Esta serie de apuntes sobre iniciación y manejo del caballo no pretende agotar ni tener la última palabra sobre el tema, es solo la recopilación de las experiencias personales, sobre todo, el devenir de un sin fin de errores y equivocaciones en la persecución de respuestas y soluciones.
Sin perjuicio de otras técnicas que aún quedan por comentar como el trabajo con riendas largas, en general el manejo de iniciación para llegar a montar y conducir un caballo, a pesar de los innumerables métodos, nos permite concluir en que generalmente el caballo se deja montar y conducir sin mayores dificultades si ha sido iniciado con criterio y tacto y mientras no nos pongamos exigentes respecto de su equilibrio y disposición “naturales”, ya sea desde el punto de vista físico como emocional.
Las dificultades en todo caso se plantean cuando pasamos a tratar de re-convertir las fuerzas que naturalmente el caballo tiene dispuestas en el sentido de la propulsión (huida) en fuerzas “atléticas” de trabajo o deportivas. En cierto modo, como ejemplo, podríamos decir que el caballo, según su entrenamiento natural, dispone sus “palancas” como lo hacen las ruedas de una locomotora, mejor dispuestas en el sentido del desplazamiento horizontal que no en el sentido vertical.
Nuestra intención, en cambio, es adiestrar al caballo de tal modo que aprenda a utilizar su potencial de trabajo (fuerzas) reconduciendo la dirección de esas fuerzas, entrenando tendones y palancas para acumular energía y corregir el equilibrio. El caballo naturalmente está dispuesto para salir “expulsado hacia delante”, en forma rectilínea, tensando todos sus músculos hacia la cabeza que, a través del cuello, organiza una suerte de vector por el que se canalizan todas las fuerzas.
Con el fin de encuadrar al caballo dentro de un determinado marco “atlético” se han utilizado diferentes métodos que ahora son repudiados por su carácter violento o agresivo para con la integridad del caballo. Se han utilizado con este fin desde el “cabezón” con riendas de atar, o las serretas españolas, los pilares, hasta la tirada en la boca y palenqueada. Todas maniobras que han intentado resolver el problema con diferentes criterios, más o menos inteligencia y diversa suerte, según la disciplina y actividad que lo requería.
De todos modos, hasta ahora, las disciplinas deportivas o las actividades de trabajo en las que se desempeñan los caballos siguen exigiendo la imposición de un entrenamiento y adiestramiento que imponen al caballo cierto rigor con el objeto de volverlo apto para esas actividades, y esto plantea a los manejos naturales y etológicos algunos interrogantes difíciles de resolver a la hora de sostener criterios intransigentes.
Pero yendo a cuestiones prácticas, el problema puede quedar planteado en la íntima relación que vincula el accionar del tren posterior con la nuca del caballo, y que lo que actúa en un sitio tiene repercusión en el otro extremo. Una excesiva intervención sobre la nuca del caballo sin haber mantenido viva la acción de avance de los posteriores trae aparejada caballos detrás de la rienda y de poco o nulo avance de los posteriores, con aires cortos y restringidos.
Por el contrario, un excesivo celo en la impulsión y avance de los posteriores suele tener como consecuencia caballos duros de boca, algo precipitados y poco flexibles. No intervenir en esta cuestión, y dejar al caballo actuar “naturalmente”, suele traer las mismas consecuencias, sobre todo en caballos de poderoso tren posterior y fuertes garrones.
Los ejercicios de flexibilización del cuello tienden a descomponer la fuerza de propulsión para reconvertirla durante el adiestramiento y entrenamiento. Poco a poco apuntamos a que el caballo se convierta en una usina de fuerzas administradas por el jinete. Fuerzas latentes y disponibles que no se consuman en la fuga hacia delante.
Pero estos ejercicios no lo son todo y esta pretensión de convertir al caballo en un “atleta” es la que genera mayores dificultades a la hora del adiestramiento y también muchas controversias respecto de cómo lograrlo.
La flexibilidad del cuello coronada con su estiramiento favorece no tanto el avance de los posteriores (a los que, de todos modos, el centro de gravedad le sigue escapando hacia delante) sino el trabajo del lomo y posibilita también que el aumento de la fuerza de propulsión no encuentre un límite en la nuca del caballo… gracias al estiramiento, la relajación y la flexibilidad descomponemos la acción dominante de huida aunque todavía estemos lejos del equilibrio deseado porque con el estiramiento del cuello se sobrecarga aún más el tren anterior.
Con el cuello estirado, el caballo encuentra facilidades para mantener en el círculo una acción decidida de sus posteriores; a mayor acción de posteriores con real compromiso de los garrones, mayor estiramiento del cuello y trabajo del lomo (debiendo vigilar siempre que este estiramiento del cuello sea consecuencia del ejercicio y no un gesto de sumisión previo al agotamiento), estableciéndose un círculo “virtuoso” que demuestra la interacción entre la flexibilidad del cuello y los posteriores: si flexibilizamos el cuello obtenemos libertad para el trabajo del posterior y del mismo modo si trabajamos el accionar de los garrones obtenemos estiramiento del cuello.
Sin embargo, todavía, en el caballo nuevo, cuando intentamos elevar su cabeza vemos que los posteriores no pueden desarrollar todo el movimiento sin interrupciones y esta dificultad repercute en la nuca.
El expediente de asegurar una flexión de nuca para que la fuerza no choque en esta articulación tampoco es una solución porque, como en el caso habitual de los caballos tirados en la boca, el caballo resuelve el problema dejando de avanzar los posteriores.
Lo ideal es el trabajo paciente y sin apremios pero muchas veces esto no se compadece con las urgencias que impone el desarrollo de la disciplina…quizás aquí entren en consideración aspectos éticos de mayor valía que deberían prevalecer, pero lo cierto es que los tiempos apuran el trabajo de los caballos y en general se trata de resolver la cuestión sin muchos miramientos.
Hay que trabajar sobre la base de evitar imposiciones forzosas imperativas, nada resolveremos por la fuerza si el caballo no puede comprender ni ejecutar lo que le demandamos; hay que plantearle el problema al caballo y dejar que él encuentre la solución pero comprobando en cada momento que está en condiciones físicas y emocionales de resolverlo.
Personalmente no veo objetable utilizar, con inteligencia y respeto, algunas herramientas o riendillas que pueden ayudar a resolver el problema, siempre que uno no espere soluciones mágicas o automáticas o se conviertan en un uso abusivo y monótono. El tacto basado en el objetivo que perseguimos debe ser la guía para decidir cómo y cuándo intervenir.
No hay que permitir el trabajo fuera del ordenamiento deseado. Cada vez que le permitimos a un caballo proceder de determinada manera él entiende que esto está permitido y después resulta muy difícil erradicarlo de su comportamiento. El equilibrio y ritmo deseados responden a un orden que hay que construir desde el principio.
martes, febrero 27, 2007
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