viernes, octubre 05, 2007

DOMAS ETOLÓGICAS

(artículo publicado en Suplemento Ecuestre, feb/2007)

En este último tiempo asistimos a una prolífica difusión de técnicas y métodos de doma basados en principios de etología equina y los resultados de esta fecundidad han posibilitado que muchos podamos tener una mirada diferente para establecer el vínculo con el caballo.

Rápidamente, de la palenqueada y la tirada en la boca hemos pasado al uso de hackemore y caballos tumbados con maneas, y de estos métodos a caballos “dominados” por la presión ejercida por el “manejador” como si fuera el líder de la manada, hasta, incluso, iniciación y manejos en absoluta libertad.

Pero sin embargo, a pesar del amplio y variado repertorio, que va de lo más agresivo y violento a lo más liberal, en muchos casos todavía se advierte que quien hace las veces de domador no ha cambiado de actitud. Aprovechándose de las nuevas técnicas y procedimientos, abusa de su poder para consolidarse como dominador y someter al caballo. El depredador, travestido con su piel de cordero, echa mano a las “nuevas” técnicas pero no pierde las mañas.

Ciertamente aún no hemos tenido toda la experiencia necesaria para emitir una opinión definitiva y además todavía no hemos superado la desconfianza y conflictos que naturalmente genera la novedad. Esta novedad aún está muy lejos de integrarse a nuestra cultura… estamos muy lejos aún de que cada uno de los que participa en la “creación” de un caballo deportivo tenga claro cuál es el objetivo y actúe en consecuencia para que el resultado sea coherente y se pueda sistematizar para dar forma a una cultura ecuestre diferente, más cordial, amable y placentera.

Pero sí podemos advertir una constante que es la fantasía de recurrir a un “sistema infalible” que represente un atajo o nos permita saltear etapas. En este sentido, desde que se ha intentado formalizar y metodizar la equitación, desde Jenofonte en adelante, de a poco y en forma progresiva se ha ido desvaneciendo el concepto de arte para ser sustituido por manuales de instrucciones, no tanto por el ánimo de quien los escribe como por la búsqueda de respuestas prácticas por parte de quien los lee.

De alguna manera, en nuestro apuro por obtener resultados, hemos pasado por alto conceptos que ningún tratado importante de equitación omite: el tacto del jinete, la sensibilidad del caballo y la permeabilidad a las ayudas.

Es posible que la nueva información venga con un nuevo “packaging”, metodizada con formato científico, pero aunque se presente con diferente nombre, ningún adiestrador de excelencia desconoce los beneficios de apreciar la naturaleza del caballo, su sensibilidad y actuar con el correspondiente tacto.

Pareciera entonces que hemos recurrido a “tecnificar” la equitación, aplicar una serie de procedimientos que deberían asegurar el resultado, más apremiados a montar con “contacto”, que a montar con “tacto”.

No creo que se deba tratar de un procedimiento sino de la creación de un vínculo que tenga al caballo y al manejador en comunicación y no a la defensiva, relajados y en confianza mutua. No creo que por ejemplo, se deba proceder a montar un caballo porque haya transcurrido el tiempo de tres días o media hora que impone el protocolo del método que sea, sin antes haber entrenado al caballo para que fortalezca su lomo, y esté en condiciones físicas y emocionales de llevarnos, relajado, flexible y en equilibrio, con la debida actitud atlética.

A lo que deberían remitirnos las nuevas técnicas es a cambiar nuestra actitud, sobre todo en lo que se refiere a dominar y someter al caballo; a reconducirnos y entrenarnos para saber “leer” y “comprender” al caballo sin que necesitemos insensibilizarlo ni lavarle el cerebro para manipularlo como si fuera un objeto. A minimizar el protagonismo del manejador, porque el artista es el caballo.

No se trata de una rivalidad entre lo moderno teñido de una remota conciencia ecológica y el manejo tradicional reprochado de violento… En todo caso lo tradicional bien concebido ha sido un “saber” que lamentablemente por las circunstancias que sea no ha hecho escuela, o su mensaje, por las particularidades de nuestra época y de nuestras ansiedades, se ha ido tergiversando, hasta volverlo una insensata reiteración de maniobras que no respetan la sensibilidad del caballo, en la idea que, por si mismas, garantizan el resultado.

El fundamento de una buena doma siempre ha sido un cabal conocimiento de la naturaleza del caballo y esta experiencia no se puede abreviar con ninguna técnica por más infalible que se presente.

Probablemente no terminemos de salir de nuestro laberinto hasta no aceptar que debemos cancelar todo acto dirigido a someter al caballo, a disciplinarlo por la fuerza o la violencia, sea esta física o sicológica, porque el arte ecuestre se basa en la integridad del caballo y su libertad, cabalgar y adiestrar según las condiciones que nos propone el caballo y no según las que nuestras limitaciones quiere imponerle.

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