martes, enero 23, 2007

Un lenguaje silbado

Hace poco, entusiasmados en una charla sobre el lenguaje, alguien trajo a colación el “silbo gomero”. El silbo gomero tiene la característica de ser un lenguaje “silbado” practicado por los habitantes de la isla La Gomera en Canarias. Se sabe de otros similares en otras regiones del mundo.

Su particularidad morfológica es que el “silbido” está constituido propiamente como un lenguaje; con diferentes sonidos, siempre silbados, emiten claramente cinco vocales y algunas consonantes que articulan la expresión de sílabas y palabras. Pero en especial me llamó la atención el hecho de que los estudios realizados comprobaron y concluyeron que el cerebro procesa el silbo gomero en la región correspondiente al lenguaje. Es decir, a pesar de la melodía y musicalidad del “idioma”, a pesar de sus formas ajenas y extrañas a lo que para nosotros debería ser un lenguaje, para quien lo domina, opera como tal.

Quien no lo entiende, para intentar interpretarlo, recurre a otras regiones del cerebro… tal cual podríamos hacer con el lenguaje de los sordomudos… como no comprendemos los símbolos, otras zonas del cerebro intentan una interpretación, ya no como un lenguaje, sino en función directa de lo que perciben los sentidos.

Si aceptamos que el caballo posee capacidad no sólo para articular alguna comunicación entre sí, sino también para interpretar algunos signos y símbolos, y queremos ser coherentes, entonces es necesario hacer esfuerzos para que se puedan comprender los mensajes que le enviamos.

Por lo general nos acercamos a un caballo extendiendo nuestra mano hacia su cabeza en lo que para nosotros es un gesto de cordialidad, sin embargo, para un caballo no enterado, este gesto no es muy diferente del que otro caballo puede usar para apartarlo… si bien no usan sus “manos”, usan la cabeza y el hocico para apartar a otro de su camino extendiéndose con una mímica muy parecida a la extensión de nuestro brazo. Se hace necesario reconsiderar el contenido “antropomórfico” de nuestros gestos, incluso su carga emotiva o sentimental, porque no siempre está de acuerdo con el código que sabe leer el caballo.

Si nos proponemos la relación con el caballo basada en un lenguaje, debemos entonces procesar las percepciones a través de la zona cerebral del hemisferio izquierdo que resuelve todo lo vinculado con el lenguaje: interpretando, comprendiendo y asignando sentido.
En cambio, cuando no procesamos de este modo la información que nos brinda el caballo, movilizamos otras zonas de nuestro cerebro para relacionarnos.

En cierto modo, de la misma manera que podemos comportarnos cuando no nos entendemos con otra persona, cuando no podemos resolver nuestras diferencias o divergencias a través de la palabra, quedamos expuestos a un vínculo más emotivo, atávico e incluso en algún caso resumido a herramientas violentas o de apremio.
Lo violento no necesariamente significa provocar un daño, simplemente alude al hecho de usar la fuerza como herramienta, o los sentimientos como argumento o la emotividad como solución: al fin y al cabo, dejar las cosas planteadas para que se resuelvan cuerpo a cuerpo. Queda esbozado un drama, un conflicto, que se dirige más a lo trágico que a la resolución por las vías de la armonía.

Así, la fría aplicación de una técnica o método puede resultar un procedimiento violento, si es que solo se trata de forzar, sin interpretación alguna, la realidad. Entonces, no debería tratarse simplemente de la aplicación de un conocimiento técnico, o el seguimiento riguroso de un manual de instrucciones (que igualmente vendría a forzar arbitrariamente la realidad) sino de comprender y hacernos entender.

Cada señal, ayuda o indicación que le damos al caballo debe ir consignada con el sentido correspondiente; debe ser emitida como un mensaje, mediatizada como información y con la forma comunicativa adecuada, para esperar una respuesta y no una reacción. El manejador debe preocuparse por visualizar la ejecución demandada, considerar la concentración y nivel de atención del caballo, estar dispuesto con un criterio didáctico (es decir dispuesto a enseñar y no tan sólo a exigir) y a emitir un mensaje cargado de sentido que el caballo pueda entender para que en consecuencia se trate de una real interacción, dinámica y armónica.

1 comentario:

Anónimo dijo...

ME ENCANTÓ EL ARTÍCULO BIEN FUNDAMENTADO Y EN PARALELO CON LA COMUNICACIÒN QUE A VECES ES TAN ESCASA ENTRE HUMANOS, BRAVOOOO, MARINA