miércoles, noviembre 09, 2011

‎Paciencia, la virtud de la paz


Paciencia, la virtud de la paz


"El caballo (a la vista del hombre) sigue siendo noble en su servidumbre
porque el hombre quiere seguir siendo un gran señor"
Bachelard

Ya sabemos de las bondades del caballo, de sus virtudes, de su nobleza… Que da todo de sí sin medir la buena educación o los modales de quien se lo exige.  Pero quizás no lo sepamos todo y lo que creemos saber no sea otra cosa que una serie de excusas para justificar nuestra manera de comportarnos. El hombre ha sacado provecho del caballo haciéndolo objeto de sus necesidades y placeres. Objeto para la guerra, para el alimento, para el trabajo, objeto del entretenimiento, para el juego y los deportes, como compañía y aún como medio terapéutico.

Digamos, por ejemplo, que los caballos tienen una organización social (aunque esto ya suponga cierta antropometría que tiende a confundir la organización de una manada que en estado natural suele estar determinada por funciones más propias de la genética, con un orden social que tiene que ver con relaciones políticas y de poder); y a esta organización, inmediatamente, el hombre le adjudica un orden jerárquico o cualquier esquema que de algún modo termina expresando una relación de poder. Pero las relaciones que establece la manada nunca son del todo análogas a las que desarrolla el propio hombre. La jerarquía que creemos ver en los caballos jamás supone un orden de subordinación, dominación o vasallaje… ningún caballo trabaja para otro.

Siempre habrá un problema subyacente en la manera de reconocer y designar el orden que relevemos del mundo de los caballos: el mundo de los caballos no coincide con las categorías que el hombre tiene elaboradas a partir de su propia práctica social. Y esta proyección es la que obtura y vela cierto aspecto o dimensión de la realidad de los caballos llevándonos muchas veces a considerar natural sólo aquello que justifica y legitima algún modo de dominación por el imperio de la inteligencia o la fuerza.

El hombre trata de legitimar sus propios modos replicándolos en otras especies y de ese modo argumentar cierto naturalismo que estaría como fundamento y a la base del tipo de organización social que el hombre se da. Si se puede encontrar entre los caballos, corroborar de algún modo el “orden jerárquico”, eso legitimaría que otro orden jerárquico análogo pudiera darse entre los hombres.

El problema es cómo se interpreta ese orden jerárquico entre los caballos o en cualquier otra especie… si la interpretación responde a una observación conforme a la realidad o sólo es adecuada a los propios intereses del hombre que proyecta su imaginario y sus intereses.  Por lo tanto las proyecciones que hacemos conllevan una falla de desajuste…  hacer omisión de este desajuste, de aquello que no coincide exactamente con nuestra categoría es eliminar lo que podría hacer la diferencia.

Digamos que lo que tratamos de poner bajo observación es la lectura que el hombre hace de lo “natural”, las enseñanzas que pretende sacar de ello y las justificaciones que formula a partir de ello con lo que pretende legitimar su comportamiento.  Al respecto es necesario establecer dos escenarios diferentes: un momento pacífico, de armonía y otro momento de paranoia, de fuga, de amenaza.

Al menos como presupuesto para sostener la tesis que pretendo desarrollar, propongo que en lo “natural” se dan estos dos momentos y que por lo general el hombre sólo se ha enfocado en el segundo: es decir, ha observado a la naturaleza como un régimen violento no exento sin embargo de leyes que lo regulan y que el hombre obviamente trata de desentrañar como si fueran la propia legalidad de la realidad.

El hombre, a partir de la proyección de su propia condición social de inestabilidad ha ingeniado sobre la naturaleza su propia representación del mundo, la conciencia de un estado ominoso de amenaza latente; y en consecuencia trata de establecer leyes y orden que lo regulen sin tener en cuenta como condición de posibilidad previa aquel estado de armonía sino dando por supuesto y necesario la condición de inestabilidad.

De este modo, las leyes que “sacamos” de la naturaleza sólo son funcionales a partir del reconocimiento de ese estado paranoico: la fuerza, la violencia, el poder, la lucha son comportamientos al que se les atribuye universalidad a partir de cierta habitualidad, en tanto sólo son una parcialidad, una excepcionalidad, sólo uno de los dos momentos que propone la observación de lo natural.

En cierto sentido lo que proponemos es no dejar afuera para construir nuestro orden lo que de pacífico tiene el propio orden natural y a partir de ello poder relativizar la trascendencia de las leyes que regularían la violencia y que parece ser lo único que sabemos reconocer en el mundo.

