la verticalidad.
Intervendremos en el entrenamiento del caballo tratando de educarlo en la manera que esperamos modifique su “porte”,es decir la manera cómo el caballo se lleva a sí mismo.
Cuando vemos a un padrillo prodigarse en su cortejo, seguramente lo veremos pasagear, piafar, efectuar alguna que otra “levade”, y sobre todo veremos que el porte de su cuello y cabeza adquieren una posición muy correcta desde el punto de vista del dressage.
Esto por un lado viene a confirmar que los aires que buscamos en la equitación no son antinaturales, que el caballo los tiene y puede desenvolverlos sin necesidad de apremios rigurosos.
En todo caso la dificultad se presenta a la hora de reproducir una motivación igualmente eficaz para que se dispare en el caballo una idéntica voluntad de lucimiento.
(el caballo manifiesta con mayor esplendor sus dotes de lucimiento a la hora del cortejo sexual… deberíamos preguntarnos qué tan seductor es el programa que rutinariamente le proponemos para conseguir el mismo resultado)
Pero esta performance también nos demuestra que aquel equilibrio que buscamos no es resultado de una energía atlética debidamente disciplinada, ni mucho menos de la aplicación de rigor en la boca o en las costillas del caballo, sino de un porte natural que pone al caballo sobre sus posteriores, con los garrones flexionados, con la consecuente liviandad del tren anterior que le permite disponer de su cuello y cabeza con la flexibilidad que requiere para dirigirse y administrarse, detenerse, volverse sobre los posteriores, elevarse, lo que queda rematado con su nuca igualmente flexionada y elevada, erguida soberbiamente. Creo que nadie duda que esta es la imagen que nos gustaría conseguir.
En la persecución de este objetivo debemos conjugar y articular, entre otras cosas, equilibrio e impulsión, prestando particular atención a que cualquier exceso en la impulsión repercutirá negativamente en el equilibrio, sobrecargando el tren anterior, aumentando la inercia, todo lo que además rematará en una boca fuerte o ”dura”, o dicho de otro modo, en detrimento de la flexibilidad.
El equilibrio debe ser vigilado y cultivado desde un principio, el caballo debe ser educado en su porte equilibrado impidiendo mediante todas las correcciones que sean necesarias las recaídas sobre el tren anterior. El trabajo en transiciones y flexionamientos del tren posterior son herramientas indispensables y sólo demandaremos impulsión a partir del equilibrio, es decir, velando para que ningún exceso de impulsión deteriore el equilibrio o implique su pérdida. Nos conformaremos con demandas mínimas, no más de dos o tres tiempos de impulsión, sin exageraciones, un entrenamiento paulatino que basado en el equilibrio, nos permita disponer de una mayor libertad del tren anterior.
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