lunes, diciembre 25, 2023

Violencia o el poder de lo sublime

 

Violencia o el poder de lo sublime

En muchos casos y sin duda con justa razón, se ha generalizado el repudio del uso de prácticas violentas en el adiestramiento del caballo. Sin embargo la amplitud de criterio con que se juzga la violencia ha hecho de esta cruzada un proceso inquisitorio hasta extremos radicales que postulan que abordar un caballo, inmiscuirse en su entorno, ya es de por si un acto violento que fuerza la naturaleza del caballo. 

Ya no solo se trata de la violencia física sino que se advierte sobre violencia psicológica, hay sometimiento abusivo del caballo por parte de todo aquel que tenga la intención de vincularse con un caballo.

En estos términos no habría prácticamente nada permitido y deberíamos dejar librados los caballos a su suerte, una suerte que por otra parte no tiene garantizada su supervivencia. Ya hemos dicho que el caballo que admiramos por su belleza y como símbolo de nobleza y libertad es resultado de la interacción con la cultura del hombre, la domesticación dio como resultado el desarrollo de un potencial genético sorprendente: los caballos de la prehistoria, de un tamaño no mayor al de un perro pequeño, ya se habrían extinguido y abandonarlos a su suerte supondría una regresión, involución, además de dejarlos expuestos a depredadores o incluso generar algún desequilibrio en determinados hábitats. La relación con el hombre le ha dado a esta especie un lugar de privilegio.

Esta presión cultural que moviliza algún sector que se dice proteccionista nos lleva a extremos inverosímiles porque acaba censurando lo más valioso que tiene toda especie vital: el poder. El poder hacer que es el verbo que está en la base de toda relación que nutre y es condición de posibilidad de la evolución.

Toda relación o vínculo con el caballo, incluso la ¨no-relación¨, es establecida por el hombre desde el poder, porque el poder, antes de su perfil político y social, es una facultad de la vida. Nadie duda que proscribir la violencia es un mandato ético inobjetable pero llevarla a extremos que acaban por censurar todo comportamiento nos obliga a recapacitar y tener que rever los alcances: qué es violencia y qué es natural como fuerzas implícitas en todo vínculo o relación.

Precisamente en estos tiempos en los que se estimula y alienta el ¨empoderamiento¨, resulta contradictorio que, cuando se trata de caballos, no se considere el potencial empoderamiento que supone el vínculo con los caballos.

El poder es el verbo del hacer, el poder es lo que nos anima a establecer relaciones y vínculos con el mundo; el poder es la condición de posibilidad de toda comunicación que es el canal necesario para intercambiar la información que mantiene activa la red viva del mundo.

Es en este preciso sentido que el poder no debería ser anatematizado porque como condición de posibilidad de la comunicación procura el flujo de la información que nos da forma (in-forma). Informarse es darse una forma, una forma que nos viene dada por la comunicación, por la relación con otro, un canal bidireccional entre dos que se comunican y no solo se modifican sino que dan lugar a un hecho nuevo, una novedad, una nueva forma que sintetiza dos realidades hasta entonces ajenas y solitarias.

Sin duda, la irrupción de algo nuevo lleva implícito un rasgo de violencia, algo que viene a hacerse lugar pero esta emergencia lleva el signo (el sentido, el significado) de lo sagrado, de lo que se presenta como una concreción de dos ámbitos que hasta ese momento estaban desvinculados.

¿Acaso no está más que reconocida la necesidad de las relaciones? ¿No está por demás acreditado que más que objetos, cosas o individuos somos relaciones? Las relaciones, los vínculos, nos dan forma; el vínculo con los caballos nos abre un canal de comunicación entre lo terrenal y lo espiritual. Ni el caballo ni el hombre son todo espíritu o todo naturaleza pero el vínculo entre las partes inaugura un ámbito en el que, lo que no todo       ,  se consuma y realiza en un acontecimiento original.

La relación con lo sublime nos violenta sobre todo porque es inefable pero no por ello deberíamos proscribirla porque es la que hace hablar a todo lo demás. No debería haber ninguna proscripción ética para que entre caballos y humanos nos demos forma.