miércoles, octubre 10, 2007

Caballos a medida

Artículo publicado en el periódico Estrella septiembre/2007. (clikeando sobre la imagen se ampliará para su lectura)

viernes, octubre 05, 2007

DOMAS ETOLÓGICAS

(artículo publicado en Suplemento Ecuestre, feb/2007)

En este último tiempo asistimos a una prolífica difusión de técnicas y métodos de doma basados en principios de etología equina y los resultados de esta fecundidad han posibilitado que muchos podamos tener una mirada diferente para establecer el vínculo con el caballo.

Rápidamente, de la palenqueada y la tirada en la boca hemos pasado al uso de hackemore y caballos tumbados con maneas, y de estos métodos a caballos “dominados” por la presión ejercida por el “manejador” como si fuera el líder de la manada, hasta, incluso, iniciación y manejos en absoluta libertad.

Pero sin embargo, a pesar del amplio y variado repertorio, que va de lo más agresivo y violento a lo más liberal, en muchos casos todavía se advierte que quien hace las veces de domador no ha cambiado de actitud. Aprovechándose de las nuevas técnicas y procedimientos, abusa de su poder para consolidarse como dominador y someter al caballo. El depredador, travestido con su piel de cordero, echa mano a las “nuevas” técnicas pero no pierde las mañas.

Ciertamente aún no hemos tenido toda la experiencia necesaria para emitir una opinión definitiva y además todavía no hemos superado la desconfianza y conflictos que naturalmente genera la novedad. Esta novedad aún está muy lejos de integrarse a nuestra cultura… estamos muy lejos aún de que cada uno de los que participa en la “creación” de un caballo deportivo tenga claro cuál es el objetivo y actúe en consecuencia para que el resultado sea coherente y se pueda sistematizar para dar forma a una cultura ecuestre diferente, más cordial, amable y placentera.

Pero sí podemos advertir una constante que es la fantasía de recurrir a un “sistema infalible” que represente un atajo o nos permita saltear etapas. En este sentido, desde que se ha intentado formalizar y metodizar la equitación, desde Jenofonte en adelante, de a poco y en forma progresiva se ha ido desvaneciendo el concepto de arte para ser sustituido por manuales de instrucciones, no tanto por el ánimo de quien los escribe como por la búsqueda de respuestas prácticas por parte de quien los lee.

De alguna manera, en nuestro apuro por obtener resultados, hemos pasado por alto conceptos que ningún tratado importante de equitación omite: el tacto del jinete, la sensibilidad del caballo y la permeabilidad a las ayudas.

Es posible que la nueva información venga con un nuevo “packaging”, metodizada con formato científico, pero aunque se presente con diferente nombre, ningún adiestrador de excelencia desconoce los beneficios de apreciar la naturaleza del caballo, su sensibilidad y actuar con el correspondiente tacto.

Pareciera entonces que hemos recurrido a “tecnificar” la equitación, aplicar una serie de procedimientos que deberían asegurar el resultado, más apremiados a montar con “contacto”, que a montar con “tacto”.

No creo que se deba tratar de un procedimiento sino de la creación de un vínculo que tenga al caballo y al manejador en comunicación y no a la defensiva, relajados y en confianza mutua. No creo que por ejemplo, se deba proceder a montar un caballo porque haya transcurrido el tiempo de tres días o media hora que impone el protocolo del método que sea, sin antes haber entrenado al caballo para que fortalezca su lomo, y esté en condiciones físicas y emocionales de llevarnos, relajado, flexible y en equilibrio, con la debida actitud atlética.

A lo que deberían remitirnos las nuevas técnicas es a cambiar nuestra actitud, sobre todo en lo que se refiere a dominar y someter al caballo; a reconducirnos y entrenarnos para saber “leer” y “comprender” al caballo sin que necesitemos insensibilizarlo ni lavarle el cerebro para manipularlo como si fuera un objeto. A minimizar el protagonismo del manejador, porque el artista es el caballo.

No se trata de una rivalidad entre lo moderno teñido de una remota conciencia ecológica y el manejo tradicional reprochado de violento… En todo caso lo tradicional bien concebido ha sido un “saber” que lamentablemente por las circunstancias que sea no ha hecho escuela, o su mensaje, por las particularidades de nuestra época y de nuestras ansiedades, se ha ido tergiversando, hasta volverlo una insensata reiteración de maniobras que no respetan la sensibilidad del caballo, en la idea que, por si mismas, garantizan el resultado.

El fundamento de una buena doma siempre ha sido un cabal conocimiento de la naturaleza del caballo y esta experiencia no se puede abreviar con ninguna técnica por más infalible que se presente.

Probablemente no terminemos de salir de nuestro laberinto hasta no aceptar que debemos cancelar todo acto dirigido a someter al caballo, a disciplinarlo por la fuerza o la violencia, sea esta física o sicológica, porque el arte ecuestre se basa en la integridad del caballo y su libertad, cabalgar y adiestrar según las condiciones que nos propone el caballo y no según las que nuestras limitaciones quiere imponerle.

ARGUMENTOS

(artículo publicado en Suplemento Ecuestre, abril/2007)

Ignorancia-miedo-violencia

Es fácil comprobar que habitualmente nos evitamos el esfuerzo y el trabajo que demandan la razón y el conocimiento, y como consecuencia de una serie muy elemental, procedemos según el orden impuesto por la ignorancia, a la que sigue como lógica consecuencia, el miedo y como correlato inevitable, la violencia.Como no sabemos, desconfiamos y tenemos miedo, y luego actuamos tratándonos de imponer por la fuerza.

Sin embargo, podría ser que, aproximándonos a la naturaleza del caballo de acuerdo con nuestra propia naturaleza caracterizada por la racionalidad, diéramos en la clave para encontrar el vínculo, la relación, que nos una al caballo.

El caballo es un animal herbívoro, de presa, que vive en manadas dirigidas por un líder (probablemente el más experimentado y no el más agresivo) con un programa genético bastante elemental: subsistir pastando en las mejores pasturas que pueda encontrar, procrear y escapar lo más rápidamente posible de los depredadores. Lo desconocido para el caballo es una amenaza.

Ante lo desconocido el caballo no ataca, huye y no lo piensa dos veces.En principio pues, para el caballo somos una amenaza, irrumpimos en su escenario y por si no fuera suficiente, ostentamos la imagen de un depredador (nuestra mirada, nuestra actitud...) Así que su respuesta instintiva y correcta es ponerse lo más lejos posible de nosotros.Somos nosotros pues los responsables primeros de la actitud de desconfianza del caballo y en tal sentido seríamos los primeros obligados en cambiar las cosas para que esta sospecha caiga desestimada por el caballo: que él cambie su parecer y acabe sopesando la posibilidad de que seamos buena gente. En este sentido de nada sirve que uno esté convencido de tal cosa, el caballo no acepta nuestras garantías, debe comprobarlo por sí mismo.

El dolor como argumento pedagógico

El trato tradicional busca seguridades (que el caballo pare y no se dispare) y cree que aplicando lecciones dolorosas el caballo acabará “comprendiendo” lo que le conviene. Pensar de este modo deja entrever una pequeña contradicción, si el caballo es capaz de “comprender“, en este caso por el dolor, ¿por qué no existe una instancia donde darle la oportunidad de comprender sin el dolor?

Con el dolor podemos doblegar al animal, su moral y entereza, pero el dolor no enseña. En todo caso reprime, inhibe conductas y respuestas. El dolor no se puede vincular con el aprendizaje, salvo a niveles de respuesta reflejas. El dolor como castigo o como refuerzo negativo sólo puede ser funcional en una mente capaz de abstraer e inferir premisas generales al punto de construir una amenaza ominosa que genere en el sujeto un temor generalizado y un estado de inhibición reverencial.

