sábado, octubre 14, 2006

PRIMERA

Siempre se ha dicho que este país se hizo a caballo... creo que no se trata de ninguna particularidad digna de ser afirmada como singularidad, debe haber en todo caso muy pocos que no lo hayan sido.

Cada cultura ha construido un trato específico con el caballo, estrechamente vinculado a las necesidades del hombre y de su época, combinadas con las características de la raza que se desarrolló de acuerdo al medioambiente que le tocó. Cada raza (árabe, español, inglés, centroeuropeo, asiáticos) ha sido adoptada por el hombre para ser aprovechada de acuerdo a sus propias necesidades y sacar mejor partido de sus cualidades morfológicas o biológicas.

El manejo, entendido como las técnicas que el hombre emplea y el conocimiento que tiene de sus caballos, es pues una resultante dinámica de esta combinación: necesidades del hombre, cualidades de la raza y desarrollo de un conocimiento y aprendizaje de las mejores maneras de aprovecharlo. Con el tiempo han ido interactuando, determinándose recíprocamente, hasta ser un resultado acabado, en cada región, de una determinada expresión de arte ecuestre.

Por poner unos ejemplos que sean elocuentes: en España el rejoneo; en centroeuropa el dressage; en Gran Bretaña el turf; en los EE.UU, el particular manejo de ganado (reining); en Argentina, el polo. Es fácil advertir que en cada caso se da aquella combinación: saber hacer y genética.

Es prácticamente imposible soñar un caballo completo que pudiera ser eficiente en todas las disciplinas, como de igual manera sería dificil imaginar un hombre que pudiera adiestrarlos en cada una de ellas. Así como la raza podría verse como una limitante, la cultura de cada individuo, muchas veces actúa como otra limitante a la hora de tener que desempeñarse en algunas actividades.

En nuestra historia han convivido distintas culturas que se vincularon con el caballo: el aborigen, el español y el gaucho (para algunos el origen racial del gaucho debería vincularse con cierta inmigración mora, proveniente de Andalucia, de allí algunas características de su indumentaria: las bombachas, el pañuelo bajo el sombrero y el uso de algunas palabras como alpargatas o aljibe de evidente raíz árabe y quizás, propia de su origen étnico, una vocación por vincularse al caballo).

Seguramente de cada una de ellas habremos heredado alguna información, pero en general, en lo que se refiere a la iniciación, desbrave o doma del caballo, todo el folclore queda resumido en el ritual de “coraje y hombría“ de la impronta del hombre de campo, a la par que podemos comprobar que no hay instituída ninguna escuela de equitación y que prácticamente el conocimiento sobre el manejo del caballo queda librado a la propia experiencia y a la propia búsqueda: cada uno hace lo que puede dentro del potencial de su talento, quedando entonces muchas veces frustrado, imputándose la propia incapacidad, cuando el problema radica en la falta de formación, información y difusión de conocimientos.

El indio, según sus necesidades, desarrolló sus propias técnicas de doma o desbrave, que no podían dejar de lado el objetivo que perseguían: necesitaban un determinado tipo de caballo: dócil, fácil de agarrar en situaciones urgentes y sin las comodidades sedentarias de un corral, en cierta medida muy domesticado, a la vez que dispuesto y de refejos muy despiertos tanto para la guerra como para la huída, sin necesidad de arreos, monturas o embocaduras.

En cambio el ejército requería un caballo quizás mas flemático, de temperamento más basal, más dispuesto para las largas marchas y la carga, más pensado como una herramienta y no tanto como un socio o colaborador, como debía ser para el indio.
No es la intención entrar en detalles culturales o de folclore, creo que es fácil colegir estas diferencias imaginando las necesidades de cada uno (ejército y aborígenes) y cómo de ellas se desprende naturalmente la implementación de una actitud diferente y un manejo en consecuencia, igualmente diferente en cada situación. Pero también resulta evidente que del mismo modo como una cultura terminó imponiéndose sobre la otra, heredamos un folclore ecuestre específico; como decíamos, nuestra tradición ecuestre está determinada por la tradición del gaucho y por el uso que le dimos al caballo dentro de nuestra cultura.


Nuestro saber hacer, la mejor expresión de nuestro manejo, está en el caballo de polo: allí encontramos un excelente tipo de caballo, domado y adiestrado con tal arte que resulta la mayor eficiencia; en él, nuestras técnicas tradicionales de doma demuestran sobradamente su eficacia.

Sin embargo, esas técnicas no parecen ser igual de eficientes en otras actividades, como el salto y el adiestramiento. Salvada la variable genética (que los criadores están resolviendo mediante la importación de genética centroeuropea) y fuera de discusión el talento de los jinetes, la variable que nos queda por considerar es el manejo que hacemos de dichos caballos.


Una variable que más parece una constante, porque son pocos los cambios que introducimos en dichos manejos. Dicen que Einstein decía que loco es aquel que hace siempre lo mismo esperando algún cambio.


En este sentido quizás le quepa algo de responsabilidad al propio caballo... es tan noble, que siempre intentará satisfacer nuestras demandas, descartará el “ruido“ que emiten nuestras señales y tratará de pasar en limpio nuestras demandas.

Justamente es allí donde despertó nuestra inquietud: ¿por qué nuestros caballos o habilidad como criadores tendría su suerte echada? ¿No hay manera de producir caballos aptos para el salto y el adiestramiento a nivel competitivo internacionalmente? ¿O puede ser otra la variable que esté condicionando el resultado?Si a ello sumamos las dificultades que todos enfrentamos a la hora de interactuar con nuestros caballos, como si nuestra voluntad fuera en una dirección y la del caballo en sentido contrario..., las dificultades a la hora de intentar algún ejercicio de adiestramiento..., a la hora de interpretar el código de las ayudas y comprobar que el caballo resulta absolutamente “sordo“ a nuestros fallidos intentos..., a la hora de reunir al caballo... expediente que más de una vez ha condenado a algunos al abandono de la actividad o los ha condenado a bregar incesantemente tirando de las riendas (para poner el caballo en “posición“) y acicatear con las piernas (para mantener la “impulsión“)..., concluimos en sospechar que algo de nuestro bagaje y acervo cultural en materia ecuestre no estaba de acuerdo con el objetivo.

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