Lo que el hombre suele reconocer como “jerarquía” en los caballos podría ser interpretado más bien como un circuito, un orden de transmisión de información o datos vitales para la supervivencia tanto individual como de la especie. Esto no es un modelo sino la demostración de que la categoría “jerárquica” debería ser sometida a un análisis que la desmenuce y que podemos hacer diferentes interpretaciones de cómo es el orden jerárquico, o a qué responde. Podríamos decir que cuando una manada se pone en marcha, la posición que cada individuo ocupa en la fila depende de su calidad como ejemplo o simplemente por su capacidad de adecuación al medio o por su “conductividad” … pero esto no supone ninguna prerrogativa, ni el ejercicio de algún “derecho” por sobre el resto. La organización entonces no está regida por una lucha que suponga un beneficio ulterior o la obtención de alguna prebenda. El circuito, en todo caso, puede privilegiar la cualidad de “conductividad” de la información, pero probablemente el hombre recaiga en interpretaciones antropocéntricas y tienda a interpretar esa conductividad como capacidad de conducción (mando) y liderazgo.

Insisto en que esto es una libre interpretación que sólo tiene por objeto provocar un contraste con aquellos modelos que replican la jerarquía y el propio orden que los hombres se quieren dar y llevan a malas interpretaciones de lo que es el liderazgo. El liderazgo corre la suerte que el hombre quiera que corra de acuerdo a sus intereses… y en esta estrategia el hombre define al liderazgo de la manera que le convenga para legitimar sus propias relaciones de poder.

La jerarquía entre los caballos no es autoritaria, no se establecen luchas por el poder ni por el gobierno, no hay un plan dirigista y el trato social parece basarse en los buenos modales que aseguren el respeto del espacio vital del otro y la solidaridad en la transmisión de información relevante para la supervivencia individual y de la especie.

Se me dirá también que los buenos modales entre los caballos incluyen gestos violentos o agresivos… si lo ponemos en perspectiva y en proporción quizás esas violencias no sean tan significativas comparadas con las que pone en práctica el hombre desde las guerras hasta el uso de las palabras; o que  hay luchas entre padrillos por predominar en una manada… pero no me parece que eso remede en modo alguno a la convivencia y persistencia de estas luchas entre los hombres como para inferir de dicha práctica la justificación de una tensión y luchas perennes entre los hombres en el orden político y social. En todo caso un padrillo lucha por construir su familia, afirmar su territorio y esto solo pone de manifiesto que la organización social es diferente a la organización familiar… que la familia, como dispositivo de dispersión genética, queda a distancia del orden social que suele requerir otros argumentos para justificarse.

Aquello que queda velado por nuestra mirada obsesionada por las relaciones de poder  y la ética del liderazgo es que la estancia del caballo en el medio ostenta paciencia, que es la cualidad o la virtud de la paz. Sea la paciencia una de las cualidades del caballo que ignoramos, e ignorarlo no nos permite apreciar cómo incidimos en el mundo del caballo cuando ponemos por delante nuestros objetivos. En tanto no apreciamos acabadamente la paciencia del caballo no podemos advertir la diferencia con el estado de paranoia: el shifter que lo pasa inmediatamente de la paz a la paranoia… de su estado de apacentamiento a un estado de fuga ante cualquier amenaza… del relajamiento soñoliento a la tensión muscular. Quizás, entre esas cualidades que no leemos correctamente, se halle la diferencia entre la paciencia y la paranoia porque nosotros mismos sólo tenemos conciencia de un estado de amenaza permanente, no consideramos la paz como un fundamento sino como un anhelo utópico.

Esa cualidad, esa virtud, es la que no comprendemos cabalmente…. Normalmente creemos que paciencia es una cantidad de tiempo, o de repeticiones absurdas hasta que ocurra lo que el imperativo manda. Por el contrario, la paz supone un equilibrio con el medio, un estado de armonía que de ninguna manera es condicionado por algún acontecimiento por venir. El hombre arremete contra la paciencia del caballo, lo tensa… lo constriñe a ingresar a un mundo de reglas que le son ajenas… luego, con la sumisión, con el amansamiento se considera que el caballo ha sido disciplinado. Pero el caballo ha sido despojado de su virtud, ha perdido la paz, ha sido constreñido a reemplazar su propia paciencia por un estado de resignación a la explotación de la voluntad del hombre. Y el hombre, a partir de sus propias prácticas autistas, acaba confundiendo paz con servidumbre.

Para terminar y a modo de síntesis, algunas cosas que destacar… El hombre procede por medio de argumentos ad hoc para justificar sus propias tácticas, legitimando su manera de plantear “naturalmente” las relaciones de poder. Lo que conlleva una doble implicancia: por un lado justificar su propia violencia y sus modos de dominación y a la vez bloquear las enseñanzas que podrían provenir del propio caballo. Replicamos este modelo en cada circunstancia con el enceguecimiento que provocan estas certezas verificadas tautológicamente a partir de lo que proyectamos sobre la realidad y a través de nuestros propios imaginarios. Consagramos así la fórmula del “liderazgo” como si fuera el propio código equino el que la consagra. Queda a la vista un cuestionamiento ético sobre la legitimidad de las relaciones que le imponemos al caballo. Así también queda sellada la suerte de nuestra relación con los caballos, incluso avalada y legitimada por estas interpretaciones de las relaciones de liderazgo y conducción. Supongo que este vínculo puede superarse en la medida que podamos absorber las implicancias de la paciencia y reemplazar nuestra ideología del “ser superior” soberbio y arrogante por una mirada que sepa reconocer otros fundamentos.


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