El caballo no llegará a comprender la lógica del refuerzo negativo como premisa general y/o el castigo como consecuencia de “malos comportamientos“, sólo puede asociar e identificar determinadas situaciones según su experiencia y actuar en consecuencia. Lo más probable es que termine asociando el dolor con nuestra presencia (porque somos la constante que se repite en cada experiencia dolorosa).

De tal modo, que en lugar de poder corregir errores con el recurso del castigo o el dolor, acabaremos sembrando desconfianza. En casos extremos el caballo llegará a identificar al manejador como la causa del problema o dolor y no solo perderá la confianza sino que desatará sus mecanismos de defensa.

Muchas veces la reiteración indefinida de experiencias dolorosas, o simplemente traumáticas porque aturden sus sentidos, no hace más que sumir al caballo en lo que se conoce como respuesta “nihilista“: el caballo se auto inhibe, segrega endorfinas, cancela toda respuesta, intenta pasar desapercibido para no llamar la atención del agresor o se entrega lisa y llanamente a lo inevitable.El caballo puede reconocer, asociar datos de la realidad conectados inmediatamente pero no puede deducir o inferir premisas generales; puede recordar el dolor ante una experiencia determinada, pero no puede especular o calcularlo como una amenaza tácita, latente, si no hace lo correcto.

Una estrategia racional

Algunos creen que el hombre puede aprender conductas “convenientes” de una manera compulsiva, como una rata, por el dolor y el acto reflejo; sin embargo está demostrado que existe un mecanismo de aprendizaje mucho más eficiente que le permite comprender sin necesidad del estímulo negativo (aunque muchos crean que la mejor manera de disciplinar socialmente a un pueblo sea por la fuerza) de tal modo que, pedagógicamente, esperamos que el hombre aprenda según una estrategia racional.

De la misma manera es dable esperar que el caballo aprenda según su propia estrategia mental.Ahora entonces nos preguntamos, ¿por qué creemos que el caballo no puede aprender conductas si no es por el imperio de la fuerza? ¿No será por nuestro propio miedo, por nuestra ignorancia, que no le damos la oportunidad al caballo de demostrar su inteligencia?

De hecho en sus rutinas diarias el caballo no deja de aprender conductas apropiadas para su supervivencia sin que nadie le imponga el rigor necesario: aprende por imitación, copiando a su madre... lo único necesario es que el caballo reconozca que esa rutina es buena para su supervivencia o su placer o su comodidad o seguridad y que le venga dada por alguien de su confianza.El caballo intenta respuestas para aprender... experimenta y saca sus conclusiones. Si ante la respuesta correcta recibe una gratificación estaremos consolidando respuestas adecuadas, correctas, y él mismo intentará repetirlas para repetir el resultado que resultó satisfactorio o gratificante.

El caballo aprende. De hecho está permanentemente atento a los estímulos del mundo exterior, porque de ello depende su supervivencia. Y no sólo aprende a repetir simples actos reflejos o respuestas condicionadas por estímulos puntuales de golosinas o dolor, según su propia lógica o coherencia, produce respuestas hacia el mundo exterior en un todo de acuerdo con una íntima motivación que lo anima.


Una vez superada la desconfianza, el caballo cederá a su natural y exagerada curiosidad y tratará de incorporar información para sus programas genéticos. Es en ese espacio donde debemos ubicarnos, superada la desconfianza y abierta la curiosidad, presentarnos como un ser confiable que los ayuda a resolver algunos problemas y sobre todo, que cerca nuestro, está seguro y no corre riesgos. Superar la instancia en la que el caballo aún está a la defensiva ante nuestra presencia porque somos una amenaza, lograr su atención, incentivar su curiosidad y establecer una comunicación.

TRABAJO PIE A TIERRA

(artículo publicado en Suplemento Ecuestre, junio/2007)

Flexiones
Un protocolo de entrenamiento incluye un poco de trabajo suelto que puede contener algunos juegos para conseguir soltura y obtener la atención del caballo. Todos estos ejercicios se deberían realizar con el caballo totalmente suelto y no debemos dejar de premiar las ejecuciones, sin abusar en la cantidad ni en las exigencias ya que solo se trata de un poco de descontracción, establecimiento de la atención y concentración necesarias para el resto del trabajo.

Ya con la jáquima colocada y un cabestro ahora vamos a trabajar la flexibilidad del cuello.El tema de las flexiones de cuello está profusamente desarrollado en innumerables tratados de equitación en función de la importancia y trascendencia que tiene.

En principio debemos enseñarle al caballo que ceda a la presión aplicada por el cabestro para que independientemente del resto del cuerpo ceda su cabeza y flexione el cuello en la dirección exigida. Colocados a la altura de las espaldas del caballo o un poco más atrás, tensionamos el ramal aplicando una fuerza que irá de menor a mayor, levemente incrementada, hasta que el caballo dé alguna señal de estar buscando una solución al problema planteado. Las primeras reacciones no superan el pestañeo, hasta que en el mejor de los casos se produce una evidente relajación de los músculos del cuello que culminan con un reflejo de masticación y la cabeza vuelta hacia sus propios flancos. Debemos estar atentos a premiar y acariciar el esfuerzo por mínimo que sea, dejar enderezar la cabeza y repetir dos o tres veces, tratando de obtener progresivamente la flexión más profunda posible. (Este objetivo puede llevar varias sesiones dependiendo de la morfología y temperamento de cada caballo)

El objetivo final es que ante el reclamo o llamada del cabestro el caballo gire su cabeza y ceda su cuello con flexibilidad. Sin que nos veamos en la necesidad de sostener ninguna tensión en el cabestro, el caballo aprende a responder a la señal y no a la acción de una fuerza.

Con este ejercicio podremos advertir los puntos neurálgicos y rigideces del cuello… según la morfología del caballo tendremos un gran repertorio de entregas parciales del cuello; procediendo a palparlo encontraremos nudos de contracturas por los que no pasa la relajación ni la entrega. Mientras demandamos la cesión del cuello aprovechamos para masajear esos puntos buscando relajarlos.

Si el caballo no relaja la tensión que va desde la cruz hasta la nuca, buscará la salida cediendo en otro punto… Algunos torcerán la cabeza (respecto de su propio eje vertical)… otros intentarán salir para atrás… o intentarán hacer un giro manteniendo la tensión todo a lo largo de su columna… Con paciencia, primero debemos mantener al caballo quieto y luego, en repetidas sesiones, iremos buscando que el cuello ceda en toda su longitud y que el caballo independice el cuello del resto del cuerpo. Debemos aceptar las dificultades y limitaciones morfológicas y aceptar, en consecuencia, las respuestas que estén en el camino esperado, por mínimas que sean. Del mismo modo, no debemos permitir que se instalen respuestas incorrectas, que en general son aquellas que mantienen la tensión en algún lugar del cuerpo.

Hay que hacer una advertencia: no se debe perder de vista que este ejercicio puede ser utilizado con la intención de dominar o “liderar” al caballo por presión… el efecto de sumisión por la fuerza puede ser efectivo, pero nuestra intención tiene que estar puesta en que la ejecución sea sin tensiones, con relajación y en forma adecuada a la morfología del caballo, buscando la “aceptación” y no la “imposición”.

La flexión del cuello debe estar confirmada, no deberíamos avanzar hasta no tener flexiones relajadas a ambas manos que cedan ante la menor demanda del cabestro y que demuestren una total independencia del cuello del resto del cuerpo. La flexión lateral del cuello será el fundamento para un equilibrio correcto que no se base en tensiones musculares y para que en el futuro las medias paradas sean eficaces.

Iniciación a la cesión a la pierna

Una vez que el caballo cede el cuello según la ejercitación de las flexiones podemos iniciar dos ejercicios que deben ser combinados y conjugados articuladamente: ceder a la pierna y giro sobre el anterior.

No se trata de un ceder a la pierna expresamente ya que estamos trabajando a pie, pero justamente trataremos de fortalecer la respuesta refleja del caballo a las ayudas en su costilla, primero con la mano.

