El trabajo a la cuerda siempre ha sido una herramienta recomendada y aprovechada prácticamente sin objeciones.
Sin embargo la nueva mirada que aplicamos para relacionarnos con el caballo nos plantea algunas consideraciones.
En principio, por las condiciones de estabulación de los caballos (prácticamente un día entero encerrados en el box) el trabajo a la cuerda se presenta como la oportunidad para “desahogarse” con el compromiso que esto puede traer aparejado por los riesgos que se generan: contusiones y esfuerzos en general, sin calentamiento previo.
En las circunstancias habituales que el caballo llega al circular, difícilmente esté en condiciones emocionales adecuadas para realizar un trabajo sereno, relajado y en equilibrio.
También merecen consideración las instalaciones. Muchas veces no hay un circular preparado con la debida contención, de tal modo que trabajamos al caballo sosteniéndolo desde la cuerda (sin importar donde esté abrochada) provocando una torsión en la columna y cuello del caballo que tiene como consecuencia que el caballo acaba haciendo fuerza en contra de la cuerda… toda su musculatura trabaja en contra de nuestro objetivo, mientras nosotros lo sostenemos firmemente, el caballo hace fuerza para salirse del círculo, y aún si logramos mantenerlo, por lo general lo posteriores irán por fuera del circulo dibujando otra pista… en fin, una serie de efectos no queridos.
Aún si el circular está construido con la debida contención también ocurre que el trabajo sucesivo de muchos caballos por día desarrolla un “peralte” de la pista, provocando que el caballo trabaje sobre una pista en desnivel, promoviendo cierta inclinación de su cuerpo (del centro de gravedad) hacia el centro del círculo lo que hace que prácticamente pueda trabajar sin incurvarse.
Queda todavía una consideración más que es desde el punto de vista de la conducta. Supongo que la mayoría conocerá el “efecto unión” desarrollado por Monty Roberts, o el trabajo de Pat Parelli, que se sostiene en el mecanismo que utiliza el jefe de manada para mantener aislado de la misma a quien se ha comportado indebidamente y aceptarlo para que se reúna en el “círculo” una vez que considera que ya ha sido suficiente la amonestación, cuando el “apartado” da señales de sumisión y aceptación.
Cuando trabajamos a la cuerda procedemos de una manera análoga pero sin tener conciencia de los efectos que produce en el caballo. Mantenemos al caballo alejado de nosotros, y por lo general sin darle ninguna oportunidad de sosiego. Durante el tiempo que dure el trabajo a la cuerda, salvo raras excepciones, lo apartamos, lo impulsamos, lo arreamos… y el caballo posiblemente esté considerando: ¿qué habré hecho para que este tipo me mantenga a raya?
Y sobre todo, como no tenemos presente este mecanismo, desaprovechamos todas las señales y pedidos de clemencia que nos está dando el caballo, pidiéndonos por favor que lo aceptemos, que lo perdonemos. Desperdiciamos la oportunidad de cimentar el vínculo y dejamos una huella sensible en la evaluación que el caballo hace de nuestra manera de ser.
Muchas veces pensamos que aplicar una técnica y un procedimiento son las herramientas necesarias para un resultado correcto… que eso por sí solo garantiza la eficacia de nuestro entrenamiento. Pero si consideramos las apreciaciones que venimos enumerando podemos ver que el uso de una técnica, en principio apropiada, sin el debido análisis de todos los factores (y si fuera posible desde el punto de vista del caballo), puede traernos más consecuencias negativas que positivas.
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