¿Por qué nos empeñamos en usar mal el concepto de Arte? Persistimos en la idea de que el arte es la exhalación de una sensibilidad espiritual o metafísica, una suerte de arrebato subjetivo del alma. Pero, ¿y si el arte fuera, en realidad, la ecualización de un sistema de información?
El arte no es una mera expresión; es una tecnología que carga con el peso de una sabiduría para producir conocimiento. Es una herencia que no solo es anterior a nuestra existencia, sino que se despliega ante nosotros como una página en blanco para nuestra experiencia cognitiva.
En esta arquitectura de sentidos, la equitación se revela como algo mucho más profundo que un deporte o una coreografía de fuerza. Es un artificio biológico. Al montar, el hombre y el caballo no solo se encuentran; fundan un sistema de información compartido, un territorio donde cada acción y cada silencio se convierten en un lenguaje común. Aquí, el jinete actúa como un ecualizador: envía señales a través de la levedad del peso y la intención de la postura, mientras el caballo, en un acto de reciprocidad absoluta, devuelve información al sistema para que el humano, a su vez, sea procesado y sintonizado.
Este binomio no es un mando, sino una simbiosis cognitiva. Es un diálogo que trasciende las barreras de la especie para crear un conocimiento compartido que antes no existía. Y esta tecnología que sustenta tal simbiosis no tiene nada de artificial; es la misma tecnología natural que preside el universo. Al igual que el oxígeno y el hidrógeno se rinden a la asociación para formar el agua, o el carbono se vincula con la materia para gestar la vida, la equitación es un fenómeno de armonía de energías entre dos seres que se reconocen en el flujo.
Incluso la evolución puede ser leída como un vasto proceso artístico. La selección natural no es otra cosa que el mecanismo que selecciona y combina las "obras maestras" que mejor logran habitar el entorno. En ese gran lienzo, el arte de la equitación es una manifestación más de esta tecnología primordial, donde la naturaleza se reconoce a sí misma a través de la comunicación y la coordinación.
La naturaleza es, por definición, una obra maestra de arte y tecnología. Los ecosistemas y la biodiversidad son las manifestaciones del arte en su forma más pura y operativa. Y allí, en el centro de la pista, el binomio humano-caballo no hace más que continuar ese proceso creativo: abrir el dique de lo real para que la información eclosione en una novedad que, sin ser necesariamente original, es el suceso más hondo del fenómeno vivo.


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