Con el caballo que ha cedido su cuello hacia uno de sus flancos procedemos, según la sensibilidad del caballo, y de menor a mayor, a estimular la zona de la costilla donde, si estuviéramos montados, podría actuar nuestra pierna, hasta que el caballo cede al estimulo apartándose. Según sus habilidades, responderá con un ceder a la pierna si decide desplazarse o un giro sobre el anterior si deja su mano en el lugar.

Nunca está demás reiterar que debemos supervisar la relajación del cuello: el movimiento que inicie el caballo estimulado en sus costillas debe mantener la incurvación de toda su columna vertebral.

Lo más probable es que, como consecuencia de alguna tensión provocada por los problemas que plantea el ejercicio, el caballo tenga algunas dificultades y en sus primeros ensayos intente enderezar el cuello y girar bruscamente. Para evitar estas respuestas incorrectas, antes que exigir una ejecución impecable de principio a fin, debemos aceptar las mínimas tentativas del caballo para actuar según lo demandado. De otro modo, si toleramos ejecuciones tensionadas estaríamos aceptando una respuesta errónea y más tarde, cuando queramos corregir o exigir una mejor técnica, el caballo difícilmente comprenderá por qué hemos cambiado de parecer en cuanto a cómo se ejecuta esa maniobra.

Los intentos correctos, dentro de las expectativas y según la habilidad de cada caballo, de todas maneras mostrarán algunas variantes sobre la respuesta o la ejecución ideales. Por eso debemos tener claro el objetivo del trabajo: 1. que el caballo ceda y acepte la ayuda; 2. que mueva francamente su posterior interno sin perder la flexión del cuello; 3. que el anterior interno mantenga la suficiente actividad para que la misma espalda no pierda la soltura y libertad necesarias y 4. que sin perder la flexibilidad ni la relajación se pueda advertir un descenso del anca.

Decíamos al comienzo que se trata de combinar estos ejercicios… si el caballo se desplaza como cediendo a la pierna, este desplazamiento debe ser redirigido al enderezamiento dentro de un círculo (digamos de un diámetro que respete la mayor incurvación que tolere cómodamente el caballo) para controlar que la cesión no se convierta en una vía de escape a algunas tensiones que se pudieran haber generado durante la ejecución del ejercicio. Contrariamente, si el caballo deja clavada su mano interna debemos buscar que logre independizarla para que adquiera un movimiento libre y fluido para lo cual insistiremos hasta lograr un esbozo de ceder a la pierna, donde el anterior interno se cruza francamente sobre el exterior, para devolverlo a los pocos trancos (no mas de dos o tres) al círculo con cuello relajado, acción de los cuatro miembros e incurvación sobre la circunferencia del circulo que describe.

No está demás agregar que durante la ejecución de este ejercicio el cabestro debe permanecer colgando y sin tensiones… cualquier imposición por la fuerza entrenará al caballo en una fuerza contraria a la que queremos desarrollar.

Una vez que el caballo se pone “fino” en la ejecución de estas demandas trabajaremos en un círculo para combinar la ampliación de éste en base a una “cesión a la pierna” y una restricción en base a una “espalda adentro”, siempre velando por la relajación, para rematar después de cada secuencia o combinación, con una marcha franca hacia delante en la rectitud dentro del circulo.

Los ejercicios de ceder a la pierna, giro sobre el anterior y espalda adentro son la base de toda equitación clásica. Buscan permeabilidad a las ayudas y flexibilidad, y combinan el aprendizaje de las primeras ayudas de las piernas con las flexiones de cuello.

martes, marzo 20, 2007

Pie a tierra con riendas largas

El trabajo pie a tierra con dos riendas largas resulta muy práctico y sobre todo nos permite avanzar paulatinamente durante la iniciación, confirmando y asegurando el aprendizaje del caballo.

Es cierto que en un principio puede resultar algo complicado arreglarse con las dos cuerdas y dominar la conducción con habilidad y agilidad, pero vale la pena hacer el esfuerzo porque este manejo beneficiará nuestro tacto.

En un primer momento trabajamos dentro del circular o del cuadrilátero, con las riendas atadas a la jáquima y pasadas por los estribos (que habremos atado por debajo del caballo).

Los primeros objetivos consisten en confirmar la marcha tranquila al paso y al trote, la respuesta a la voz de alto y los giros y vueltas.

Las ayudas (mensajes) con las cuerdas no deben ser nunca de retracción, los altos se deben ejecutar del mismo modo que lo hacíamos con el caballo suelto, adelantando nuestro cuerpo… los giros y vueltas se iniciarán demandando primero una flexión del cuello.

En un principio marcharemos siempre en forma lateral respecto de la dirección de marcha del caballo, en una posición similar al trabajo a la cuerda… con los primeros ensayos de cambios de mano en el círculo advertiremos que el caballo se sorprende un poco al perdernos de vista. Para colocarnos definitivamente por detrás del caballo necesitaremos unas cuantas sesiones.

Además de estos objetivos elementales, el trabajo pie a tierra con riendas largas introduce al caballo en la importancia de la rienda externa y más adelante cuando podemos marchar detrás suyo, el caballo aprende a recibir órdenes sin tenernos a la vista y empieza a trabajar en la rectitud. Consideremos que hasta ahora el caballo siempre ha visto nuestros gestos y órdenes, pero ahora no solo no nos verá sino que además debe tener la voluntad de ir por delante, ya no nos sigue, sino que ahora debe ejecutar poniendo algo más de voluntad, decisión e iniciativa. Recibirá las órdenes a través de la voz y de las indicaciones de las riendas que actuando sobre los flancos semejarán la acción de nuestras piernas y sobre los garrones activarán la impulsión y su accionar cada vez que sea necesario.

Recién cuando hayamos confirmado una marcha segura en línea recta y sobre todo altos sin necesidad de aplicar tensión en las riendas, podemos aventurarnos a un paseo que poco a poco puede ir incluyendo diversas alternativas: zigzag entre árboles, subidas y bajadas en desniveles propios del terreno, pasar por sitios estrechos, pasar pequeñas zanjas o banquinas… es válida toda maniobra que nos ayude a confirmar la confianza del caballo Lo único que debemos velar es por evitar todo manejo brusco o de riendas tensas… o tratar de imponer caprichosamente alguna maniobra que si no ocurre espontáneamente, nos advertirá sobre que el caballo aun no está tan maduro como debiera…

Con las riendas largas también podemos introducirnos en ejercicios de lateralización, ceder a la pierna y apoyos.

La marcha del caballo debe ser animada por constantes demandas de flexibilidad del cuello a una mano y a la otra, acompasadas según la marcha de las espaldas… cada tanto repetiremos altos y aprovecharemos para acercarnos al cuello del caballo y felicitarlo con caricias y halagos.

Como decíamos, el trabajo con riendas largas nos permite confirmar lo aprendido por el caballo en cuanto a conducción y confianza… no se trata de que el caballo aprenda a hacer ejercicios aislados, se trata de desarrollar una confianza simbiótica, de tal modo que el caballo pueda ejecutar prácticamente cualquier demanda o enfrentar cualquier obstáculo con la certeza que nuestras pedidos no son ni abusivos ni exorbitantes. Cimentando de tal modo la confianza en sí mismo.

De otro modo el caballo aprende aisladamente, sin articular ni combinar; por ejemplo, aprende a subir a un trailer pero en determinadas circunstancias, cuando éstas cambian, todo cambia y hay que reconducir el manejo. El caballo antes que nada debe aprender a estar seguro de sí mismo, que no le pediremos nada que no pueda hacer, y esta disposición de ánimo nos ayudará a resolver cualquier circunstancia.

miércoles, marzo 07, 2007

Una cuestión de método

La primera idea que viene cuando uno piensa en un método es una sencilla definición que alude a un modo ordenado de proceder para llegar a un resultado o fin determinado, pero de una manera más específica, los métodos quedan consagrados para descubrir la verdad y sistematizar los conocimientos.

