La primera idea que viene cuando uno piensa en un método es una sencilla definición que alude a un modo ordenado de proceder para llegar a un resultado o fin determinado, pero de una manera más específica, los métodos quedan consagrados para descubrir la verdad y sistematizar los conocimientos.
Por ejemplo Descartes buscaba un método que le permitiera alcanzar la certeza; su singularidad radicó en recurrir a un nuevo fundamento de racionalidad: la duda, que paradójicamente era lo único que le daba alguna certeza.
En las ciencias, el método determina muchas precisiones: hay que definir el objeto de estudio (para estar todos de acuerdo en que se habla de lo mismo), uniformar los procedimientos de observación y análisis, homologar las técnicas de experimentación para que las conclusiones y conocimientos puedan ser ponderados; el método responde a un conjunto de reglas que permite fundamentar el conocimiento y la certeza alcanzada.
Lo que quiero destacar es que cuando uno intenta aplicar un método para proceder en alguna disciplina debería proceder de acuerdo a la complejidad del método: desde la identidad del objeto hasta la confirmación del resultado. Las técnicas por sí solas no constituyen un método La idea de aplicar técnicas extraídas aisladamente de un determinado método, no siempre puede asegurar arribar al mismo resultado.
En lo que hace a la equitación y en particular en competición, si bien cada binomio (caballo/manejador) puede ser observado como una singularidad en cuanto al tipo de vínculo que han establecido, no es menos cierto que quienes tienen más éxito lo hacen a partir de un método Tienen claramente identificado el objeto; las técnicas y procedimientos que se aplican están íntimamente relacionadas, y las experiencias y resultados enriquecen el sistema.
Desde el principio: la definición del objeto, la cría; hasta el resultado: la organización de la disciplina en lo que hace a sus reglamentaciones y resultados buscados; pasando por cada una de las fases de todo el proceso en forma coherente y lógica.
El método de entrenamiento consagrado responde a un conjunto de ingredientes conjugados… la genética, la cultura ecuestre y las técnicas acaban por amalgamar una política afín con todos los elementos.
Por ejemplo, de nada sirve argumentar que el origen del dressage fue el caballo de guerra, que actuaba con independencia y prácticamente sin conducción, entrenado en saltos de escuela que sirvieran de defensa o ataque, si ahora esas habilidades resultan insignificantes. Los parámetros del adiestramiento actual pasan por otros meridianos… y son estos meridianos los que definen el método y la disciplina.
Por varias razones a nosotros se nos hace difícil recurrir a los métodos consagrados. En principio los caballos no son homogéneos, trabajamos con caballos de diversa genética que importan comportamientos físicos y emocionales muy diversos; morfológicamente tenemos caballos muy diferentes cuyas habilidades, capacidades y expresividad son naturalmente incomparables.
La iniciación y doma de cada uno de ellos tampoco es técnicamente homogénea, y aún si lo fuera, responde a una cultura ecuestre que tiene también muy diversos parámetros y objetivos. Y tan luego, imposibilitados de organizar sistemáticamente esta pluralidad, aplicamos técnicas de adiestramiento que muchas veces no son todo lo eficientes que esperamos, justamente porque lo que se aplica está extraído de un método del cual no se respetan todas sus partes. Como decía, cada detalle del método lo define y lo hace único… pero una técnica en particular no hace al método en general.
Lejos de poder esperar que esta situación cambie, debemos analizar cada contexto en particular, revisar la compatibilidad de determinadas técnicas, su oportunidad, según el caballo que estamos trabajando. La cadencia, el ritmo, el equilibrio, la ligereza, la rectitud y la impulsión, (libertad y regularidad de los aires, armonía, permeabilidad a las ayudas y facilidad de los movimientos, liviandad del tercio anterior y encorvamiento del tercio posterior, debido a un vivo impulso, aceptación del bocado) son todos principios y objetivos consagrados por el Aº 401 del reglamento de la FEI que a mi modo de ver no deben ser considerados individualmente, sino que todos ellos son la expresión en conjunto, la resultante, de un caballo bien adiestrado.
Trabajar sobre uno en particular, en detrimento del resto, podría producir un desequilibrio, un desbalance en la armonía perseguida. En cambio el trabajo coherente, sin desproporciones y haciendo progresar el entrenamiento de forma que se vinculen todos los ingredientes, debería arrojar el resultado esperado. Ninguno de estos objetivos por si solo es condición de posibilidad del resto.
Por ejemplo, insistir en la impulsión como factor decisivo para el éxito, puede ser contraproducente… hay caballos que según su conformación o iniciación o personalidad, no necesitan, en determinado momento, más impulsión sin que esto repercuta en una pérdida de cadencia, ritmo y equilibrio… incluso caballos que evidentemente necesitan resolver su impulsión, no pueden zanjar la cuestión sin antes remediar su equilibrio.
Muchas de las técnicas a las que adherimos fervientemente como panaceas, a veces resultan adversas si no constatamos y analizamos el momento de su exigencia. Ante la diversidad que enfrentamos, la única guía posible es un tacto lo suficientemente versátil, con algo de creatividad e improvisación, aunque sin perder de vista aquellos objetivos y principios. Un tacto que nos permita adecuar las técnicas a la oportunidad, según la variedad y pluralidad que nos propone la realidad ecuestre.
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