Por ejemplo Descartes buscaba un método que le permitiera alcanzar la certeza; su singularidad radicó en recurrir a un nuevo fundamento de racionalidad: la duda, que paradójicamente era lo único que le daba alguna certeza.

En las ciencias, el método determina muchas precisiones: hay que definir el objeto de estudio (para estar todos de acuerdo en que se habla de lo mismo), uniformar los procedimientos de observación y análisis, homologar las técnicas de experimentación para que las conclusiones y conocimientos puedan ser ponderados; el método responde a un conjunto de reglas que permite fundamentar el conocimiento y la certeza alcanzada.

Lo que quiero destacar es que cuando uno intenta aplicar un método para proceder en alguna disciplina debería proceder de acuerdo a la complejidad del método: desde la identidad del objeto hasta la confirmación del resultado. Las técnicas por sí solas no constituyen un método La idea de aplicar técnicas extraídas aisladamente de un determinado método, no siempre puede asegurar arribar al mismo resultado.

En lo que hace a la equitación y en particular en competición, si bien cada binomio (caballo/manejador) puede ser observado como una singularidad en cuanto al tipo de vínculo que han establecido, no es menos cierto que quienes tienen más éxito lo hacen a partir de un método Tienen claramente identificado el objeto; las técnicas y procedimientos que se aplican están íntimamente relacionadas, y las experiencias y resultados enriquecen el sistema.

Desde el principio: la definición del objeto, la cría; hasta el resultado: la organización de la disciplina en lo que hace a sus reglamentaciones y resultados buscados; pasando por cada una de las fases de todo el proceso en forma coherente y lógica.
El método de entrenamiento consagrado responde a un conjunto de ingredientes conjugados… la genética, la cultura ecuestre y las técnicas acaban por amalgamar una política afín con todos los elementos.

Por ejemplo, de nada sirve argumentar que el origen del dressage fue el caballo de guerra, que actuaba con independencia y prácticamente sin conducción, entrenado en saltos de escuela que sirvieran de defensa o ataque, si ahora esas habilidades resultan insignificantes. Los parámetros del adiestramiento actual pasan por otros meridianos… y son estos meridianos los que definen el método y la disciplina.

Por varias razones a nosotros se nos hace difícil recurrir a los métodos consagrados. En principio los caballos no son homogéneos, trabajamos con caballos de diversa genética que importan comportamientos físicos y emocionales muy diversos; morfológicamente tenemos caballos muy diferentes cuyas habilidades, capacidades y expresividad son naturalmente incomparables.
La iniciación y doma de cada uno de ellos tampoco es técnicamente homogénea, y aún si lo fuera, responde a una cultura ecuestre que tiene también muy diversos parámetros y objetivos. Y tan luego, imposibilitados de organizar sistemáticamente esta pluralidad, aplicamos técnicas de adiestramiento que muchas veces no son todo lo eficientes que esperamos, justamente porque lo que se aplica está extraído de un método del cual no se respetan todas sus partes. Como decía, cada detalle del método lo define y lo hace único… pero una técnica en particular no hace al método en general.

Lejos de poder esperar que esta situación cambie, debemos analizar cada contexto en particular, revisar la compatibilidad de determinadas técnicas, su oportunidad, según el caballo que estamos trabajando. La cadencia, el ritmo, el equilibrio, la ligereza, la rectitud y la impulsión, (libertad y regularidad de los aires, armonía, permeabilidad a las ayudas y facilidad de los movimientos, liviandad del tercio anterior y encorvamiento del tercio posterior, debido a un vivo impulso, aceptación del bocado) son todos principios y objetivos consagrados por el Aº 401 del reglamento de la FEI que a mi modo de ver no deben ser considerados individualmente, sino que todos ellos son la expresión en conjunto, la resultante, de un caballo bien adiestrado.

Trabajar sobre uno en particular, en detrimento del resto, podría producir un desequilibrio, un desbalance en la armonía perseguida. En cambio el trabajo coherente, sin desproporciones y haciendo progresar el entrenamiento de forma que se vinculen todos los ingredientes, debería arrojar el resultado esperado. Ninguno de estos objetivos por si solo es condición de posibilidad del resto.

Por ejemplo, insistir en la impulsión como factor decisivo para el éxito, puede ser contraproducente… hay caballos que según su conformación o iniciación o personalidad, no necesitan, en determinado momento, más impulsión sin que esto repercuta en una pérdida de cadencia, ritmo y equilibrio… incluso caballos que evidentemente necesitan resolver su impulsión, no pueden zanjar la cuestión sin antes remediar su equilibrio.

Muchas de las técnicas a las que adherimos fervientemente como panaceas, a veces resultan adversas si no constatamos y analizamos el momento de su exigencia. Ante la diversidad que enfrentamos, la única guía posible es un tacto lo suficientemente versátil, con algo de creatividad e improvisación, aunque sin perder de vista aquellos objetivos y principios. Un tacto que nos permita adecuar las técnicas a la oportunidad, según la variedad y pluralidad que nos propone la realidad ecuestre.

De rigores que espantan

El caballo, de este modo, da la impresión de hacer, con su propio consentimiento, lo que se le pida. (del reglamento de la FEI)

Partimos de la base que el caballo es el protagonista y el ejecutante.
Puede parecer una discusión semántica, pero el caballo no debería “dar la impresión”, como si se tratara de una ilusión, si no que el caballo debería ejecutar con su voluntad e iniciativa, lo que se le demanda.
El resultado que se busca entonces es consecuencia de un aprendizaje por parte del caballo. Si bien es cierto que para resolver algunas expresiones lujosas es imprescindible entrenar físicamente al caballo, ponerlo en una disponibilidad atlética, la idea del adiestramiento que prefiero es aquella que enfatiza el favor de la inteligencia del caballo. Un caballo educado, de buenos modales, obediente que sabe lo que tiene que hacer.

Enfrascados en discusiones técnicas perdemos de vista otras expectativas.
Tal cual está presentada la disciplina sobre todo a nivel competitivo, cada vez parece ser más rigurosa y exigente, sobre todo a nivel de las habilidades del jinete. Estas exigencias se plantean desde un inicio y a veces son la misma causa del abandono y de las dificultades para que más gente se decida para practicarla.

Son pocos los que pueden aspirar a ser bailarines profesionales, pero esto no es óbice para que todos podamos disfrutar del ritmo y la armonía de una melodía y bailar con apasionamiento.

Si el dressage solo depende de la habilidad del jinete, muy posiblemente se vuelva una disciplina cada vez más elitista.
Sin embargo un caballo que haya aprendido a realizar los ejercicios solo necesita un jinete que sepa “pedir”.
La calidad de jinete e instructor no necesariamente deberían estar confundidas… seguramente las dos cualidades bien ejecutadas pueden ponernos ante un talento singular, pero esto no debería determinar la regla general porque si no el dressage ya no se podría considerar un deporte, seria solamente una sucesión de excepcionalidades. No hay nada que inhiba a persona alguna para disfrutar de un ejercicio de alta escuela… podrá ser ejecutado con mayor o menor excelencia, pero el factor decisivo es que el caballo haya aprendido a hacerlo.

Casi no disponemos de caballos de escuela… esto conspira contra el aprendizaje de los jinetes. No tener a disposición un caballo que nos enseñe cómo se siente esa energía, hace que el proceso de entrenamiento del jinete sea muchas veces un devenir, un derrotero a tientas en medio de un laberinto, sin tan siquiera saber qué se busca.

Quien se arrima a los caballos busca maneras de disfrute, y el caballo en general tiene una variedad muy amplia de maneras de prodigarlo y entre ellas, no me cabe duda, montar un caballo adiestrado es una de las mayores emociones que nos puede brindar.
El compromiso de los instructores no debería hacer de esta expectativa un plan de tal exigencia vinculado con el talento y las habilidades del jinete, sino que debería tratarse de hacérselo posible.

Estamos muy lejos de una equitación de excelencia porque nuestros ejemplos son excepciones y nuestra idea de la disciplina, un rigor que pone a prueba el más genuino entusiasmo… nada más alejado de la nobleza y entrega que el caballo está siempre a dispuesto a brindarnos espontáneamente.

martes, febrero 27, 2007

Fuerzas en fuga

Esta serie de apuntes sobre iniciación y manejo del caballo no pretende agotar ni tener la última palabra sobre el tema, es solo la recopilación de las experiencias personales, sobre todo, el devenir de un sin fin de errores y equivocaciones en la persecución de respuestas y soluciones.

Sin perjuicio de otras técnicas que aún quedan por comentar como el trabajo con riendas largas, en general el manejo de iniciación para llegar a montar y conducir un caballo, a pesar de los innumerables métodos, nos permite concluir en que generalmente el caballo se deja montar y conducir sin mayores dificultades si ha sido iniciado con criterio y tacto y mientras no nos pongamos exigentes respecto de su equilibrio y disposición “naturales”, ya sea desde el punto de vista físico como emocional.

Las dificultades en todo caso se plantean cuando pasamos a tratar de re-convertir las fuerzas que naturalmente el caballo tiene dispuestas en el sentido de la propulsión (huida) en fuerzas “atléticas” de trabajo o deportivas. En cierto modo, como ejemplo, podríamos decir que el caballo, según su entrenamiento natural, dispone sus “palancas” como lo hacen las ruedas de una locomotora, mejor dispuestas en el sentido del desplazamiento horizontal que no en el sentido vertical.

Nuestra intención, en cambio, es adiestrar al caballo de tal modo que aprenda a utilizar su potencial de trabajo (fuerzas) reconduciendo la dirección de esas fuerzas, entrenando tendones y palancas para acumular energía y corregir el equilibrio. El caballo naturalmente está dispuesto para salir “expulsado hacia delante”, en forma rectilínea, tensando todos sus músculos hacia la cabeza que, a través del cuello, organiza una suerte de vector por el que se canalizan todas las fuerzas.

Con el fin de encuadrar al caballo dentro de un determinado marco “atlético” se han utilizado diferentes métodos que ahora son repudiados por su carácter violento o agresivo para con la integridad del caballo. Se han utilizado con este fin desde el “cabezón” con riendas de atar, o las serretas españolas, los pilares, hasta la tirada en la boca y palenqueada. Todas maniobras que han intentado resolver el problema con diferentes criterios, más o menos inteligencia y diversa suerte, según la disciplina y actividad que lo requería.
De todos modos, hasta ahora, las disciplinas deportivas o las actividades de trabajo en las que se desempeñan los caballos siguen exigiendo la imposición de un entrenamiento y adiestramiento que imponen al caballo cierto rigor con el objeto de volverlo apto para esas actividades, y esto plantea a los manejos naturales y etológicos algunos interrogantes difíciles de resolver a la hora de sostener criterios intransigentes.

Pero yendo a cuestiones prácticas, el problema puede quedar planteado en la íntima relación que vincula el accionar del tren posterior con la nuca del caballo, y que lo que actúa en un sitio tiene repercusión en el otro extremo. Una excesiva intervención sobre la nuca del caballo sin haber mantenido viva la acción de avance de los posteriores trae aparejada caballos detrás de la rienda y de poco o nulo avance de los posteriores, con aires cortos y restringidos.
Por el contrario, un excesivo celo en la impulsión y avance de los posteriores suele tener como consecuencia caballos duros de boca, algo precipitados y poco flexibles. No intervenir en esta cuestión, y dejar al caballo actuar “naturalmente”, suele traer las mismas consecuencias, sobre todo en caballos de poderoso tren posterior y fuertes garrones.

Los ejercicios de flexibilización del cuello tienden a descomponer la fuerza de propulsión para reconvertirla durante el adiestramiento y entrenamiento. Poco a poco apuntamos a que el caballo se convierta en una usina de fuerzas administradas por el jinete. Fuerzas latentes y disponibles que no se consuman en la fuga hacia delante.
Pero estos ejercicios no lo son todo y esta pretensión de convertir al caballo en un “atleta” es la que genera mayores dificultades a la hora del adiestramiento y también muchas controversias respecto de cómo lograrlo.

La flexibilidad del cuello coronada con su estiramiento favorece no tanto el avance de los posteriores (a los que, de todos modos, el centro de gravedad le sigue escapando hacia delante) sino el trabajo del lomo y posibilita también que el aumento de la fuerza de propulsión no encuentre un límite en la nuca del caballo… gracias al estiramiento, la relajación y la flexibilidad descomponemos la acción dominante de huida aunque todavía estemos lejos del equilibrio deseado porque con el estiramiento del cuello se sobrecarga aún más el tren anterior.

Con el cuello estirado, el caballo encuentra facilidades para mantener en el círculo una acción decidida de sus posteriores; a mayor acción de posteriores con real compromiso de los garrones, mayor estiramiento del cuello y trabajo del lomo (debiendo vigilar siempre que este estiramiento del cuello sea consecuencia del ejercicio y no un gesto de sumisión previo al agotamiento), estableciéndose un círculo “virtuoso” que demuestra la interacción entre la flexibilidad del cuello y los posteriores: si flexibilizamos el cuello obtenemos libertad para el trabajo del posterior y del mismo modo si trabajamos el accionar de los garrones obtenemos estiramiento del cuello.

Sin embargo, todavía, en el caballo nuevo, cuando intentamos elevar su cabeza vemos que los posteriores no pueden desarrollar todo el movimiento sin interrupciones y esta dificultad repercute en la nuca.
El expediente de asegurar una flexión de nuca para que la fuerza no choque en esta articulación tampoco es una solución porque, como en el caso habitual de los caballos tirados en la boca, el caballo resuelve el problema dejando de avanzar los posteriores.

Lo ideal es el trabajo paciente y sin apremios pero muchas veces esto no se compadece con las urgencias que impone el desarrollo de la disciplina…quizás aquí entren en consideración aspectos éticos de mayor valía que deberían prevalecer, pero lo cierto es que los tiempos apuran el trabajo de los caballos y en general se trata de resolver la cuestión sin muchos miramientos.

Hay que trabajar sobre la base de evitar imposiciones forzosas imperativas, nada resolveremos por la fuerza si el caballo no puede comprender ni ejecutar lo que le demandamos; hay que plantearle el problema al caballo y dejar que él encuentre la solución pero comprobando en cada momento que está en condiciones físicas y emocionales de resolverlo.
Personalmente no veo objetable utilizar, con inteligencia y respeto, algunas herramientas o riendillas que pueden ayudar a resolver el problema, siempre que uno no espere soluciones mágicas o automáticas o se conviertan en un uso abusivo y monótono. El tacto basado en el objetivo que perseguimos debe ser la guía para decidir cómo y cuándo intervenir.

No hay que permitir el trabajo fuera del ordenamiento deseado. Cada vez que le permitimos a un caballo proceder de determinada manera él entiende que esto está permitido y después resulta muy difícil erradicarlo de su comportamiento. El equilibrio y ritmo deseados responden a un orden que hay que construir desde el principio.

domingo, febrero 18, 2007

Ceder y giros

Una vez que el caballo cede el cuello según la ejercitación de las flexiones podemos iniciar dos ejercicios que deben ser combinados y conjugados articuladamente: ceder a la pierna y giro sobre el anterior.

No se trata de un ceder a la pierna expresamente ya que estamos trabajando a pie, pero justamente trataremos de fortalecer la respuesta refleja del caballo a las ayudas en su costilla, primero con la mano.

Con el caballo que ha cedido su cuello hacia uno de sus flancos procedemos, según la sensibilidad del caballo, y de menor a mayor, a estimular la zona de la costilla donde, si estuviéramos montados, podría actuar nuestra pierna, hasta que el caballo cede al estimulo apartándose.

Según sus habilidades, será un ceder a la pierna si decide desplazarse o un giro sobre el anterior si deja su mano en el lugar.

Nunca está demás reiterar que debemos supervisar la relajación del cuello: el movimiento que inicie el caballo estimulado en sus costillas debe mantener la incurvación de toda su columna vertebral.

Lo más probable es que, como consecuencia de alguna tensión provocada por los problemas que plantea el ejercicio, el caballo tenga algunas dificultades y en sus primeros ensayos intente enderezar el cuello y girar bruscamente. Para evitar estas respuestas incorrectas, antes que exigir una ejecución impecable de principio a fin, debemos aceptar las mínimas tentativas del caballo para actuar según lo demandado. De otro modo, si toleramos ejecuciones tensionadas estaríamos aceptando una respuesta errónea y más tarde, cuando queramos corregir o exigir una mejor técnica, el caballo difícilmente comprenderá por qué hemos cambiado de parecer en cuanto a cómo se ejecuta esa maniobra.

Los intentos correctos, dentro de las expectativas y según la habilidad de cada caballo, de todas maneras mostrarán algunas variantes sobre la respuesta o la ejecución ideales. Por eso debemos tener claro el objetivo del trabajo: 1. que el caballo ceda y acepte la ayuda; 2. que mueva francamente su posterior interno sin perder la flexión del cuello; 3. que el anterior interno mantenga la suficiente actividad para que la misma espalda no pierda la soltura y libertad necesarias y 4. que sin perder la flexibilidad ni la relajación se pueda advertir un descenso del anca.

Decíamos al comienzo que se trata de combinar estos ejercicios… si el caballo se desplaza como cediendo a la pierna, este desplazamiento debe ser redirigido al enderezamiento dentro de un círculo (digamos de un diámetro que respete la mayor incurvación que tolere cómodamente el caballo) para controlar que la cesión no se convierta en una vía de escape a algunas tensiones que se pudieran haber generado durante la ejecución del ejercicio. Contrariamente, si el caballo deja clavada su mano interna debemos buscar que logre independizarla para que adquiera un movimiento libre y fluido para lo cual insistiremos hasta lograr un esbozo de ceder a la pierna, donde el anterior interno se cruza francamente sobre el exterior, para devolverlo a los pocos trancos (no mas de dos o tres) al círculo con cuello relajado, acción de los cuatro miembros e incurvación sobre la circunferencia del circulo que describe.

No está demás agregar que durante la ejecución de este ejercicio el cabestro debe permanecer colgando y sin tensiones… cualquier imposición por la fuerza entrenará al caballo en una fuerza contraria a la que queremos desarrollar.

Una vez que el caballo se pone “fino” en la ejecución de estas demandas trabajaremos en un círculo para combinar la ampliación de éste en base a una “cesión a la pierna” y una restricción en base a una “espalda adentro”, siempre velando por la relajación, para rematar después de cada secuencia o combinación, con una marcha franca hacia delante en la rectitud dentro del circulo.

Los ejercicios de ceder a la pierna, giro sobre el anterior y espalda adentro son la base de toda equitación clásica. Buscan permeabilidad a las ayudas y flexibilidad, y combinan el aprendizaje de las primeras ayudas de las piernas con las flexiones de cuello.

sábado, febrero 10, 2007

Flexiones de cuello

Un protocolo de entrenamiento suelto incluye un poco de trabajo en el cuadrilátero que puede contener algunos juegos para conseguir soltura y obtener la atención del caballo: trote con cambios de cadencias, altos y giros, iniciación al paso atrás y confirmación de la “unión”… todos estos ejercicios se pueden realizar con el caballo totalmente suelto y no debemos dejar de premiar las ejecuciones, sin abusar en la cantidad ni en las exigencias ya que solo se trata de un poco de descontracción, establecimiento de la atención y concentración necesarias para el resto del trabajo.

Ya con la jáquima colocada y un cabestro o ramal y habiendo aprovechado el movimiento suelto del caballo para atender sus tensiones y dificultades, ahora vamos a trabajar la flexibilidad del cuello.

El tema de las flexiones de cuello está profusamente desarrollado en innumerables tratados de equitación en función de la importancia y trascendencia que tiene.

En principio debemos enseñarle al caballo que ceda a la presión aplicada por el cabestro para que independientemente del resto del cuerpo ceda su cabeza y flexione el cuello en la dirección exigida. Colocados a la altura de las espaldas del caballo o un poco más atrás, tensionamos el ramal aplicando una fuerza que irá de menor a mayor, levemente incrementada, hasta que el caballo dé alguna señal de estar buscando una solución al problema planteado. Las primeras reacciones no superan el pestañeo, hasta que en el mejor de los casos se produce una evidente relajación de los músculos del cuello que culminan con un reflejo de masticación y la cabeza vuelta hacia sus propios flancos. Debemos estar atentos a premiar y acariciar el esfuerzo por mínimo que sea, dejar enderezar la cabeza y repetir dos o tres veces, tratando de obtener progresivamente la flexión más profunda posible. (Este objetivo puede llevar varias sesiones dependiendo de la morfología y temperamento de cada caballo)

El objetivo final es que ante el reclamo o llamada del cabestro el caballo gire su cabeza y ceda su cuello con flexibilidad. Sin que nos veamos en la necesidad de sostener ninguna tensión en el cabestro, el caballo aprende a responder a la señal y no a la acción de una fuerza.

En este ejercicio podremos advertir los puntos neurálgicos y rigideces del cuello… según la morfología del caballo tendremos un gran repertorio de entregas parciales del cuello y procediendo a palparlo encontraremos nudos de contracturas por las que no pasa la relajación ni la entrega. Mientras demandamos la cesión del cuello aprovechamos para masajear esos puntos buscando relajarlos.

Al no relajar la tensión que va desde la cruz hasta la nuca, el caballo busca la salida cediendo en otro punto… Algunos torcerán la cabeza (respecto de su propio eje vertical)… otros intentarán salir para atrás… o intentarán hacer un giro manteniendo la tensión todo a lo largo de su columna… Con paciencia primero debemos mantener al caballo quieto y luego en repetidas sesiones, iremos buscando que el cuello ceda en toda su longitud sin que la elevación de la cabeza sea una limitante y que el caballo independice su cuello del resto del cuerpo. Debemos aceptar las dificultades y limitaciones morfológicas y aceptar, en consecuencia, las respuestas que estén en el camino esperado, por mínimas que sean. Del mismo modo, no debemos permitir que se instalen respuestas incorrectas, que en general son aquellas que mantienen la tensión en algún lugar del cuerpo.

Hay que hacer una advertencia: no se debe perder de vista que este ejercicio puede ser utilizado con la intención de dominar o “liderar” al caballo por presión… el efecto de sumisión por la fuerza puede ser efectivo, pero nuestra intención tiene que estar puesta en que la ejecución sea sin tensiones, con relajación y en forma adecuada a la morfología del caballo, buscando la “aceptación” y no la “imposición”.

Para ayudar a la relajación podemos practicar un masaje en la nuca para proponerle al caballo una bajada del cuello hasta casi tocar el suelo con el hocico. Cuando masajeemos la zona de la nuca, el caballo bajará poco a poco su cabeza, y ante la primera cesión debemos suspender el masaje y acariciar el resto del cuello… en cada intento el caballo irá cediendo hacia abajo cada vez un poco más. Esto ayuda a estirar los músculos y tendones del cuello para que la flexión lateral no resulte tan exigente.

La flexión del cuello debe estar confirmada, no deberíamos avanzar hasta no tener flexiones relajadas a ambas manos que cedan ante la menor demanda del cabestro y que demuestren una total independencia del cuello del resto del cuerpo. La flexión lateral del cuello será el fundamento para un equilibrio correcto que no se base en tensiones musculares y para que en el futuro las medias paradas sean eficaces.

viernes, febrero 09, 2007

La primera vez


Siempre tiene algo de conmovedor subirse a un caballo por primera vez... el plan es pensarlo como si quisieras darle un gran abrazo...un abrazo de oso... creo que ellos lo viven con esa sospecha, con algo de temor... como si realmente nos lo fuéramos a comer. Por eso es imprescindible ganarse su confianza para que el caballo no se sienta apremiado por nuestras maniobras.

domingo, febrero 04, 2007

Imágenes y comentarios

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viernes, febrero 02, 2007

Trabajar de a dos

Siempre es conveniente trabajar de a dos, no sólo por cuestiones de seguridad, sino para contar con la colaboración de un observador que sea testigo de la armonía del trabajo que se está efectuando… No importa el “nivel” de exigencia, el trabajo debe ser siempre agradable de ver.

Además, quien observa puede hacer aportes respecto de algunos detalles que se pueden estar escapando. O sobre el nivel de presión que estamos ejerciendo sobre el caballo. Sugerencias sobre nuestra actitud que deben ser tenidas en cuenta, porque el caballo también nos observa, y aunque estemos convencidos de nuestra buena intención, a veces no logramos trasmitir lo que queremos… de tal modo que aquello que observa un tercero, bien puede ser lo mismo que observa o siente el caballo.

Por lo general nos sentimos apremiados y urgidos por obtener un resultado, sin embargo antes que el resultado, o el objetivo, lo que no deberíamos perder de vista es hacer del momento en que estamos con el caballo una escena de disfrute y armonía, cordial y emotivamente equilibrada. Aunque haya momentos en que parezca que las cosas se van de las manos, siempre podemos regresar a la relajación y a la atención necesarias para recuperar el equilibrio.

El temperamento personal y el temperamento del caballo entran en juego para dejar pautadas las bases de la relación. Caballo y manejador tienen un rango de compatibilidad… digamos, “temperamental”. Por encima o por debajo de ese rango, caballos y manejadores se vuelven incompatibles.

Los caballos no son todos iguales, y ante la misma actitud, demanda o exigencia, encontraremos todo un repertorio de respuestas o reacciones, dependiendo, bien por su carácter como por experiencias anteriores.

Por poner algunos extremos, hay quienes intimidarán a un caballo vergonzoso por imponer demasiada presión, y habrá quienes podrán amedrentarse frente a un caballo de carácter hosco; y a la recíproca, cada caballo dejará en claro los extremos de su personalidad.

Es necesario entonces conjugar los temperamentos, porque tanto se puede exceder el manejador por sobre-manejo, por excesiva presión, como por excesiva condescendencia… tanto como hay caballos fácilmente intimidables o fuertemente dominantes y esto no se resuelve aplicando más o menos presión, también hay que saber ceder y sobre todo relajarse uno mismo.

En cierto modo se trataría de igualar las categorías, y cada uno debería esforzarse por mejorar la calidad de su tacto ecuestre, para saber cuándo presionar sin agraviar, o cuándo ceder sin ser permisivo o excesivamente tolerante. Considerar, más que evaluar, al “alumno”, para adecuar nuestras actitudes frente a cada ejemplar.

Y a la par, no deberíamos obligarnos a manejar caballos que exceden nuestra capacidad, como tampoco manejar caballos que no estén en sintonía (aunque esto debería ser un llamado de atención a nuestro nivel de preparación, tolerancia y versatilidad).

Aunque hay relaciones que a las claras demostrarán la incompatibilidad, el observador será el mejor testigo de cuan eficientemente se esta llevando a cabo la comunicación y la interacción. Si la evolución es dinámica y armónica o si en cambio se hace necesario un cambio de actitud y hasta un cambio de manejador.

martes, enero 23, 2007

Un lenguaje silbado

Hace poco, entusiasmados en una charla sobre el lenguaje, alguien trajo a colación el “silbo gomero”. El silbo gomero tiene la característica de ser un lenguaje “silbado” practicado por los habitantes de la isla La Gomera en Canarias. Se sabe de otros similares en otras regiones del mundo.

Su particularidad morfológica es que el “silbido” está constituido propiamente como un lenguaje; con diferentes sonidos, siempre silbados, emiten claramente cinco vocales y algunas consonantes que articulan la expresión de sílabas y palabras. Pero en especial me llamó la atención el hecho de que los estudios realizados comprobaron y concluyeron que el cerebro procesa el silbo gomero en la región correspondiente al lenguaje. Es decir, a pesar de la melodía y musicalidad del “idioma”, a pesar de sus formas ajenas y extrañas a lo que para nosotros debería ser un lenguaje, para quien lo domina, opera como tal.

Quien no lo entiende, para intentar interpretarlo, recurre a otras regiones del cerebro… tal cual podríamos hacer con el lenguaje de los sordomudos… como no comprendemos los símbolos, otras zonas del cerebro intentan una interpretación, ya no como un lenguaje, sino en función directa de lo que perciben los sentidos.

Si aceptamos que el caballo posee capacidad no sólo para articular alguna comunicación entre sí, sino también para interpretar algunos signos y símbolos, y queremos ser coherentes, entonces es necesario hacer esfuerzos para que se puedan comprender los mensajes que le enviamos.

Por lo general nos acercamos a un caballo extendiendo nuestra mano hacia su cabeza en lo que para nosotros es un gesto de cordialidad, sin embargo, para un caballo no enterado, este gesto no es muy diferente del que otro caballo puede usar para apartarlo… si bien no usan sus “manos”, usan la cabeza y el hocico para apartar a otro de su camino extendiéndose con una mímica muy parecida a la extensión de nuestro brazo. Se hace necesario reconsiderar el contenido “antropomórfico” de nuestros gestos, incluso su carga emotiva o sentimental, porque no siempre está de acuerdo con el código que sabe leer el caballo.

Si nos proponemos la relación con el caballo basada en un lenguaje, debemos entonces procesar las percepciones a través de la zona cerebral del hemisferio izquierdo que resuelve todo lo vinculado con el lenguaje: interpretando, comprendiendo y asignando sentido.
En cambio, cuando no procesamos de este modo la información que nos brinda el caballo, movilizamos otras zonas de nuestro cerebro para relacionarnos.

En cierto modo, de la misma manera que podemos comportarnos cuando no nos entendemos con otra persona, cuando no podemos resolver nuestras diferencias o divergencias a través de la palabra, quedamos expuestos a un vínculo más emotivo, atávico e incluso en algún caso resumido a herramientas violentas o de apremio.
Lo violento no necesariamente significa provocar un daño, simplemente alude al hecho de usar la fuerza como herramienta, o los sentimientos como argumento o la emotividad como solución: al fin y al cabo, dejar las cosas planteadas para que se resuelvan cuerpo a cuerpo. Queda esbozado un drama, un conflicto, que se dirige más a lo trágico que a la resolución por las vías de la armonía.

Así, la fría aplicación de una técnica o método puede resultar un procedimiento violento, si es que solo se trata de forzar, sin interpretación alguna, la realidad. Entonces, no debería tratarse simplemente de la aplicación de un conocimiento técnico, o el seguimiento riguroso de un manual de instrucciones (que igualmente vendría a forzar arbitrariamente la realidad) sino de comprender y hacernos entender.

Cada señal, ayuda o indicación que le damos al caballo debe ir consignada con el sentido correspondiente; debe ser emitida como un mensaje, mediatizada como información y con la forma comunicativa adecuada, para esperar una respuesta y no una reacción. El manejador debe preocuparse por visualizar la ejecución demandada, considerar la concentración y nivel de atención del caballo, estar dispuesto con un criterio didáctico (es decir dispuesto a enseñar y no tan sólo a exigir) y a emitir un mensaje cargado de sentido que el caballo pueda entender para que en consecuencia se trate de una real interacción, dinámica y armónica.

viernes, enero 12, 2007

Jáquima

Antes de continuar con otros aspectos debemos dedicarle atención a una herramienta que ha demostrado ser muy eficiente: la jáquima. La jáquima es un bozal elaborado con una soga de unos 8mm de grosor que si bien impresiona por su eficiencia abriendo dudas sobre su rigurosidad y severidad, como casi todos los artificios que ingeniamos para entrenar al caballo, su eventual “dureza” depende más del uso y abuso que hagamos, que de sus propias características. Una jáquima nos permite enviar señales claras y precisas que actúan sobre la nuca y las ternillas de la nariz del caballo.

Por lo general vemos que durante un proceso de amansamiento y doma se procede a “insensibilizar”, sacar “cosquillas” etc. … procedemos de tal modo que primero anulamos las respuestas reflejas y sensibles del caballo para, curiosa y algo contradictoriamente, más adelante, esperar que las ayudas que aplicamos resulten eficaces… así, durante el proceso de adiestramiento, el caballo se ve obligado a re-aprender respuestas que naturalmente tenía incorporadas pero que con el procedimiento de insensibilización habíamos “apagado”. Lo insensibilizamos, lo entrenamos para que prácticamente no responda a ningún estímulo, pero más adelante exigiremos de él respuestas ágiles y espontáneas.

Es fácil de comprobar, a las pocas repeticiones de un determinado estímulo que provoca una reacción refleja, si no hay un refuerzo positivo, una gratificación, el caballo cancela toda respuesta y se vuelve sordo al estímulo.

En este aspecto la jáquima es una presencia que trabaja sobre la sensibilidad intacta del caballo y le da señales sin necesidad de someterlo; diferente a los bozales tradicionales que sólo actúan como sujeción y sólo son eficientes una vez que el caballo “aprendió” que no puede librarse de ellos, siendo además por su bastedad, toscos e imprecisos si queremos enviar señales de conducción.

Sin la necesidad de aplicar fuerza alguna, más allá de la necesaria para enviar un estímulo como puede ser la aplicada por un dedo, la jáquima es una herramienta muy precisa a la hora de enseñar los rudimentos de una flexión de cuello y de nuca o dar las indicaciones de dirección de marcha.

Ante un estímulo grosero un caballo insensibilizado en lugar de ceder apartándose, suele oponer una resistencia con una fuerza por lo menos igual a la recibida… por ejemplo, si hacemos fuerza contra las costillas del caballo por lo general éste tiende apoyarse en lugar de ceder a la presión… En el otro extremo, sin términos medios, la otra conducta posible es la huida… ante la fuerza ejercida con un bozal el caballo tiende a reaccionar con una fuerza igual o mayor en sentido contrario.

Es fácil constatar que el caballo “arisco” (al que no se la han sacado las cosquillas) está pendiente de cualquier gesto y su respuesta inmediata es apartarse, no es necesario tocar las costillas de un caballo, con solo arrimar la mano, el caballo cederá a la “presión”, al estímulo.
Antes que insensibilizarlo sería conveniente cimentar estas reacciones porque nos serán útiles.
Contrariamente, si procedemos a insensibilizar anulamos la relación causa/efecto y más adelante nos veremos obligados a aplicar ayudas más torpes y groseras, porque el caballo ya habrá aprendido a responder o reaccionar con una fuerza contraria, resistiendo en lugar de ceder a la ayuda.

En cambio la jáquima nos permite enviar señales y estímulos que enseñan al caballo a ceder a la presión. La presencia sobre el tacto del caballo es la adecuada para que su respuesta sea ceder apartándose del estímulo… si se trata de flexionar el cuello hacia el lado izquierdo por ejemplo, las ayudas de la jáquima se aplicarán sobre el lado derecho de la cara del caballo... de tal modo que cediendo a la presión el caballo llevará su cabeza hacia el lado izquierdo.

Por otra parte no es necesario que el caballo aprenda a respetar la jáquima, desde la primera lección, comprenderá perfectamente los estímulos recibidos y en pocas repeticiones aprenderá a seguir directamente el ramal o cabestro donde se inicia nuestro movimiento.

De este modo establecemos una serie de pautas en la relación que consolidan el vínculo: ante determinado gesto, estímulo o ayuda el caballo responde con la presteza y la agilidad requeridas siempre que además estemos prestos para premiar su respuesta “correcta”.

martes, enero 02, 2007

Cambio de ojo, giros y vueltas

Durante el trabajo suelto en el cuadrilátero además de los altos, iniciación a la media parada y cambios de ritmo, también podemos introducir los giros y vueltas.

Pero antes debemos confirmar lo que se conoce como el “cambio de ojo”. Con el caballo parado y dándonos la grupa, nos corremos apenas un paso hacia un lado, el caballo debe estar lo suficientemente atento aunque relajado, como para que no interprete nuestro desplazamiento como una ayuda de impulsión o indicación de cambio de dirección… la idea es que permanezca quieto y que al cabo de unos segundos vuelque su cuello hacia nuestra dirección para mirarnos con el ojo de ese lado.

Una vez que esto haya sucedido podemos desplazarnos hacia el otro lado para provocar que el caballo gire su cuello y “cambie su ojo”, para mirarnos.

Este ejercicio establece unas cuantas pautas de entendimiento… en principio nos demuestra que el caballo no está en fuga, sino que está dispuesto emocionalmente para observar de qué se trata nuestra presencia… antes de huir nos observa. Cede la impronta de la huida para dejar paso a la curiosidad y a un ánimo comunicativo. Al “cambiar de ojo”, nos reconoce e identifica sin que haya diferencias entre lo que viene por la derecha o lo que viene por la izquierda. Y además le permite al caballo independizar su cuello. Para terminar, animamos al caballo a iniciar el paso de tal modo que al tener el cuello volteado y girado hacia nosotros lo hará intentando seguirnos con su mirada, entrando en un círculo perfectamente incurvado y con el cuello relajado.

Para enseñar una media vuelta hacia el interior, con el caballo detenido, nos colocamos por delante de su eje longitudinal, frente a él y le damos una señal clara con el brazo indicándole la dirección. El caballo estimulado a tomar el paso buscará el camino de la “única puerta abierta” y una vez que inicie la vuelta apoyaremos esta acción con algo más de impulsión, rezagándonos un poco.

Cuando el caballo confirma su nueva dirección, habiendo cambiado de mano, le permitimos estabilizarse en el círculo y al cabo de no más de media vuelta lo podemos detener… adelantándonos hacia sus espaldas, para premiarlo y acariciarlo. Y a partir de allí realizar el ejercicio a la otra mano. No hace falta más de tres o cuatro repeticiones a cada mano para que el caballo confirme el sentido de nuestras ayudas y realice francamente las vueltas que le demandamos.

Más adelante podremos intentar demandar estas vueltas sin detención previa y luego al trote, lo que nos permitirá ejercitarlo en cambios de mano dentro del círculo.

Otro ejercicio que aprecio es el giro hacia el lado exterior. Una vez más, con el caballo detenido frente a nosotros, daremos señales claras para que el caballo inicie un giro, apoyándose en el posterior. Para esto debemos permitir que haya un margen entre el caballo y el lado del cuadrilátero, como para que tenga espacio suficiente para realizar el ejercicio.
Este ejercicio favorece francamente el remetimiento del posterior como la bajada del anca y el flexionamiento de los garrones.

Del mismo modo como hemos procedido y debe ser la costumbre, no más de cuatro repeticiones y caricias y voces de halago cada vez que nos sale bien, nos iremos entrenando, el caballo y nosotros mismos, en agilidad y oportunidad, ubicación de nuestro cuerpo y la emisión de señales claras, hasta realizarlo con fluidez, encadenando giros y vueltas a cada mano como si fuera una danza.

El caballo no sólo se pondrá fino a nuestras ayudas, sino que estará muy atento a nuestro desenvolvimiento. Adquirirá un equilibrio natural favorecido no sólo por la acción de los posteriores (flexionados) sino que además medirá su precipitación, su inercia de marcha, para poder estar dispuesto a cada demanda de un giro, haciendo sus aires más rítmicos, derechos, alivianando el tren anterior y propulsándose decididamente con su tren posterior.